19

32 4 3
                                    

Manuel

Salí de la oficina un poco mareado, Basilio me había explicado tantas cosas juntas que me dolía la cabeza. Volví a mi cuarto y me encerré abriendo el cuaderno para revisarlo, aunque estaba seguro que no podría mirarlo mucho más tiempo, sentía que mi cabeza estaba llena de estática. Ojeé un par de hojas antes de dejarlo sobre mi escritorio. Decidí ducharme para despejar mi mente antes de acostarme. Agarré mi pijama, ropa interior y me metí en el baño. Abrí la canilla de la ducha para dejar correr el agua y que se calentase. Me desvestí y, después de uno o dos minutos, me metí bajo la ducha. Suspiré sintiendo el agua recorrerme el cuerpo, cerré los ojos y dejé que todo desapareciera de mi cabeza, que todo se diluyera por un rato. Me pasé las manos por la cara y, después, por el pelo, llevándolo hacia atrás. Suspiré de nuevo, terminé de ducharme y salí para secarme. Escuché unos toques en la puerta que me obligaron a apurarme. Salí del baño ya vestido y abrí encontrándome con María.

—Disculpe que lo moleste, el Padre Basilio me dio esto.

Me extendió una hoja de cuaderno doblada a la mitad.

—Gracias —sonreí—. Buenas noches.

—Buenas noches, Padre.

Sonrió también antes de retirarse. Cerré la puerta y revisé lo que me había dado, era el cronograma de misas para esta semana, al final, había escrito que solamente esta semana me podía ayudar. Apagué la luz, dejé el papel abajo de la Biblia que tenía en el escritorio y me senté en la cama, agarré mi rosario para rezar antes de acostarme. Di un par de vueltas, pero no pude dormir, de repente mi cabeza estaba llena de pensamientos, sobre todo de temores. No me sentía preparado para asumir este papel, tenía que ocuparme de absolutamente todo. Me aterraba equivocarme en algo, sería un desastre, sobre todo en lo administrativo. ¿Y si no daba el ancho para ocupar ese lugar? Podría estar cometiendo un grave error, podría buscar a alguien más que fuera más competente que yo. Cerré los ojos e inhalé profundo. Mi abuela no querría esto, no querría que me convirtiera en un cobarde después de años preparándome. Exhalé con suavidad calmando mi mente, encomendándome a Dios para que me diera la fuerza suficiente para ocupar mi puesto y hacerlo lo mejor posible. Al menos hoy no había sido un mal día, había salido todo bastante bien para ser el primer día que me ocupaba de todo. Basilio me había dejado los evangelios que tenía que leer. No iba a tener todo tan armado una vez que él no se involucrara en las misas. Estaba seguro que mañana no iba a estar en la iglesia, aunque esperaba que siguiera con las pequeñas clases de administración.

***

Apagué la alarma y me levanté con cansancio. Había dormido poco, no podía dejar de dar vueltas pensando. Seguía con miedo de hacer algo mal, pero no podía echarme para atrás ahora. Agarré ropa limpia, me metí al baño para ducharme y alistarme lo más rápido que pude. Una vez listo, salí del cuarto y fui hasta el comedor. Me senté en el lugar de siempre notando la ausencia de Basilio. La Hermana Belén, sentada frente a mí, no perdió la oportunidad para ponerme al día, el Padre salió bastante temprano para terminar papeleo. María me puso una taza de café frente a mí con un platito con algunas tostadas. Le agradecí saludándola antes que se fuera a servir el resto del desayuno. Tomé un sorbo sintiendo un nudo en el estómago; no iba a poder comer nada ahora. No era la primera vez que daba una misa en la parroquia, pero ahora no iba a ser como un practicante o un suplente de Basilio, ahora de verdad iba a ser como quien llevaría adelante la parroquia. No pude terminar de tomar mi café, lo dejé unos minutos después mientras hablaba con las Hermanas que ocupaban la misma mesa que yo. Decidí agarrar mi taza y llevarla a la cocina, escuché unos pasos rápidos acercarse a mí cuando estuve frente a la bacha.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora