24

18 4 0
                                    

Gabriel

Estaba desorientado, no sabía dónde estaba, me sentía mal, mareado, casi como si no estuviera en mi propio cuerpo. Estaba entumecido por completo. Escuché una voz, pero no estaba seguro si era la mía. Me giré, de un lado tenía una cortina blanca, del otro, una ventana, afuera era de noche. Volví a mirar al techo. ¿Dónde estaba? Lo último que me acordaba era estar en mi cuarto, sentado en el piso con la espalda contra la cama con los blísteres vacíos en mi mano. ¿Cuántas pastillas había tomado? Pensarlo me dio náuseas. Me había obligado a no vomitar cuando las estaba tomando, no quería que fallara. Sentí lágrimas bajar por mi cara, pero no me moví ni un centímetro para secarlas. Las voces volvieron a sonar en la habitación, esta vez podía distinguir que eran de otras personas, una era de mi papá, las otras dos correspondían a mujeres, pero ninguna que pudiera reconocer. Después, pasos acercarse. Las lágrimas seguían resbalando por mis mejillas, quien fuera la persona que se acercaba, me iba a ver llorar como un nene chiquito. Mi papá se acercó a mí apareciendo en mi campo de visión. No dijo nada, solamente me acarició la frente y el pelo haciendo pucheros. Mi papá no era de los hombres que lloraban, pero ahora parecía que no podía evitarlo. Cayeron todavía más lágrimas por mis mejillas por verlo así. Nunca lo había visto tan acongojado, cuando era chico pensaba que mi papá carecía de sentimientos, pero ahora me demostraba que no era así. Vi que movió los labios, pero no escuché lo que dijo. Una voz femenina se acercó, pero no quise levantarme para mirarla.

—¿Cómo te sentís, nene?

No contesté.

—¿Estás mareado?

Empezó a revisarme, primero los ojos, la respiración, la garganta, el corazón. Seguía haciéndome preguntas, pero no respondía a ninguna, ni siquiera hice el amago de querer mirarla. Después de decirme que en unos minutos iba a venir a sacarme sangre, se fue. Mi papá acercó una silla y se sentó al lado de la camilla. Me giré por fin a él, tenía la cabeza agachada y las manos presionando su frente.

—P-perdón...

Dije haciendo que levantara la mirada, sus ojos llenos de lágrimas se clavaron en mí.

—¿Por qué, Gabriel? —frunció el ceño—. ¿Q-qué te faltó para que quisieras cometer tal pecado?

—P-perdón...

Repetí con un hilo de vos, él soltó un suspiro pesado, se levantó de golpe secándose los ojos y se fue. Volví a la posición en la que estaba antes. Inhalé profundo cerrando los ojos. Pasos de nuevo acercándose a mí. Una voz femenina de una doctora o enfermera que, seguramente, venía a sacarme sangre. La voz de un hombre, la de Facu, él también había venido. Los dos aparecieron no mucho después, pero mi atención se centró completamente en mi amigo. Me mostró una sonrisa triste y se sentó en la silla que había ocupado mi papá unos segundos antes.

—¿Cómo te sentís?

—Bien, creo. Me siento un poco en las nubes.

—Apretá el puño —interrumpió la mujer—. Vas a tener que buscar otra forma de decir las cosas, una que no te traiga al hospital de nuevo.

No le presté demasiada atención, solamente esperé a que se fuera para poder hablar con Facu un poco más tranquilo.

—¿Por qué se te ocurrió empastillarte?

—Ya sabés porque —solté un suspiro—. Hablemos cuando pase todo esto, no estoy de ánimo.

—Gabi, tu papá salió un rato para llamar a tu mamá. Y la enfermera dijo que en una hora o dos te podés ir ya.

La voz de Manuel irrumpió en la porción de habitación que me tocaba. Me giré a él sintiendo vergüenza, no quería que me viera en esta situación. Estaba más que seguro que pensaba que me había vuelto loco, seguramente no querría seguir teniéndome cerca. Desvié la mirada de su cara, incapaz de seguir mirándolo. Nadie dijo nada por unos minutos que parecieron eternos, a pesar del ruido que había en la habitación, yo sentía que estaba adentro de una burbuja aislada de todo sonido del mundo. Apreté los labios mirando a Facundo en busca de ayuda, pero, por una vez, él parecía no comprender lo que había en mi mente. A decir verdad, yo tampoco podía, seguía en una especie de nube que no me dejaba pensar con claridad.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora