34

49 4 4
                                    

Gabriel

—¿No te molesta esto?

—Ya te lo dije, me estoy volviendo loco desde el primer beso. No puedo evitar sentir la necesidad de repetirlo.

—Te vas a arrepentir.

—No me importa lo que pase después, no quiero pensar en eso ahora. Estoy seguro que caería en esto en cualquier momento.

—Bueno... Dame el último... —susurré sabiendo que podría serlo para siempre—. Por favor.

Manuel se acercó a mí de nuevo y me besó. Era un beso dulce, torpe, nervioso, perfecto. Me separé de él, apartándome por completo, se me quedó viendo cómo queriendo preguntar algo, pero no emitió sonido. Me senté contra la cabecera de la cama y solté un suspiro. Sentí miedo cuando se me quedó mirando, sabía que se iba a arrepentir de lo que acababa de hacer, pero no quería ver el rechazo en su cara ahora, no después de volver a besarlo.

—¿Te sentís bien? —preguntó.

—Yo debería preguntar eso. Vos sos el que está en una mala posición.

—Ya te dije que no quiero pensar en lo que pase después. Por ahora quiero disfrutar de esto.

—¿Disfrutar? —no pude evitar sonreír con eso.

—Nunca había besado a nadie.

—Supongo que eso significa que te gustó.

—¿Necesitás confirmación?

Sonrió haciendo que yo volviera a hacerlo. De repente, unos toques en la puerta hicieron que pegáramos un salto, la voz de la Hermana Nieves sonó del otro lado avisándome que la cena ya estaba lista. Los dos nos levantamos y salimos en dirección al comedor. Me pidió que me sentara con él y las Hermanas, que podía usar el lugar que había dejado Basilio vacío. Parecía que ellas consideraban ese lugar sagrado. Le hice caso sin rechistar, sentía que flotaba en una nube que me hacía incapaz de pensar en separarme demasiado de él. Las Hermanas no tardaron en hablarme y preguntarme todo lo que les era posible, me trataban como siempre lo habían hecho. ¿El chisme no había llegado hasta la parroquia o Manuel había hablado con ellas antes? Dudaba que les hubiera dicho algo. Mientras cenábamos, no podía dejar de mirarlo de reojo. Tenía una sonrisa constante en los labios que lo hacían ver todavía más atractivo de lo que lo era. Rozaba su pierna con la mía, pero él no parecía percatarse de eso, seguía hablando con nuestras acompañantes. Bajé la mirada a mi plato casi vacío, esperaba que no hubiera sido un sueño lo que pasó en mi habitación. Quería disfrutar de pensar en sus besos todo el tiempo que pudiera. Era lo mejor que me había pasado desde que Isabel decidió que era buena idea sacarme del closet. Cuando terminamos de cenar, me levanté y salí acompañado por María. Le pedí que saliéramos, necesitaba tomar un poco de aire antes de tener que encerrarme de nuevo en mi habitación. Salimos al pasillo interno por la puerta del aula, me recosté contra la pared y solté un suspiro.

—Te ves contento hoy, ¿pasó algo?

La miré con una sonrisita.

—No sé si yo tengo que decírtelo.

—¿El Padre estaba con vos cuando desapareció? —dijo bajando el tono de voz, me limité a asentir—. Contame, dale. Estoy segura que a él no le va a importar.

Me quedé unos segundos en silencio, tomé aire y le conté lo que había pasado un rato antes en mi habitación. Evité mirarla, me daba vergüenza hablar con alguien que no fuera Facundo. Cuando terminé, me quedé en silencio con la mirada clavada en el cielo completamente nublado. Su silencio hizo que mis nervios aparecieran. ¿Me había extralimitado con Manuel? La miré con un poco de miedo, ella no hizo más que devolverme la mirada.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora