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Manuel

Basilio se fue apenas los rayos del sol comenzaban a salir, no estaba seguro si había dormido algo al menos, pero eso era lo que las Hermanas me habían dicho cuando me senté a desayunar. Hoy iban a acompañar a la familia de María desde temprano e iba a pasarse la noche ahí en el velorio para hacer el responso en la mañana del domingo. Tomé el café un poco nervioso por las misas que me tocaba dar estos días. Basilio me había dejado una lista de versículos y evangelios que debía leer en la misa. En unas horas tenía que buscarlas y marcarlas en mi Biblia.

—¿Nervioso, Padre? —preguntó Belén desde el otro lado de la mesa—. No se preocupe, todo va a ir bien. La misa de bautismo fue muy bien.

—Gracias, pero esto es más importante. Ahora no solo van a estar unas pocas personas.

—De verdad, Padre, no se preocupe.

Sonrió haciendo que yo también lo hiciera a pesar de mis nervios. Seguí desayunando mientras revisaba los versículos por horario de la misa. Cada una tenía pasajes distintos y hablaban de cosas distintas. Me sorprendía, en otras parroquias solían utilizar un solo tópico para cada una de las misas. Incluso había algunas que celebraban una o dos misas al día. Me alegraba estar en un barrio tan religioso como este. Terminé el café, agarré la hoja con el cronograma de las misas y me encerré en mi cuarto.

Las horas se me escurrieron de entre los dedos como si fueran agua, en un abrir y cerrar de ojos ya estaba vestido con el alba. Los ruidos de las personas al acomodarse en la parroquia penetraban en el cuarto donde me preparaba antes de salir al altar. Tocaron la puerta de repente. Abrí encontrándome con la Hermana Belén.

—¿Necesita algo, Padre? ¿Ya va a salir?

—Sí, gracias por venir.

Ella sonrió.

—¿Está nervioso?

—¿Se me nota mucho? —soltó una risita.

—Dios va a ayudarlo, Padre, no se preocupe —volvió a sonreír—. Salga, que lo va a hacer muy bien.

Asentí, tomé aire, lo contuve en mis pulmones unos segundos y lo solté saliendo del cuarto. Era la primera misa que daba con tanta gente mirándome. El bautismo había sido una pequeña reunión comparado con la cantidad de gente que había hoy en la parroquia. Subí al altar y me ubiqué detrás del atril. Se formó un silencio en cuanto me vieron, me aclaré la garganta antes de saludarlos tal como hacía Basilio. Paseé la mirada por los presentes. No todos estaban ahí por las horas que eran, solía concurrir más gente por la noche, pero igual seguía habiendo bastante gente.

***

Observé a todos salir por la puerta principal cuando terminé, sonreí contento, todo había salido bien de nuevo, gracias a Dios. Volví al atril y cerré la Biblia, mientras los monaguillos caminaban de un lado a otro atrás mío. Suspiré relajado, tenía tres horas antes de la misa de mediodía, podía dedicarme a ayudar a las Hermanas o salir a pasear por el barrio. Me dirigí al cuarto de preparación y me saqué el alba, dejándolo en su lugar. Al volver me encontré con Nieves, que apuraba a los chicos para que se pudieran ir y ella pudiera ocuparse de limpiar. Decidí ayudarlos a guardar las cosas, de paso, aprendería dónde iban, haciendo que la Hermana me retara. Parecían tener muy asumido que el Padre de la parroquia no tenía que hacer nada. No me gustaba esto, prefería sentirme útil. Además, estaba acostumbrado a hacer estas cosas, había sido monaguillo cuando era chico. Sin contar que en el sacerdocio también nos hacíamos cargo de estas tareas. Cuando terminamos, insistí para ayudar a Nieves, pero ella se negó hasta terminar echándome de la parroquia. Decidí, entonces, pasarme una de las casi tres horas dando vueltas por el barrio. Empecé a caminar por la misma calle de siempre casi por inercia. Antes de llegar a la esquina, escuché una voz llamarme por mi nombre desde el jardín de una casa. Me giré desorientado sin saber de cual venía la voz.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora