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La fuerte música retumbaba en mis oídos y el olor a humo mezclado con alcohol golpeaba fuertemente a mis fosas nasales. Paulo y Enzo me agarraban de las manos como si fuese una nena chiquita a la que no quieren perder, y entre los tres buscábamos a Nico, Lean y el Kun por medio de la multitud.

Solté las manos de los chicos y me subí arriba de una de las sillas altas de la barra, de tanta gente que había no lograba ver nada así que me pareció una fantástica idea. Me halague a mi misma por mi ingenio cuando mi mirada se topó con la de mi hermano y empecé a hacerle señas para que vinieran hacia dónde nosotros estábamos.

Enzo me miraba divertido mientras que Paulo se tapaba la cara con vergüenza, reí y le estiré los brazos a mi novio para que me ayudara a bajar. Enzo sin mucho esfuerzo me agarró como a una nena chiquita y me puso de vuelta en el piso, mis ojos se conectaron a los suyos y pude ver tanto en ellos. Le divertía la situación pero algo se removió en mi cuando noté por primera vez cómo me miraba, con amor.

Sentí estar hipnotizada bajo sus ojos, era como si ninguno de los dos tuviera que decir una palabra y me encantaba entenderlo.

—Estás completamente loca —rompió el silencio y reí.

—Así de loca y todo, te gusto —me acerqué coqueta a él y puse mis manos en su pecho, noté como se puso nervioso pero intentó ocultarlo poniendo sus manos en mi cintura.

—Estás equivocada, morocha —susurró cerca de mis labios—. Estoy completamente enamorado de esta loca.

Un carraspeo fuerte hizo que nos alejaramos un poco y nos encontraramos con el ceño fruncido de Paulo, tenía manos en sus caderas y nos miraba como un padre a punto de cagar a pedos a su hijo.

—A ver si dejan de comer adelante de los pobres, eh —recriminó divertido y noté que se hicieron presentes Sergio, Leandro y Nicolás—. Vamos que la noche es joven todavía muchachos.

Nos acercamos todos a la barra a pedir un par de tragos y todos se desplazaron a la pista menos Enzo y yo, los dos nos dimos una miradita cómplice y después miramos a la pista de baile, los chicos eran los protagonistas bailando entre ellos porque tres de cuatro estaban casados.

—No te puedo creer que hayamos venido de niñeros —se quejó Enzo dándole un largo sorbo al whisky que se había pedido. Solté una larga risa, habíamos sido designados como los adultos responsables porque éramos los únicos que tenían que irse con nenes chiquitos mañana, entonces teníamos que dividirnos para cuidar a los locos.

—Bueno, pero por lo menos sirve para que pasemos tiempo juntos —lo besé intentando ver el lado positivo, a mi también me había picado el bichito de la molestia cuando noté que no iba a poder ponerme en pedo como estaba en mis planes.

—No veo la hora de estar en Lisboa con vos y los nenes —sonrió y me abrazó por la cintura—. Estoy re contento, me muero porque seamos una familia los cuatro. Y quién sabe si se agrande en un tiempo.

—En un tiempo muy, muy lejano —arrugué mi nariz bromeando y Enzo soltó una carcajada.

—No sé qué mierda me hiciste hija de puta, pero te volviste mi droga —otra vez me dedicó esa mirada, esa que me hacía caer totalmente rendida a sus pies. Esa mirada llena de amor que me hacía sentir más segura que nunca de lo que me pasaba con él—. Me haces bien y sos la única que alegra mis días de mierda, le agradezco a Dios por haberte mandado a mi vida porque sin saberlo, sos todo lo que necesito.

—Ahora que me pongo a pensar, mi vida sería muy diferente en este momento si no te hubiera conocido —admití con una sonrisita—. Seguramente seguiría con Joaquín, porque lo que me hiciste sentir me dió la valentía para dejarlo. Los dos nos necesitábamos.

Rivales ||Enzo Fernández ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora