Capítulo 13.- Resistencia.

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"Disculpa que me ría. Me río cuando pasan cosas malas. No es gracioso. No debería hacerlo".

Lauren Scott. Esto es Guerra.

Para comenzar a descubrir los primeros pasajes de una aventura que pronto nos llevará a la acción directa, escuchemos: Resistence, del grupo británico, Muse.

Rain.

Ese sábado por la mañana desperté con un pequeño rayo de sol dándome en la cara, el muy desgraciado se coló por entre las cortinas y logró fastidiarme. Mis pestañas aletearon despacio, me pesaban los párpados con toda la actividad del día anterior, la triste realidad es que no quería levantarme, pero mi estómago sonaba como un concierto debido al hambre, y seguro papá vendría por mí.

Entonces me hice el ánimo, estiré mi cuerpo, respiré profundo y sonreí dando las gracias por un día más y sobre todo por el amor de mi padre, mis tíos, mis primos, y por esa deslenguada de Zoe, claro, a ella no podía dejarla fuera.

Pero de pronto, después de restregarlos, mis ojos se fueron al cielo raso de mi cuarto, y un desagradable flashback se posicionó en mi memoria al recordar los detalles de la maldita noche anterior, sacudí la cabeza, no deseaba volver a lo mismo; no quería pensar en él porque ya estaba fuera de mi vida.

Por instinto me toqué los labios, según yo se sentían hinchados, y cerré los ojos. A cualquier persona podía engañar, menos a mí misma, y en mi fuero interno supe que no había escapatoria a ese recuerdo; a esa lluvia sobre mí.

De manera muy honesta tuve que reconocer que por más que me resistiera e intentara ocultarlo, la huella de ese imbécil presuntuoso y las mariposas en el estómago que venían con él, me habían afectado al punto de alejarme de mis convicciones más fuertes con respecto al amor.

Y tuve la certeza de que poco a poco estaba derrumbando mis murallas junto con aniquilar la lista en la que ya no confiaba como oráculo para esfumar su lejana presencia.

Mientras apuntaba el control y así programar una canción de Muse que amaba en momentos de contradicción, me levanté de un salto pisando con el pie izquierdo, y me maldije por eso, seguro tendría un mal día o alguna calamidad se iba a presentar.

Odiaba la idea de ser tan supersticiosa, según papá lo heredé de mi abuela Hortense Langmore, su madre, la misma a la que si se le cruzaba un gato negro en el camino, no salía a la calle por una semana suponiendo que pasado ese tiempo la mala suerte ya se había ido con ese pobre animal. Era una ridiculez que yo imitaba tan bien.

Aletargada, caminé hacia mi escritorio, abrí las cortinas para mirar afuera, y enseguida solté una risita al descubrir a mi padre de rodillas en el césped, hundido en la tierra, preocupado de la vegetación de ese lugar que por derecho le pertenecía porque le sirvió de terapia para olvidarse de todo lo malo que le sucedió después de perder a Maia.

Ocurre que pese a que amaba el golf y lo practicaba desde los catorce años junto a sus hermanos, el psicólogo le recomendó buscar otro pasatiempo, ya que ese deporte no estaba surtiendo el efecto que ambos esperaban, entonces, papá le echó mano a algo que tenía al alcance, y así se hizo jardinero de medio tiempo, el más feliz del mundo.

Para su entero beneficio, convertido en un as de la botánica y jardinería, gracias a que hasta tomó algunos cursos, explotó al máximo sus desconocidas capacidades motrices y disfrutaba mucho de ocupar la mente en algo más que los amargos recuerdos.

Ese era su refugio, su jardín secreto, su sitio seguro en el mundo entero, amaba meter las manos entre los rosales, aunque las espinas lo hirieran, decía que así era la vida misma. Estando ahí se olvidaba del planeta que seguía girando, y debo reconocer que más de una vez lo escuché hablarles y hasta cantarles.

Si Tú Me AmarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora