Capítulo 10.-Me las vas a pagar.

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"Siempre hay una contienda con un hombre, y esa es: "Quién morirá miserable".

Samantha Jones. Sex and The City.

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Para iniciar esta sorprendente parte de la historia, una canción que hable de venganza, despecho y nuevos comienzos. Rolling In The Deep, en la voz de Adele.

Rain.

Mientras seguía esperando a mi padre, resulta que en tanto permanecía apoyada en ese muro donde apenas llegaba la luz, sin querer, oculta en la penumbra, algo por completo inesperado me sorprendió de manera violenta, y solo entonces me expliqué muchas cosas, me aparté de mi escondite y calculando mis movimientos me oculté detrás de un pilar. 

Resultó que aparcada solo unos metros más allá estaba la misma camioneta del chico de la licorería, cuyo puto nombre en una de sus puertas no había olvidado por lo irónico de su mensaje: Los pretendientes.

Sin siquiera cerciorarme, aseguré que ahí estaba ese patán desaliñado que me embarró de lodo y agua sucia el día anterior, claro, tenía sentido, él seguro trabajaba en ese club. 

Pero el problema fue que estaba a una distancia en que no lograba ver bien el interior de la cabina. Muy despacio, comencé a caminar de puntillas para no azotar mis tacones en el suelo de concreto, intentando un acercamiento, y así confirmar mis sospechas de que finalmente era él quien conducía. 

La verdad era que no tenía idea por qué me importaba tanto, o tal vez se debió al encuentro con ese imbécil que aún permanecía dentro del club, puesto que no lo vi salir, ni a él ni a sus amigos. El caso es que de un segundo a otro me convertí en una especie de espía aficionada, y me quedé observando para ver qué descubriría.

Mi intención no era acercarme, solo estaba buscando saciar mi curiosidad desde el mejor ángulo. Y entonces lo vi aparecer trotando, mis ojos se abrieron como platos, ante lo abrupto de ese descubrimiento, a raíz del asombro di varios pasos atrás chocando con la muralla, y volví a recargarme contra ella, no lo podía creer, ¿Cómo sucedió? ¿Es una puta broma? Dije en tono muy bajo. 

Ocurrió que por coincidencia, el mismo imbécil que me besó en la pista de baile, seguido de rechazarme, salió de la fiesta y se acercó hasta la camioneta para saludar al conductor en su interior, al que yo todavía no lograba verle la cara, aun sosteniendo la idea de que el chofer era quien yo creía.

Seattle no podía ser tan pequeño como para que ellos fueran amigos, ¿o sí? Ese par de ahí me tenía los nervios de punta, abrí y cerré mis manos ante la expectación que me provocaba la intriga, me sentía impaciente, pero después de lo vivido solo minutos atrás no quería arriesgarme, por ese motivo no me acerqué para descubrir que se traían. 

Entretanto mi curiosidad iba en aumento, ellos se hicieron bromas, se dieron de golpes, pese al ruido, lograba distinguir perfectamente su risa. No sabía qué hacer, pero algo sí tenía claro, no estaba dispuesta a pasar por un segundo bochorno al aproximarme, por tanto, no me movería de mi lugar en la penumbra, haciendo una pequeña plegaria para que ese infeliz engreído se marchara antes de que llegara mi papá.

Consulté la hora en el reloj, por suerte, aún faltaba tiempo para que llegara a recogerme, todavía podía planear una estrategia para acabarlo. Y no me quedó más remedio que quedarme observando, entonces tuve una idea, quizás en el futuro serviría para vengarme de algún modo por lo que me hizo el día anterior, y le tomé una foto a la placa de la camioneta, él me las iba a pagar, y sabía bien quien podría ayudarme con eso.

Pero entonces supe que el Karma es una perra, porque aquello que hice con eso de capturar la placa patente, de nada me iba a servir, y todas mis dudas se despejaron en un impactante segundo, cuando el regordete conductor por fin descendió del vehículo, disipando mi más grande interrogante, y lo hizo para ponerle sobre la cabeza una desteñida gorra de béisbol. 

Si Tú Me AmarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora