Capítulo 22

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Por la mañana, no me pude levantar. Me ardía todo el cuerpo, sentía el cerebro como una gelatina y tengo frío y calor al mismo tiempo.

Llamaron a mi puerta.

Lisa, se te hace tarde —es Ariana.

—... —no pude responder ni moverme.

Volvió a tocar, luego, a la tercera, abrió.

—Lisa —murmuró, acercándose con cautela, ya que estaba escondida bajo las mantas—. Lisa —me destapó la cara—. Estás enferma —anunció. Enseguida tocó mi frente—. Cariño, tienes fiebre —se angustió.

—... —me quejé y quise ocultar la cabeza.

—No, no, no —volvió a descubrirme y se llevó toda la manta—. Ahora vuelvo.

Ariana me puso un paño húmedo en la frente, también me dio medicamento. No iba a ir a un hospital, no me gustan.

Por otro lado, no es tan grave, solo es fiebre... que me hace sentir que me estoy rompiendo en pedazos.

Dormí toda la mañana y parte de la tarde.

De niña, solía enfermarme de gripe muy seguido, en cambio, hace mucho que no pasaba por esto. Es tan horrible como antes.

Abrí los ojos, posterior a haber dormido en lo profundo, y pensé buscar mi teléfono para ver la hora, aunque estoy segura de que ya es tarde para ir al trabajo.

Me ardieron los ojos, por lo que intenté limpiarme, sin embargo, al halar mi mano, otra me la detuvo.

Es Julieta. Se encuentra a media cama, sentada en el piso y con la cabeza recostada cerca de mi estómago. Está dormida.

Levanté medio cuerpo. ¿Por qué está aquí? Con la mano libre, toqué su cabeza.

—Julieta —le hablé—. Oye —la moví un poco y empezó a despertarse.

—... ¿Qué hora es? —frunció el ceño. También quiso pasarse las manos por los ojos y se encontró con mi mano.

La solté, así como ella a mí.

—No sé —del buró tomé mi teléfono para ver la hora—. Son las 5:30 —anuncié—. ¿Qué haces aquí? —pregunté al bajar de la cama.

—Me dijeron que estabas enferma y vine a verte —se puso de pie—. Clara y Mike me acompañaron, pero se fueron hace... —rodeó los ojos—, tres horas.

Tomé agua de la que Ariana dejó para mí y me recargué en un mueble.

—¿Llevas tres horas aquí? —Asintió—. No tenías que venir.

—Te dije que me preocupo por ti, además, fuiste tú la que no me dejó ir.

—... —enserié—. ¿Disculpa?

—Vinimos, nos aseguramos de que siguieras con vida, me agarraste la mano y no me soltaste, por eso se fueron tus amigos y yo me quedé.

—... No —me reí—, yo no pude haber hecho eso —devolví el vaso a la mesa.

—Pregúntales.

Desvié la vista, pensando. No recuerdo nada, ni siquiera haber despertado luego de que Ariana vino en la mañana.

Abrieron sin llamar antes.

—Oh, perdón, pensé que seguían dormidas —se disculpó Ariana—. ¿Cómo te sientes? —me preguntó.

—Mejor.

—Tienes que comer, no has comido nada en todo el día —indicó y se dirigió a Julieta—. Acompáñanos, hija.

En el vino y el café | TERMINADA/EN FÍSICO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora