Capítulo 26

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Luego de cenar, volvimos a pie, las calles no estaban tan solitarias u oscuras y quería bajar la comida.

—¿Hace mucho que vives aquí? —preguntó mientras caminábamos.

—Unos meses, tres y medio, para ser más exacta.

—¿Tres?

—Sí —respondí con orgullo—, de hecho, algunos de los lugares a los que te llevé los conocí hoy —le sonreí.

—Eres toda una estafadora —me acusó.

—Fue divertido —aseguré—. Cuando era niña, venía con mis padres, por eso no me pierdo tan fácil.

—Y tus padres...

—Ellos viven en San Rafael. Yo estoy aquí con mis tíos, por la escuela —completé—. Los visito cada fin de semana.

—¿Y hoy?

—... Ya los vi mucho —arrugué la nariz.

—¿Fue difícil separarte de ellos?

Miré al frente y tragué saliva, luego enaltecí la cabeza y la sacudí.

—No tanto, lo iba a hacer algún día. Y venir aquí fue agradable —aseguré—. Recuerdo que tenía una pulsera de la suerte que me hizo mi mamá hace varios años para no perderme y, el mismo día que llegué, me encontré con una niña llorando en la calle, se la puse, entonces dejó de llorar. A mí me sirvió para terminar de desprenderme de mi casa y espero que a ella le haya servido de algo.

Lo que le conté no fue mentira, aunque en realidad es poco lo que tengo en la memoria de aquella niña.

—Estoy seguro de que sí —aseguró con cordialidad.

Nos detuvimos delante de la casa de Iñaki. No va a entrar porque no quiero que esto llegue a hacerse un conflicto con Linette, quien piensa que tengo novia.

—De verdad me divertí —dije con sinceridad.

Advertí que se acercó, con expresión seria. Colocó una mano en mi brazo, luego se inclinó. Ladeé la cabeza y, a unos centímetros, Bella ladró.

Me reí, apartándome.

—Eso... arruinó el ambiente —expresó él, también riéndose. Asentí, mordiéndome el labio.

—Nos vemos después —dije para acabar con esto, con la incomodidad.

Entré tras la reja, a lo que Ariel se fue, cerré y me volví hacia Bella, quien me veía con expresión inocente, como si no supiera lo que había hecho.

Nada más le acaricié la cabeza.

Todos estaban en sus habitaciones, así que subí hasta la mía, me quité las botas y me acosté en la cama.

Suspiré con una mano en el estómago.

El domingo, me di un baño bastante temprano, hice quehaceres, tareas, entre otras cosas, y fui a casa de Julieta al mismo horario de siempre. Me había enviado un texto que vi hasta hoy en la mañana, para decirme que me fuera con cuidado y que me esperaba hoy.

Toqué el timbre poco después de las cinco. Hoy no estaba su familia; no escuché a nadie ni vi a nadie cuando pasamos por la sala.

—¿Ya tienes una respuesta? —preguntó al tomar asiento en la cama, mientras que yo en el asiento colgante.

—Antes, había algo que te quería preguntar porque me lo preguntaron —Bebí del agua helada que me dio—. ¿Cómo fue que empezamos a salir?

—... —lo pensó—. Yo siempre les he dicho que tú me lo pediste.

En el vino y el café | TERMINADA/EN FÍSICO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora