En el vino y el café | TERMINADA/EN FÍSICO | ©

Capítulo 8

Ya que guardó silencio, lo hice yo también, sin embargo, veo que ella está nerviosa y yo estaba pensando en lo que dijo.

Entendí su propuesta, lo que no capté fue el fin.

—¿Eso de qué te va a servir? —pregunté al cabo de unos minutos.

—Me van a responder si saben que no estoy sola, el resto del Consejo tiene sus propias labores, y necesito a alguien con quien sea más cercana.

—¿Por qué yo?

—... No es ofensa, pero, en la escuela muchos te tienen miedo, sino es que todos —repuso lo último para sí—. Si tú y yo tenemos ese tipo de relación, me ganaría el respeto en base al miedo.

—¿Por qué no se lo pides a Clara o Mike? —sugerí.

Desde antes de que yo llegara a esa escuela, a ellos dos ya les tenían miedo, además, también está aquel bravucón que, si bien es un tanto atolondrado, responde con la apariencia.

—Clara es muy dada a coquetear con muchas chicas, si parece que me engañó, todo sería contraproducente, y Mike..., no estoy segura de cuántos saben que es gay y, en algún momento, lo sabrán todos.

Me miró.

—¿Qué? —enserié.

—... Clara tiende a...

—No, no, no —la detuve—. ¿Dijiste que Mike es gay?

—... Sí..., ¿no sabías?

—No me di cuenta —fijé la vista en la nada. Creí que solo era un tanto cuidadoso con su apariencia y tenía poca tolerancia hacia las chicas, no me imaginé que fuera gay—. En fin —me puse de pie—, agradezco que me tomaras en cuenta, pero no.

—¿Puedes pensarlo un poco? —se incorporó también—. Te puedo dar algo a cambio.

—En serio, no —caminé a la puerta y abrí—. Espero que encuentres a alguien que pueda ayudarte —dije antes de salir.

Al bajar a la sala, me crucé con el hermano que volvía de la cocina con un bote de palomitas de maíz.

Me miró mientras metía una a su boca. Sin decir una palabra, me ofreció.

—No, gracias —terminé de irme.

Mientras volvía a casa de Iñaki, caminando, ahora que vi que en realidad no hay manera de que me pierda, pensé en que para mañana debo entregar un avance de investigación y ni siquiera lo he empezado.

Ya que Clara procrastina igual que yo, estuve hablando por teléfono con ella mientras escribía las diez mil palabras de avance que solicitó la profesora. Parece que no voy a poder dormir.

—¿No crees que canta lindo? —preguntó.

—¿Quién?

—¡La Presidenta! ¿Quién más?

—Supongo... —me estiré hacia los pies de la cama para buscar un libro. Es absurdo que, trabajando en una librería, no haya hecho esto allá, lo dejaron hace una semana.

—Pero te digo que tiene un pretendiente, así que tienes que...

—Clara —la interrumpí—, no me interesa esa niña y tengo mucho que hacer.

—Tú fuiste la que dijo que habláramos —se quejó.

—Para que me mantuvieras despierta, no para que me distrajeras —repuse.

—Bien...

Seguimos trabajando y hablando eventualmente para comprobar que la otra siguiera despierta. Clara se durmió un par de veces, porque la escuché gruñir.