Capítulo 30

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La miré a los ojos, buscando cualquier señal de arrepentimiento, porque, sino no sale bien, será un completo desastre. Es su timidez lo que siempre está de por medio.

Por supuesto, estaba sonrojada e inquieta, en cambio, decidida. Había mucho ímpetu en su mirada.

Recogí su cabello, del mismo modo que antes. Mi distancia ya era suficiente, así que solo tomé su rostro con una mano, me estiré un poco, ella ladeó la cabeza al igual que yo y nos besamos, aunque yo me hice cargo de todo, porque su nerviosismo no la dejó hacerlo como hace dos días.

No sabía cuánto tiempo debía hacerlo, por lo que no me separé hasta que gritaron mi nombre. No estoy segura, pero creo que fueron los mismos diez segundos.

Momentos después, en los vestidores, estaba frente a mi casillero sacando mi ropa para cambiarme y Clara me golpeó en el trasero con una playera.

Extendí una mano para empujarle la cabeza.

—¿Qué? —habló con inocencia, enderezándose—. Me antojaste comiéndote a July en el patio —se recargó en su casillero con los brazos cruzados.

—No le gusta que le digan así —repuse sacando cosas de mi casillero—. Y no me estaba comiendo a nadie.

—Di lo que quieras, pero todos lo vimos —apuntó con seriedad.

Comenzó a cambiarse y yo también, solo que en un cubículo de las duchas.

Un día más tarde, en la librería, recibimos un tiraje, con lo que aproveché para enseñarle a este niño cómo revisar lo que hay en stock para comunicárselo a Maite y que ella haga el pedido, pues eso no es trabajo nuestro.

—¿Y si es algo que no se vende? —cuestionó desde el mostrador.

Yo estoy acomodando los nuevos ejemplares.

—No importa. Maite decide si se piden o no.

—¿No podemos hacer sugerencias?

—No, yo hago lo que ella me dice y tú lo que yo digo —indiqué.

—... —suspiró—. No soy tu sirviente.

—Disculpa, yo soy la que lleva más tiempo aquí, te estoy dando capacitación ¡y gratis! —le apunté con un dedo—, así que no me respondas y haz lo que te digo.

El chico sulfurado se fue azotando los pies hacia el sanitario.

Al volverme hacia la puerta, vi que habían llegado los del Consejo. Nunca los escuché entrar.

—Venimos...

—Sí, ya sé —interrumpí a alguien—. Adelante.

Caminé hacia el mostrador. Julieta se acercó justo en cuanto me recargué.

—¿Quién es? —preguntó en voz baja, haciendo referencia al niño.

—Entró a trabajar el fin de semana y Maite me lo dejó encargado. Es simpático, pero me discute todo.

Sonrió.

—Parece que se llevan bien.

—¿Tú crees? —repuse, a lo que asintió.

—Por cierto, el beso de ayer, sacó la basura de la bodega que llevaba meses pidiendo que la sacaran.

—Me alegro —hablé sin mucho interés. Eché un vistazo hacia las mesas donde están aquellos, mirándonos—. ¿Si te beso justo ahora, me lo cuentas? —cuestioné en voz baja.

Si bien dijo que sí con un movimiento, se sonrojó.

Me incliné.

Este beso fue mucho más rápido, de dos o tres segundos. Creo que, sentir que no la están mirando, no la pone tan nerviosa, aunque, de todas maneras, ella no hizo nada en realidad.

En el vino y el café | TERMINADA/EN FÍSICO | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora