Gracias! (poema para mi gato)

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Son pasadas las 3 de la mañana, me sentí muy raro durante todo el día. Agotamiento extremo, tanto físico como mental...
Recorrí la rutina sin demasiados sobresaltos, sentía que se avecinaba una simple gripe típica de la estación del año en curso.
Fueron pasando las horas, y todo se potenció: temblores en los parpados, maños y pies. Dolor de cabeza y de nuca, perdí el apetito y el sueño.
"Parece que esta gripe viene mucho más violenta de lo que imaginaba", pensé. Sintiéndome muy afiebrado, trataba de caminar para calmar esas malditas ansias que de repente se hicieron presente. Ahí comencé a sentir que no era normal.
"Soy un hombre fuerte, sano, que hace deportes" volví a pensar.
Que me está pasando? Encerrado en mi habitación, no hay a quien pedirle ayuda. Tampoco sé si podrían venir en mi auxilio a tan altas horas de la madrugada.
"Trata de calmarte, intenta dormir. Vamos a la cama, pon la mente en blanco y seguramente el sueño llegará sólo" me dije a mi mismo.
Y ese fue un nuevo error. Porque bien me cambié, me puse mi pijama y abrí las mantas para meterme en mis aposentos, un escalofrío indisoluble, intimidante, recorrió cada parte de mi piel y mi espina dorsal.
Ahí, pude darme cuenta de que era un viejo amigo, un poderoso ataque de pánico...
Tras la sumatoria de que estaba empezando a enfermar mi físico, llega este ataque para atormentar mi mente.
Todos mis sentidos están en alerta, no es como los que pude enfrentar hace tanto tiempo. Viene fuerte, brioso, esta encajado en mi cabeza y me impide pensar con coherencia...
Intento llamar a mi psicóloga, pero esta no me atiende las llamadas. Supongo que duerme. Necesito ayuda.
Me encierro en mi armario, sigo alerta al silencio. Se escucha algún que otro ruido del viento, quizás sea una hoja que cayó en alguna azotea o el ruido de un vehículo que proviene de la calle. No logro visualizar nada, mi vista, mente y mis sentidos siguen en alerta, como si el peligro estuviera acechando sin miramientos...
De repente, veo a mi niño acurrucado al lado mío, dentro del armario. Mordiendo mi ropa, en el brazo, intentando sacarme de allí...
No lo dejé, el miedo era cada vez mayor!
Simplemente se quedó ahí, al lado mío. Ronroneando, mirándome, de vez en cuando me acariciaba con su cabeza...
Siento un golpe de una ventana que se abre en algún edificio aledaño. Lloro, no puedo contenerme. Sigo sintiendo que algo o alguien me hará daño en cualquier momento y no tendré el valor de defenderme.
Estoy paralizado. Suplicando al Señor que solo sea un mal sueño...
Mi gato cambia de posición. Se sube a mis piernas, ronronea más fuerte, mirándome. De a poco voy ganando un poco más de calma, simplemente mirándolo...
Empiezo a cantar una canción que compuse para él hace muchos años, mientras trato de hacer los ejercicios visuales y táctiles que me recomendó mi terapeuta hace tanto tiempo.
Levanto a Ricky en mis brazos, salgo despacito del placard, sigo cantando, aún atento al exterior. Él no pide que lo baje, se queda ahí, mirándome con todo el amor del mundo.
Abro la cama. Me acuesto, pero la sensación sigue latente...
A estas horas, donde ya recuperé la cordura (aunque aún quedan un par de vestigios) puedo decirles con amor y sin lugar a dudas de que Ricky me salvó. Y les prometo que ya perdí la cuenta de cuantas veces lo hizo...
Hay veces que la gente no entiende del amor que les tememos a nuestras mascotas, y viceversa. Ojalá pudiera hacer que eso cambie, si estuviera en mis manos lo haría. Y ahora, que lo tengo durmiendo aquí a mi lado, puedo volver a decirle una vieja frase mirándolo a los ojos:
"Todos creen que yo te rescaté, pero no fue así. Ricky vino a rescatarme a mi, a demostrarme que el amor existe de verdad. Que las mascotas no sean eternas, es un fraude al alma..."

Amor, desamor y otras formas de morir (parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora