Hombre de hierro, muñeco de hojalata.

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Hay momentos demasiado duros, en los cuales el corazón se diluye entre sombras de melancolía y viejas aflicciones.
Los sentidos pierden sentido, nada importa, y sólo deseas que el dolor se esfume...
Aquellas gotas que bebimos, sangre de futuras sangres, son lágrimas a las cuales no le encontramos destino aparente.
Te acostumbras a ver los días pasar, sin pociones con las cuales cubrirse, en situaciones que sientes que no creaste pero que al fin y al cabo te afectan más de lo que debieran.
El alma se congela, ya no buscamos las fuerzas o las ganas, solo necesitas perderte por las calles sin rumbo fijo.
Quizás nunca nos fuimos, pero el coraje no te deja desarmar el equipaje. Y ni siquiera comenzamos a guardar nuestras miserias!
¿Soy un hombre de hierro o un muñeco de hojalata?
Es más fácil conjugar palabras que siquiera intentar buscar el significado.
Quizás tuviera esa manía de cambiar esta situación... pero mis mañanas son siempre iguales.
Ya no tengo edad, tampoco verdades.
Ya murieron todos aquellos fuegos que ardían con la voracidad de un pequeño y gran deseo.
Mis sueños están abarrotados de inviernos calurosos.
Impulsos aprensivos, escapes cubiertos de cadenas.
Todos queremos un nuevo reto, quizás algún que otro propósito, para poder huir...
¿Cuando el espejo dejó de devolverme la imagen que necesitaba ver?
Que lejos se siente todo cuando uno está herido...
Un hilo de voz lanza al viento un último grito de desesperación.
Espero que haya un lugar donde no existe el mal, los malos purificados y que tampoco pase el tiempo. Porque necesito mudarme allí, para que los errores no me sigan persiguiendo.
Ojalá algún día podamos escuchar la voz de la brisa, esa que llega con la paz de saberse a salvo.
Y si, más pronto que antes me di por vencido... y sin combatir.
Es que aún no logro descifrar si ese hombre de hierro que creí ser, siempre fue aquel muñeco de hojalata frágil y esquizofrenico. Hasta puedo confundirlos, que más da.
Nunca aprendí que las partidas tienen un final, que la reina es la pieza más importante en el ajedrez y que ser hereje es el papel más sobrevalorado.
Llevo en mi piel demasiados cargos de sacrilegio. Y ninguna razón...
¿Cuanta tortura más deberé soportar?
Fui el creador de mi propia hoguera...
No puedo retractarme. Demasiadas respiraciones ajenas están acumuladas en mi zona de confort, ahí donde dejé mis canciones de amor y las cartas que nunca envié.
No quiero esperar a que mi propia suerte sea el letal veneno.
La justicia jamás fue justa, pero en mis enojos pude aprender más de lo que creí posible.
Tendré que ponerle fin a esta maldición... veamos que sucede cuando la sangre se haga agua, cuando la hiel se convierta en excedencia.
¿Habrá alguien que me llore?
Tal vez...
Siempre dije que en mis poemas pedía ayuda a gritos, pero nadie podía oírme. O nadie quería escucharme.
Un final escrito a pequeñas voces... más de la cuenta.
No sé cuál soy, pero si sé que no seré más. O menos, da igual.
Cuando el mundo lance su mejor golpe, recuerda que yo ya estuve allí... y no se lo deseo a nadie.

Amor, desamor y otras formas de morir (parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora