veinticinco

1.8K 106 23
                                    

El hilo de líquido rojo vivo corría desde mi entrepierna hasta casi mis rodillas, y no entendía porque no me había dado cuenta que había comenzado a sangrar. No tenía dolor, nada de dolor.

Comencé a sollozar asustada, con mucho esfuerzo logre controlar mis piernas que temblaban y pude pararme de la cama para después rápidamente buscar otra pijama que ponerme encima.

Voltee hacia atrás a donde tenía una ropa, y encima de todo aquel bulto lo que resaltaba a primera vista era una cartera café.

Así que era eso lo que había descubierto la acción de Felipe horas atrás.

Negué con la cabeza y me puse una camiseta holgada junto con unos pants de algodón muy sueltos para no irlos a ensuciar.

Entonces salí con temor de la habitación a pasos cortos cuidando que nadie estuviera en el pasillo hasta que llegue al baño.

En cuanto entre cerré la puerta con seguro, me despoje de los pantalones y pensé en meterme a bañar, pero el temblor se mis piernas y la poca fuerza que sentía en mi cuerpo no me lo permitieron, así que solamente abrí el chorro de agua y mojé una pequeña toalla para después comenzar a limpiar mis piernas con delicadeza.

Ya había dejado de llorar, ahora solo me concentraba en quitar todo rastro de sangre en mi cuerpo.

Y todo estaba transcurriendo con normalidad, hasta que escuché como tocaban la puerta.

—Está ocupado.—murmure en voz lo suficientemente alta para que se escuchara.

—¿Todo bien?.—al instante reconocí la voz. Era Doña norma.

—Si, todo bien, ya salgo.—respondí tirando la toalla al bote de basura doblado para que no se viera la parte manchada.

Luego volví a ponerme mi ropa y le baje al baño para disimular, lave mis manos y luego de respirar profundamente abrí la puerta.

—Ya puede entrar.—respondí con una falsa sonrisa.

—Gracias mija.—respondió mi suegra sonriendo de vuelta.

Yo solo asentí y caminé de vuelta a la habitación.

Abrí temerosa la puerta deseando no encontrarme a Óscar ahí, y para mi suerte no lo estaba. No había nadie ahí.

Suspire aliviada y entre.

El sueño se me había ido por completo, así que solamente me senté en la cama y miré por todos lados esperando que todo esto acabara.

Hasta que se pronto comencé a sentir una pequeña presión en mi vientre bajo, como un cólico pero más agudo.

Poco a poco comencé a doblarme intentando aliviar el dolor, pase mis manos por esta área sobándome.

—Auch, auch.—gemí de dolor.

No era un dolor constante, más bien eran pequeños calambres que llegaban de manera intermitente.

—¿Alana, segura que estás bien?.

De tanto dolor que sentía, no me había percatado que la puerta había sido abierta y que doña Norma está de nuevo mirándome desde el umbral con una mirada preocupada.

—Yo...—intente responder, pero otra punzada me interrumpió.

—Encontré una toalla con sangre en el baño, ¿que tienes? ¿Es tu menstruación?.—se preocupó.

Dios, me moriría de vergüenza.

—No, no, lo qué pasa es que...—comencé a buscar una excusa, pero de nuevo comencé a sentir el dolor y mi cara lo descubrió.

Ella y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora