Ella y yo
Dos locos viviendo una aventura
Castigada por Dios
Un laberinto sin salida
En donde el miedo se convierte en amor
Alana Guzmán estaba enamorada.
Enamorada de un Álvarez.
Su mundo entero era su novio y sus ojos.
Alana estaba perdidamen...
La llamada se cortó al mismo que tiempo que lo hizo mi respiración. Gracias al cielo no había tráfico tras de mi pues seguramente hubiera terminado causando un accidente por frenar de la manera en que lo hice.
Mi cuerpo completo comenzó a temblar y pise aún más el acelerador ahora con el corazón en la garganta esperando llegar a tiempo.
Estaba aterrado, sólo podía pensar en lo peor.
Perdí la conciencia de cuánto tiempo había pasado o del camino que recorrí, sólo supe que llegue al fraccionamiento, y para mi mala suerte el guardia no estaba en la cabina, así que no lo pensé y encendí las luces intermitentes, saqué la llave y me baje hasta salir corriendo hacia la que es mi casa.
Corrí por todo el camino, corrí y corrí hasta que a lo lejos pude observar las luces rojas y el sonido tan espantoso de una ambulancia.
Mis sentidos se agudizaron aún más y me sentí volar de lo rápido que corrí hasta que logré ver a un grupo de personas rodeando la casa.
—Quítate, quítate.—fui haciéndome espacio entre la gente hasta llegar a donde los paramédicos estaban.
—Joven, no puede pasar.—un señor me detuvo por el pecho evitando que siguiera caminando.
—¡ES MI CASA! ESTA ES MI CASA!.—le grite quitando sus manos de encima de mi.
Las miradas de todos los demás paramédicos se dirigieron a mi con lástima, entonces el señor se hizo a un lado pero me tomó por el brazo.
—Joven, yo le recomendaría que no entrara.—me dijo en voz baja.
Mi corazón comenzó a romperse y las gotas saladas se formaron en mis irritados ojos.
—Déjeme pasar.—mi voz salió en un hilo.
El paramédico apretó mi hombro y escuché como soltó un largo y doloroso suspiro.
Y así, sin decir nada más comenzó a caminar lentamente hacia la entrada de la casa bajo la atenta mirada de todos los que se encontraban expectantes al rededor.
Entre y cerré mis ojos. No había visto nada aún, pero aún así los cerré y le rogué a Dios por que todo estuviera bien. Por que ella estuviera sana.
No fue hasta que di un paso más y el horrible olor metálico de la sangre golpeó mis fosas nasales haciéndome sollozar.
Poco a poco, con el corazón en la mano y sintiendo que moría por dentro abrí mis ojos, solo para encontrarme con la imagen mas aterradora de mi vida.
Con la imagen que me perseguiría hasta el final de mis tiempos.
Alana estaba en el piso, recostada encima de una camilla de esas móviles que cargaban los de la Cruz roja.
Más de tres personas estaban arrodilladas a su lado haciendo maniobras, mientras que un charco de sangre pintó de rojo aquel blanco piso de cerámica que tantas veces mi mamá nos ordenó que no ensuciáramos.
Kevin, no entres con los zapatos sucios, vas a llenar el piso de pasto y tierra.
Felipe, no metas a Mushu caminando recién que salen a pasearlo, llenará el piso de pipí y suciedad.
Óscar....Óscar.
Óscar, ¿que hiciste?
¿Que hiciste? ¿Que hiciste? ¿Que hiciste?
El llanto explotó y caí al piso arrodillado a pesar de que el señor jamás me soltó.
Caí al piso y escondí mi rostro entre mis manos sintiendo como la vida de me iba poco a al verla de esa manera.
—¡Joven!.—el paramédico me tomó de los hombros y me levanto, sosteniéndome contra su cuerpo.
—¿Q-que...que..qq-que te hicieron mi niña?.—me acerque a donde su cuerpo se encontraba inconsciente y me tiré de nuevo al piso hasta tenerla cerca de mi.
Sus ojitos estaban cerrados, su piel se veía pálida, en su cuello había un collarín cervical para estabilizar su cuello y asegurarse de su inmovilización. Sus manos caían suavemente en el piso, y por sus piernas corría un camino de sangre que llegaba hasta sus pies.
—Al parecer cayo por las escaleras, abrió su cabeza y quedó inconsciente, pero.—pausó.—el sangrarado en sus piernas creemos que puede significar que...
—perdió al bebé.—termine su frase con un susurro que caló en mi corazón.
¿Y si esto era mi culpa?
Yo le dije, yo le dije que iríamos y lo abortara. Yo le dije que lo abortara. Yo...yo.
—Aún no lo sabemos, cuando llegamos no había nadie y ella ya había perdido la consciencia así que no pudimos hablar con nadie. Pero...
—Pero...¿ella estará bien?.—pregunte temeroso sin dejar de ver su cuerpo.
—Podemos asegúrale que si. No parece que hayan fracturas de huesos o alguna lesión de mayor gravedad, pero aún así tenemos que llevarla.—mire como los cuatro paramédicos tomaban cada uno un lado de la camilla y metían su mano por los hoyos que había en esta para después levantarla en peso y comenzar a caminar a la salida.
—Yo...yo ire.—seque con mi pantalón la sangre y sudor de mis manos y caminé con la cabeza agachada hasta donde estaba la ambulancia.
Las puertas se abrieron y a ella la subieron a otra camilla, y yo entré luego.
Ya estaban apunto de cerrar las puertas cuando pude ver a mi mamá mirando a lo lejos con mushu en sus brazos.
No pude soportar su mirada y me giré para terminar de cerrar la puerta y sentarme a un lado de la camilla donde mi mujer reposaba.
—Ella estará bien, ¿verdad? ¿Verdad que lo estará?.—le pregunté a la muchacha que estaba al lado mirando una pequeña máquina que comenzaba a hacer el tan famoso pitido de los latidos de su corazón.
—Lo estará.—me aseguro volteando a verme para después poner su mano sobre la mía.
Suspire aliviado y la mire a la cara.
—Pero, el feto no sobrevivirá. No tiene posibilidades.—su mirada camino y dejó la máquina para acercarse más a mi.
—Lo siento Kevin.—ella me conocía.
De inmediato me incomode y aparte mi mano de la suya para ahora tomar con ambas la delgada y fría mano de mi amada y ponerla en mis labios suavemente.
—Todo estará bien, mi amor.
—¡HEY! TENGO UN PULSO. El bebé está vivo.
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