cuarenta y dos

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El se había dado cuenta de lo que estaba pasando desde que llegó de pasear al perro y miró el Audi gris mal estacionado fuera de la casa.

Rápidamente entró a la casa y subió a donde, efectivamente, sabía que el se encontraba en aquella habitación.

—Ella ya no vive aquí, Kevin.—sus grandes ojos marrones rápidamente miraron a su hermano mayor.

—¿Qué?.—su rostro palideció.

—Ayer se mudó, Kevin.—volvió a explicar con el tono más suave que pudo.

—No te entiendo.

A veces su actitud lo desesperaba demasiado, ¿acaso era tan difícil de entender?

—Ayer se que de la casa, ya no vive aquí.

—Si! ¿Pero a donde vergas se fue?.—comenzaba a desesperarse, y el lo sabía.

—Ella esta bien, estará bien.

—¡Eso no es lo que quiero saber! ¿En donde esta Felipe? Dímelo.

¿Donde estaba ella?

¿Realmente lo quería saber?

No, no lo hacía.

(...)

La puerta sonó desde temprano, eran las cuatro de la tarde y yo acababa de salirme de bañar después de pasar todo el día acomodando y arreglando las últimas cosas que faltaban en su departamento.

Aún no estaba totalmente listo, todavía faltaban mucho detalles por pulir y cosas que comprar para decorar, pero ya podría decirse que estaba lista para volver a mi vida sola.

La noche fue difícil, y las imágenes que rondaban por internet de Kevin en un festival de música con una morena despampanante tampoco ayudaron de mucho, supongo que simplemente se cansó de mi y los problemas que contraía.

Realmente me había arrepentido un poco de haber rechazado la oferta de los hermanos Álvarez de pasar la noche con ella para que estuviera segura, pero no pudo aceptarlo, hasta había negado la idea de doña norma de que ambas hiciéramos una pijamada con mascarillas, vino y películas. Tentador.

Pero esto era algo que yo sola tenía que hacer, era un paso que tenía que dar si no sólo estaría alargando mi sufrimiento, y mi inseguridad que no me permitía verme que era totalmente capaz de ser independiente.

Pero, sobreviví.

Un día a la vez, un día a la vez.

Y no estaba esperando visitas, es por eso que cuando el timbre sonó me extrañé un poco.

Me puse mis chanclas y una sudadera encima de mi blusa de pijama de tirantes y fui hasta la entrada.

—¿Quien?.—pregunté.

—Soy yo, Alana.

¿Y eso?

Rápido abrí la puerta dejándome ver a Óscar parado frente a mi departamento con una bolsa de comida China en la mano.

—¿Que haces aquí, Óscar?.—pregunté extrañada.

—Traje comida.—levantó la bolsa transparente que ya había visto antes.

—Si lo vi.—reí.—Pero, ¿por qué? Me hubieras avisando antes...—le dije mientras me hacía a un lado para que pasara.

—Pues andaba por los rumbos y quise venir a ver cómo andabas.—respondió entrando al lugar.

—Ay Óscar.—lo mire incrédula, sabía que no andaba por estos rumbos.

—Bueno bueno.—se rió un poco.—Quise venir a hablar de otra cosa contigo.

—¿Que pasó, de que querías hablar?.—comencé a caminar rumbo a la cocina para sacar algo de beber y unos platos.

—Es que anoche me quede pensando unas cosas, y creo que te debo una explicación.—me siguió.

—Bueno, pero primero comemos, ¿te parece bien?.—el asintió y unos minutos después comenzamos a comer en silencio mientras veíamos una película que estaban pasando por la televisión.

Como media hora después terminamos de comer, recogí las cosas y tiré la basura dispuesta a devolverme al sillón y tener aquella conversación que Óscar quería tener.

—¿Entonces?.—me senté a su lado subiendo los pies al sillón.

Óscar suspiro y despeinó su cabello.

—Creo que te debo una explicación.—comenzó.

—Óscar...—ya sabía a donde iba a tomar rumbo la conversación.

—No, no...tengo que explicarte que sucedió.—insistió.

—De verdad, yo ya dejé este tema atrás.—me atreví a poner mi mano encima de la suya como muestra de apoyo.

Realmente, más que por el, era por mi. Mi salud mental no estaba preparada para revivir todo lo que sucedió con el en el pasado, prefería mantenerme así como lo estaba haciendo hasta hoy, viendo hacia el futuro y nada más.

—Pero yo...

—Óscar, te perdono. Lo que fuera que haya pasado ya sucedió, ahora podemos avanzar.—sus ojos me vieron a los míos por primera vez desde que la conversación inició.

Yo sonreí levemente y el hizo lo mismo mostrándome su sonrisita ladina.

Entonces su otra mano se colocó encima de la mía y le dio un pequeño apretón.

Los dos nos mantuvimos en silencio unos segundos, poco a poco el se fue acercando cada vez más a mi.

—Óscar, no...—susurre sin dejar de verlo.

—Alana, yo.—no se detuvo, al contrario se acercó a un más.—Un último besó, un beso de despedida.—suplicó.

No, no podía hacerlo.

—Óscar...

—Uno solo.—me interrumpió.—Uno solo para poder olvidar todo aquello que te hice pasar y poder quedar en paz.—pidió de nuevo.

Es que yo no podía hacer eso, mi corazón no me lo permitía.

Pero al verlo tan cerca de mi, con esos ojos que alguna vez me cautivaron, con ese olor que una vez fue mi favorito...el...los recuerdos...los momentos.

Mis ojos se cerraron, y entonces sentí el roce de sus labios encima de los míos chocar con lentitud.

Aquello que se sentía tan bien...pero a la vez tan mal.

La soledad, el dolor, el abandono de Kevin y las viejas memorias que se atesoraban en mi mente me hicieron una mala jugada.

Una horrible jugada que provocó que terminara aceptando el beso con mi mente en Blanco.

Hasta que, el timbre volvió a sonar.

Una vez.

Dos veces.

Tres veces.

Tocaban con desesperación.

Me separé del beso y pensando que era una emergencia por la insistencia en la que sonaba el timbre y el golpeteo de la puerta, abrí para descubrir al chico detrás de mi puerta.

Y el color dee mi rostro desapareció.

—Kevin...

q desmADreeeeeeeee

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q desmADreeeeeeeee

Ella y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora