veinticuatro

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Sentía mi cabeza explotar, nunca hubiera imaginado que el tráfico en la Ciudad de México en la madrugada fuera igual o peor que en el día. Pero por fin habíamos llegado.

Felipe con mucho esfuerzo logró meter a Kevin a la casa e irlo a acostar a su habitación, el ya había despertado pero no decía ni hacía nada, simplemente murmuraba cosas sin sentido y volvía a cerrar los ojos para dormir.

—Alana, ¿puedes cuidarlo en lo que voy a preparar un café?.—pregunto Felipe una vez que su hermano quedó acostado en la cama.

—Si Felipe, aquí me quedo al pendiente.—respondí sentándome en una orilla de la cama.

El solo asintió y salió del cuarto dejándonos a los dos solos.

Comencé a analizarlo a detalle, Kevin se removía incómodo por la cama.

Lentamente me paré y acerque a él para quitarle los tenis y desabrocharle el pantalón para que estuviera cómodo.

Le quite esas prendas y ya iba a alejarme cuando lo escuché murmurar.

—Felipe...pipe.—murmuró.

—Shh ahorita viene Kev, duérmete.—susurre cerca de él.

—Óscar...

Mi piel se erizo al escucharlo mencionar al menor.

—Ahorita viene también, descansa.—iba a alejarme cuando otro nombre salió de su boca.

—Alana...mi amor.

—Kevin.—respondí.

Y parecía que reconoció mi voz pues sus ojos se entreabrieron y recorrieron la habitación hasta que se encontraron con los míos.

—Alana...—sonrió.

—Hola Kevin.—respondí sonriéndole de vuelta.

El se movió a un lado y luego extendió los brazos para que me recostara sobre el.

—Kevin.

—Flaca.

Suspire derrotada sabiendo que no se iba a rendir y me senté de nuevo en la orilla pero ahora a su lado.

—Acuéstate.—pidió con los ojitos brillosos.

Cuidadosamente estire mis piernas y me recosté a un lado de él, pero todavía bastante alejados.

—Ven.—estiró su mano y me jalo del brazo hasta quedarme acostada a su lado.

No pude más, no aguante y terminé abrazado a él.

—Alana...—murmuró sobre mi pecho.

—¿Mmm?.—respondí,

—Es una pesadilla, ¿verdad?.—apenas y podía entenderle.

—¿Que es una pesadilla, Kev?.—dije mientras comenzaba a acariciar su cabello suavemente.

—Esto.—entonces su mano bajo a mi vientre.

Mis ojos se cristalizaron y sentí mi pecho temblar de dolor.

—Kevin...—respondí.

—No quiero, no quiero que tengas su bebé.

—Kevin, por favor...

—Flaca, mi amor...

—Perdón Kevin, perdóname.—susurre abrazándolo con fuerza.

Temía que esté fuera nuestro último abrazo, me aterraba el pensamiento de él pasó de los días sin el, de una vida sin el.

—Tengo miedo.—respondió.

Ella y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora