treinta y dos

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Todo estaba en silencio, el ambiente hostil, las respiraciones pesadas de todos en el lugar y el suave rechinado del aire contra la pesada puerta de madera era lo único que se escuchaba en la habitación.

Era algo horrible, espantoso.

No podía soportar más esta tortura que estaba acabando poco a poco conmigo.

A mi lado, doña Norma sostenía mi mano con fuerza, la acariciaba y tomaba con mucha delicadeza y suavidad.

Por otro lado estaban los tres hermanos, sentados en el otro sillón todos con diferentes muecas en su rostro.

El mayor apretaba su mandíbula con fuerza al igual que sus puños como desesperado, el de enmedio me dirigía de vez en cuanto una mirada de lastima y compasión, y el menor...

¿Que podría decir de el?

Realmente estaba destrozado.

Se mantenía en aquel sillón con la cabeza agachada mirando hacia el suelo y jalaba su cabello de vez en cuando sin mencionar ni una palabra.

Pero sabía que sufría, en realidad todos los hacíamos.

Pero el, a el parecía que se le había venido todo el mundo encima.

—Les daré un tiempo a solas.—la doctora se retiró de la habitación dejándonos a Kevin y a mi solos con un horrible malestar.

Ninguno de los dos se atrevía a hablar. Solo un silencio descomunal nos acompaña en estos momentos.

—¿Era...—no pudo terminar la frase.

—Supongo.—susurre sin poder verlo a la cara.

No fue hasta que comencé a escuchar sollozos saliendo de su boca que me atreví a verlo.

Kevin comenzó a llorar lentamente hasta que se convirtió en un llanto sin control.

—Kevin...—su mirada se dirigió a mi, sin dudarlo abrí mis brazos y el vino a mi hasta que terminó acostado a un lado mío, con su cabeza en mi pecho y llorando como un niño pequeño.

—Ya, ya.—comencé a sobar su espalda suavemente.

—Era mi hijo, quería abortar a mi propio hijo.—sollozo.

—No lo sabias Kev, ni yo.—respondí.

—Pero...era un pedacito, tuyo y mío.—solté un largo suspiro y aguante las lágrimas.

—Era lo mejor, Kevin.—susurré con todo el dolor de mi corazón y seguí consolando su corazón roto, mientras sentía miles de dagas atravesar mi cuerpo entero.

—¿Quieres subir a descansar?.—doña Norma me pregunto.

La noche ya había caído y el efecto de las pastillas comenzaban a desvanecerse provocando que el dolor agudo volviera a mi cuerpo.

—Si, ya...tengo que tomarme el medicamento.—puse mis manos en el sillón para impulsarme y poder levantarme.

Rápidamente Felipe se levantó y extendió su mano para que me levantara.

—Gracias Pipe.—le dije.

El asintió y volvió a sentarse.

—Ve subiendo, iré por las pastillas.—fue ahora Óscar quien hablo con su voz más ronca que lo normal.

No tenía fuerzas para responder, así que le dije que si con la cabeza y con ayuda de mi suegra pude subir lentamente las escaleras de cerámica sintiendo los vellos de todo mi cuerpo erizándose al recordar la caída que había provocando todo esto.

—¿Estas bien?.—pregunto Doña norma al sentir como mi brazo se erizaba.

—Si, todo bien.—sonreí forzadamente y seguí caminando hasta que llegamos a la habitación.

—Acuéstate, voy por un tecito para que puedas dormir bien.—ella se aseguro de que me acostara y me echo una cobija encima para cubrirme del frío que entraba por la ventana.

Yo obedecí y me quede acostada mirando hacia el techo con la mente en blanco hasta que tocaron la puerta dos veces y luego se abrió dejándome ver al mayor de los Álvarez entrando con un vaso de agua y una bolsa transparente con mis pastillas dentro.

—No se cuales te tocan así que traje todas.—camino lentamente hacia la cama y se sentó en la orilla de esta dejando el vaso en el buro de al lado.

Yo un poco desconfiada me medió senté en la cama alejándome un poco más de el, no habíamos tenido un momento el y yo a solas desde el día qué pasó el accidente, y la incertidumbre de cómo fuera a reaccionar me daba miedo aun.

—Gracias.—le dije en voz bajita tomando la bolsa y sacando los antibióticos que me tocaban a esta hora.

Óscar solo asintió y me pasó el vaso una vez que tuve el puñito de pastillas que tenía que tomarme en la noche.

Me termine el agua y me quito de nuevo el vaso, puso a un lado la bolsa transparente y no se movió en unos segundos.

—Yo...—Oscar carraspeo.

Mis alertas se encendieron e inconscientemente me hice para atrás.

—¿Quieres hablar de lo qué pasó?.—pregunto con inseguridad.

Los flashbacks de los eventos comenzaron a correr por mi mente con velocidad.

Rápidamente negué con la cabeza y me tapé más como tratando de cubrir mi cuerpo.

Óscar miro lo que hice, bajo su mirada y luego volvió a hablar.

—Bueno, saldré a pasear a Baco.—suspiro otra vez y se paro de la cama para después salir de nuevo por la puerta dejándome sola.

Supe que salieron Felipe y Óscar a pasear a los perros cuando doña Norma subió a traerme el té de manzanilla.

Ella se estuvo un rato ahí conmigo hasta que dijo que iría a bañarse para poder dormir, yo acepté y le di las buenas noches y nuevamente me quede sola.

Pero esto no duró mucho tiempo, pues tan solo unos minutos después la puerta se abrió de nuevo dejando ver ahora al menor de los hermanos.

—Hola Alana.—Kevin entro y cerró la puerta suavemente tras de el.

—Hola Kevin.—respondí en voz baja.

El camino hasta el lado de la cama en donde estaba yo y se sentó.

—¿Como te sientes?

—Estoy bien, ¿tu?

Kevin tallo su cara y me miro.

—Bien, también.—contestó.

Intente sonreír cuando su mano alcanzaron las mías, la caricia suavemente y luego la subió a su boca dándole un suave beso a cada una.

Nos mantuvimos así en silencio por un rato, hasta que comencé a bostezar.

El se dio cuenta de eso y se paró, besó mi frente y luego me dio las buenas noches para después salir del cuarto dejándome de nuevo sola, sola en la oscuridad con mi corazón roto deseando que todo mejorara para mi.

Ella y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora