cuarenta y ocho

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Un día más en mi rutina, llegue agotada del trabajo que había conseguido, lo único que quería era dormir por 10 horas seguidas, pero en cuanto abrí la puerta del departamento mi ratoncito comenzó a correr hacia mi moviendo alegremente su colita esperando ser sacado a pasear.

—Ay mi chiquito.—me agaché y lo tome entre mis brazos sintiendo como me daba pequeños lengüetazos en mi cara como besitos.—A ti y a tu papi nunca puedo decirles que no.—suspire y lo baje para ir por su correa.

Quince minutos después ya habíamos bajado y comenzamos a caminar lentamente por las calles poco alumbradas de alrededor de mi edificio.

Disfrute del aire frío de Pachuca, veía a mi alrededor y respiraba suavemente mientras que el cachorro olfateaba todo lo que veía por ahí.

Duramos una media hora más con todo y el camino de regreso al departamento, entramos al elevador y un minuto después ya estábamos en la entrada de mi puerta.

Saque la llave de mi bolsillo y volví a dejar al ratoncito en el piso para abrir, gire entonces la perilla de la puerta.

El cachorro fue el primero en entrar corriendo, yo reí al ver como su pequeña colita se movía de lado a lado, pero, la risa cesó cuando entre cerrando la puerta tras de mi.

Lo primero que me recibió fue un enorme ramo de flores en la entrada.

—¿Pero q....?.—y la palabra se quedó atorada al ver al dueño de mis pensamientos frente a mi, parado con un gesto de nerviosismo pero sin quitar su sonrisa que tanto me encantaba.

—Kevin.—murmure.

Habían pasado casi dos meses desde la última vez que lo había visto en persona, y realmente aún me quitaba el aliento. Mi corazón comenzó a latir con tanta fuerza que sentía que se saldría de mi pecho.

Habían sido dos meses largos sin el, y mis sentimientos estaban intactos y a flor de piel.

—Alana.—Kevin rápidamente se acercó y me envolvió en un fuerte abrazo que me hizo perder la razón.

Mi cuerpo estático acepto su abrazo un poco incomoda, mi cabeza se hundió en su pecho provocando que escuchara a la perfección los acelerados latidos de su corazón.

Sentí como si la vida volviera a mi ser, y no me había dado cuenta del vacío tan grande que sentía sin el hasta que lo tuve de nuevo cerca.

No se cuanto tiempo duramos fundidos en el abrazo, mi cuerpo se impregnó de su aroma y todas mis preocupaciones desaparecieron, solo era el.

Pero ese abrazo alguna vez tenía que terminar, y lo hizo.

Lentamente ambos nos fuimos alejado de los brazos del otro hasta quedar frente a frente solo mirándonos a los ojos.

—¿Qué haces aquí?.—pregunté en voz baja.

La sonrisa de Kevin se agrandó y luego tomó con delicadeza mi mano aún sin responder mi pregunta decir nada, simplemente la jalo y la subió hasta su boca para dejar suaves besos en el dorso de ella.

Se veía feliz, extasiado.

—¿Que estas haciendo aquí, Kevin?.—repetí ahora con una sonrisa, no podía evitar que no me contagiara su felicidad.

—Hay algo que tengo que decirte.—respondió.

Mis sentidos se activaron y el nerviosismo comenzó a llegar.

—Te escuchó.—le dije.

La sonrisa perdió fuerza, escuché como solto un suspiro y antes de hablar jalo mi mano hasta que quedamos ambos sentados en mi sillón.

—Hace semanas llegó una propuesta, no lo había analizado hasta hace poco y llegue a la conclusión de que lo aceptaré.—dijo pausadamente sin quitarme la mirada de encima como buscando una reacción.

Pero yo me mantenía serena, esperando cual sea que fuera la propuesta que había aceptado, pero no mentiré, estaba al borde del desespero.

El pelinegro inhaló y exhaló profundamente para después acercarse más y soltar la bomba.

—El America me compro, me voy a ir.

Y la noticia me cayo como un balde de agua helada.

—¿Q-que?.—y como si eso no fuera suficiente, la siguiente noticia llegó.

—Vámonos, vente conmigo.

Y en mis nervios no puede hacer más que reír.

Todo era demasiado irreal en estos momentos.

—Estas loco Kevin.—reí.

—Estoy hablando en serio, ya tengo que irme a ver lo de los contratos y el papeleo, ven conmigo.—tomo ahora mis dos manos.—Vámonos Alana, tu y yo.

—Kevin...—lo mire como si estuviera loco.

—Vámonos ya, alejados de todos, solo tú y yo. Luego daremos explicaciones.

—Pero...—lo interrumpí.

—Pero nada, ya no soporto estar ni un segundo más sin ti. Vámonos.

Y es que era una idea loquísima, muy mala, malísima. Pero, al verlo, ver sus ojos brillando de emoción, escuchando el entusiasmos en su voz, el corazón le ganaba a la razón.

—Álvarez...—sonreí.

—Vámonos amor.

Yo negué con la cabeza incrédula varías veces, no podía creer lo que me estaba pidiendo, y peor aun, no podía creer lo que respondería.

—Está bien, vámonos.—acepte segundos antes de que Kevin se me lanzara encima para enredarme  entre sus brazos y comenzara a besar todo mi rostro haciéndome reír.

Dejaría una vez más todo por el, por nosotros, con le esperanza de que esta vez todo saliera bien.

(...)

Guarde lo esencial en mi maleta, unos cuantos cambios y mis artículos personales, las cosas del ratoncito y el dinero que había ahorrado desde que empecé a trabajar, no pensaba depender mas de alguien más.

Kevin guardo las maletas en la cajuela y luego subió para comenzar a manejar rumbo a la cdmx donde comenzaríamos una nueva vida juntos.

Con los nervios de punta pero la fe de que todo saldría bien partimos de esta ciudad que nos lo dio todo, pero que era tiempo de dejar atrás.

La mano de Kevin se posó en mi pierna y comenzó a acariciarla suavemente para quitar mi nerviosísimo, encendió la radio y comenzó a manejar en la oscuridad, con una paz y tranquilidad enorme.

Pero claro, la tranquilidad no dura en nuestras vidas pues apenas una hora después el celular de Kevin comenzó a sonar con insistencia, lo cual sólo podía significar una cosa.

Malas noticias.

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Ella y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora