𝐁𝐚𝐣𝐨 𝐥𝐚 𝐦𝐢𝐬𝐦𝐚 𝐜𝐨𝐫𝐭𝐞𝐳𝐚. Obsesión 1 / Delirio 2. (+21) © BORRADOR

Capítulo 11

Lovely Walker.

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Contrato a venta.

Los últimos dos días los ocupo para sanar mentalmente mientras me la paso con Manchas y Eliot; desayuno como todos los días y Tayler no me da la cara, simplemente pasa por mi lado como si no existiera, no me pide explicaciones del teléfono y que bueno porque no la tengo.

Y la duda surge: «¿esta vivo?» si estuviera vivo, no hubiese hecho tal estupidez.

Miro mi anillo, y lo meneo, no hay nada que pueda hacer, no sé cómo se ve cuando se activa.

Desisto de la idea y a la hora de la cena tengo un vestido rojo en la cama, es de tirantes y de seda, no hay lencería completa, sólo mis bragas. Bajo a cenar y él está en la misma posición, no me habla pero se levanta y se sienta cuando yo lo hago.

La cena transcurre tranquila, y siento que voy a vomitar con tanto miedo. Estoy temblando y no sé porque...

—Explícame —me pide y casi me muero de un infarto, me duele el pecho, y debo respirar hondo para no caer en colapso—. Dime qué planeabas, cuéntame todo, y dime cómo llegó ese mensaje.

Tomo el valor que no tengo, y clavo la vista a mi plato.

—No sé cómo llegó ese mensaje —le soy sincera—, no he tocado el teléfono desde que estoy aquí, no tengo las ganas de huir porque sé lo que me espera allá afuera. Ya lo comprobé —tomo aire y lo miro a los ojos—, y referente al «cómplice», era mi amigo, cómo todos, él ya conocía la historia entre la chica y el líder de la mafia. Le dió curiosidad, y le conté. Sabía que no diría nada porque es de las personas en las que puedes confiar —me muerdo la lengua antes de llorar—. Era un genio, y me iba a sacar de aquí después de cortarte la polla.

Se carcajea, y se me eriza la piel.

—¿Me ibas a matar? —se burla.

Nunca entenderé su sentido el humor.

—Sí —acepto y no me interesa. Ya no me queda nada que ocultar—. Pero, tus hombres lo mataron, y algo me hace creer que alguien está moviendo los hilos para perjudicarme.

—¿Mis hombres? —frunce el ceño. Da un trago a su licor.

—El moreno que me tenía contra cañón el día de la fiesta.

—Lo recuerdo —admite—, pero él no era de los míos.

Sigue tranquilo como si lo que dijera no le sorprendiera.

—¿No lo mataste?

—No —dice—, pero que bueno, porque seguramente sería el culpable de que te volaran la cabeza una vez salieras de aquí.

—¿Quién fue entonces?

—Supongo que la jerarquía —se encoge de hombros sin darle importancia.

—¿No te importa su muerte?

—Muerto es muerto. —se recarga de la silla—. Él y tú hicieron un buen plan, pero siempre hay alguien que va dos pasos antes. No me duele su muerte pero sé que a ti sí, y si pudiera traerlo lo haría.

—¿Lo traerías aquí?

—Sí —se abre la camisa otro botón en la camisa—, he estado ocupado y estás sola, entiendo bien que quieras compañía.

—¿Qué clase de mafioso eres? —me burlo.

—Uno que cocina tan bien que te chupas los dedos cada que comes —contraataca divertido.