Capítulo 1: Klaus.

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Hace 21 años atrás en Rusia

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Hace 21 años atrás en Rusia.

No entendía qué era lo que estaba pasando, ¿por qué mi madre corría de un lado a otro? En su rostro había preocupación y casi podía ver unas cuantas gotas de sudor en su frente, sin embargo, no decía nada. Sus ojos me asustaban, parecían desorbitados por un acontecimiento del que yo no tenía conocimiento y que al parecer estaba pasando ahora.

De pronto, vi bajar corriendo a mi hermana Katia por las escaleras, llegó donde mí y me agarro del brazo para llevarme de vuelta a mi dormitorio.

—¿Qué sucede? —le pregunto.

—Nada Klaus, ven, escóndete aquí.

Ella siempre me trataba como a un niño a pesar de que tenia once años, pero luego de que nuestro padre cayera en el vicio del casino y golpeara a mamá cada vez que llegaba borracho, ella había estado aun más presente en mi vida y eso me gustaba.

Mi madre ya no era la misma madre cariñosa que tenía antes, ahora sus ojos siempre estaban tristes y tenía que ver bastante con el hecho de que tenía moretones en su cara casi siempre. Odiaba a mi padre por eso, y esperaba tener la fuerza suficiente para detenerlo en el futuro.

Aunque aquellas veces en que golpeaba a mamá y la tiraba al suelo, siempre tenía ese miedo de que no volviera a levantarse. Pero, siempre lo hacía.

Para algunos mi madre podría parecer débil, pero yo sabía que no lo era.

—¡Eres un idiota! —escuché gritar a mamá.

Sentí miedo de que ella le hablara de esa forma porque luego él la castigaría. Sentí esa sensación de adrenalina pensando en que algo malo iba a pasar.

—¡Nos condenaste a morir por tu estupidez!

¿Qué?

—¡Cállate, maldita perra!

—¡Por dios, paren, tenemos que irnos ahora! —escuche decir a Katia, ella era siempre la que intentaba tranquilizarlos. Su voz lograba en muchas ocaciones calmar a mi padre.

Porque cuando ella hablaba, todo parecía que estaba bien. A diferencia de mí, que era un niño callado, que no tenía muchos amigos y que no me gustaba estar rodeado de gente. A ella sí, dijo una vez que quería se actriz, esperaba que lo lograra.

Yo podría ser su guardaespaldas.

Ya que si crecía como mi padre, nadie podría nunca hacerle daño.

Un fuerte chirrido fuera de nuestra casa llamó mi atención. Salí del armario y me asome a la ventana. Eran cuatro camionetas, y mi corazón comenzó a latir muy rápido cuando vi que bajaron hombres armados. Escuchaba a mi madre llorar, seguramente ella los vio, y luego, escuché a mi padre pedir perdón.

Como si se estuviera despidiendo.

Y él, nunca pedía perdón.

El último hombre que se bajó, miro hacia arriba y sus ojos me encontraron. Sentí escalofríos con la frialdad con la que me miraba y supe en ese momento que mamá tenía razón, él nos había condenado.

Perversas Obsesiones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora