Parte 3

107 12 0
                                    

Dos días después, Poncho Herrera, sentado en una silla y rodeado de gente, observaba en silencio, bajo la visera de su gorra oscura, la grabación de una escena de una película.

Era el encargado de la banda sonora de ese film, que se estaba rodando con actores de primera categoría, y quería que su música estuviera a la altura de las circunstancias. Y, de momento, por lo que había entregado y podía ver, lo estaba consiguiendo.

Pero pensar en bandas sonoras como las de West Side Story, Piratas del Caribe, El guardaespaldas, Nueve semanas y media o Titanic lo inquietaba. Él quería crear algo que se recordara siempre, como había ocurrido con esas historias.

Durante los meses que llevaba trabajando, había entregado varias melodías que habían gustado. Todos estaban contentos, pero él aún no había dado con la tecla perfecta.

Componer algo de calidad, inquietante, a la vez que sensual y atractivo, le quitaba el sueño. Se trataba de un compendio de cosas que era difícil de conseguir, pero que cuando se conseguía duraba para siempre. Y aunque sus musas no lo abandonaban, todavía no había conocido a ninguna especial que le inspirara para escribir aquella importante melodía.

Contaba con su cuñada Yanira, que le había prometido cantar en su banda sonora, pero necesitaba algo impactante, diferente. Cuando el director dijo «¡Corten!», se acercó a Poncho y, mirándolo, preguntó:

—¿Qué te ha parecido la escena?

—Muy buena. Creo que has hecho un excelente casting.

Un par de horas después, en el momento en que Poncho caminaba hacia su coche, una joven de escote generoso lo interceptó en su camino y, ofreciéndole un boli y un papel, preguntó con voz insinuante:

—¿Eres el compositor Poncho Herrera?

Él asintió sonriente y ella, con una acalorada sonrisa, pidió:

—¿Me firmas un autógrafo?

Poncho lo hizo y, tras la foto de rigor y darle la chica su teléfono, prosiguió su camino hasta el coche. Una vez dentro, dejó la tarjeta de la admiradora en la guantera. Le sonó el móvil.

—Hola, hijo, ¿dónde estás?

Era Anselmo Herrera, su padre.

—Salgo en este instante de los Estudios Universal —respondió Poncho.

—¿Todo bien por ahí?

—Sí, papá, todo bien. ¿Dónde estás tú?

—Ahora mismo saliendo de casa de mi amigo Guso Peirarte, y como es casi la hora de la comida, he pensado si te apetecería que comiéramos juntos en ese sitio que tanto os gusta a Yanira y a ti.

Poncho sonrió y preguntó divertido:

—Pero ¿no dices que no te gustan las hamburguesas?

—Las de ese sitio sí.

Poncho arrancó el coche.

—Muy bien, papá. Te veo en el Hard Rock Café de la sesenta y ocho cero uno en unos cuarenta minutos, ¿de acuerdo?

—Allí te espero.

Cuando colgó, Poncho sacó varios CDs de la guantera y, tras mirarlos, se decidió por el de su buen amigo R. Kelly. Lo puso y, en cuanto empezó a sonar Share my Love, una canción que le gustaba mucho, apretó el acelerador y se dirigió hacia el restaurante, mientras canturreaba contento.

I just wanna share my love.

I just wanna share my love.

I just wanna share my love.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora