Parte 12

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Cuando Poncho se despertó debido a la luz que entraba por la ventana, se estiró en la cama.

No era una king size a las que él estaba acostumbrado y eso le extrañó, aunque al abrir los ojos y ver la habitación, recordó con quién había ido allí.

Durante unos segundos, escuchó con atención para ver si ella estaba en el baño, pero al ver que nadie se movía en la habitación, se incorporó y vio un sobre encima de la otra almohada, con su nombre escrito en él.

—No me lo puedo creer.

Pero más asombrado se quedó aun cuando al abrirlo se encontró cincuenta y cinco dólares y una nota que decía:

Aquí está la parte que me corresponde por la habitación. 55 dólares.

Me voy a trabajar.

Chica arco iris

PD: E_ _ _ U_ B_ _ _ A_ _ _ _ _, P_ _ _ E_ _ _ _ S_ _ _ _ _ D_ Q_ _ T_ P_ _ _ _ _ S_ _ _ _ _ _, ¡F_ _ _ _ _ _ _ _! A_ _ _ _ H_ _ _ _ _ M_ _ _ _ _.

Maldijo sin entender qué quería decir aquella posdata y con los cincuenta y cinco dólares en la mano.

Molesto, tiró el sobre y la nota sobre la cama y se metió en el baño. Una ducha lo despejaría.

Cuando salió, su aspecto había mejorado, pero su humor no.

¿Cómo se atrevía a tratarlo así?

Se vistió y decidió ir a buscarla al restaurante donde la había visto trabajando aquel día que él fue con su padre. Cuando estuvo listo, bajó a recepción, pagó y salió del hotel a toda prisa.

Al llegar, aparcó frente a la puerta y, con la nota y el dinero aún en la mano, entró en el restaurante y miró a su alrededor. Allí no estaba. Maldijo, pero sin darse por vencido se acercó a una de las camareras y dijo:

—Disculpe, señorita, estoy buscando a mi amiga Anahí.

La muchacha, encantada al ver a aquel tiarrón tan impresionante y con tan buena pinta, respondió:

—Está en el patio de atrás. Es su rato de descanso.

Satisfecho de haberla encontrado, con la mejor de sus sonrisas, le preguntó a la chica:

—¿Me indicas cómo ir hasta allí?

Ella, atontada por aquella sonrisa maravillosa y perfecta, asintió y, señalándole una puerta azulona, dijo:

—Cruza esa puerta y la verás.

Poncho le dio las gracias guiñándole un ojo. Pero al darse la vuelta, el gesto le cambió. Ninguna mujer lo había hecho sentir tan mal. Ninguna se había marchado de la habitación antes que él y, sobre todo, ninguna le había dejado dinero sobre la cama.

Al abrir la puerta, la vio. Estaba sentada en una esquina del pequeño patio, al sol, con los ojos cerrados y los cascos puestos, mientras cantaba.

Prisioneros de la luna, reinventando la locura

entre gritos y dulzuras, tú y yo.

Los momentos sin medida, devorándonos la vida

enredados noche y día, tú y yo.

Cantando era un desastre. No entonaba bien ni seguía la melodía, pero aun así, reconoció la canción por la letra. Era Tú y yo, de su amigo Ricky Martin.

Cuando vio que ella no abría los ojos, se acercó y, quitándole uno de los auriculares, murmuró:

—Hola, pelirroja.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora