Parte 25

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Dos noches más tarde, Anahí trabajaba en un cóctel que daban en una conocida discoteca de Los Ángeles y se quiso morir cuando vio aparecer de nuevo a Poncho, con un traje oscuro y su barba de varios días, del brazo de la rubia de otras fiestas con un increíble vestido rojo que le quedaba de infarto.

¿Por qué tenía que asistir a todos los eventos en los que ella trabajaba?

Anahí se miró en un espejo. Aquella mujer tan guapa y ella con su feo uniforme de faldita negra y camisa blanca. Maldijo su mala suerte y David, acercándose a ella, cuchicheó:

—Cachorra... cuidadito con las bragas.

No pudo evitar sonreír y siguió trabajando.

Se movió con habilidad entre los invitados, llevando la bandeja de copas en la mano, sin acercarse a él, hasta que de repente, oyó:

—Hombre, si está aquí mi amiga la colorines.

Al volverse, se encontró de frente con el pelmazo del rey del blues y, haciendo un requiebro, se lo quitó de encima en un pispás.

Sin poder evitarlo, observó a Poncho desde lejos con el corazón encogido. Aquella barba lo hacía aún más sexy.

—Yo que tú me lo volvía a llevar al baño y le arrancaba los calzoncillos.

—¡David! —protestó ella.

—O mejor, ¡arráncale a esa buscona las extensiones! —añadió su amigo, al ver cómo la rubia se restregaba contra Poncho.

—¡David! —rio Anahí en esta ocasión.

Siguió con su trabajo, lo más alejada de ellos que pudo. Parecía que Poncho no se había percatado de su presencia y quería que continuara así.

Pero él ya la había localizado y la controlaba con disimulo. Si iba a aquellas fiestas era solo por verla. Era el único momento del día en que encontraba paz. Aunque no pudiera acercarse a ella, al menos sabía que estaba bien. Con eso le bastaba, de momento.

Veinte minutos más tarde, el cantamañanas amigo de Poncho se acercó de nuevo a Anahí y le dio un azotito en el trasero.

Con ganas de darle una patada en la entrepierna, ella lo miró y dijo:

—Señor, se ha extralimitado.

Aquel idiota sonrió y, cogiéndola del codo, cuchicheó:

—La última vez te ofrecí ciento cincuenta dólares por pasar un ratito contigo tras la fiesta, pero hoy estoy generoso y lo subo a doscientos. ¿Qué te parece?

—Señor, suélteme.

—Vamos, guapita, seguro que lo pasamos bien.

Se lo quitó de encima de un empujón y se alejó de él, pero al meterse en el pasillo que llevaba a las cocinas para ir por más copas, el hombre apareció de nuevo y, empujándola contra la pared, acercó la boca a la de ella y siseó:

—¿Sigues rechazándome?

—¡Suélteme! —masculló furiosa.

Pensó en estamparle la bandeja vacía en la cabeza, pero cuando ya lo iba a hacer, una mano la paró. Al volverse, se encontró con los intimidadores ojos de Poncho. No se dijeron nada, solo se miraron, y él la arrancó de los brazos del otro y murmuró:

—Rick, si te vuelves a acercar a ella o...

—Pero ¿tú no has venido con Enith? —preguntó el otro, molesto, justo en el momento en el que la mencionada aparecía.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora