Cuando Poncho llegó a las puertas de su impresionante y moderna casa, accionó un mando desde su increíble R8 y la cancela exterior se abrió. El jardín era precioso y muy cuidado y pronto Melodía, su perra gran danés de color chocolate, corrió a recibirlos a él y a su padre.
Una vez metió el coche en el garaje, Poncho se bajó y Melodía rápidamente saltó a darle lametones. Divertido, la acarició y la mimó. Era un regalo que su cuñada Yanira y su hermano Dylan le habían hecho y cada día estaba más contento de tenerla. Le hacía mucha compañía y era la compañera perfecta. Nunca exigía nada, nunca se quejaba y nunca tocaba ni desordenaba sus cosas.
Al ver la alegría de la perra ante la llegada de su hijo, Anselmo salió del coche y, antes de que se abalanzara también encima de él para llenarlo de babas, dijo:
—Nunca he visto una cosa igual. ¿Cómo puede ser tan cariñosa esta perra?
Poncho rio al ver cómo Melodía ahora se restregaba contra su padre y, al pensar en Pulgas, el perro de este, respondió:
—Dicen que los perros son un fiel reflejo de los amos.
Anselmo soltó una carcajada por lo que su hijo había querido dar a entender.
—Sin duda, mi Pulgas es un ogro, como yo —sentenció.
Continuaron hablando divertidos y al entrar en el impoluto vestíbulo de la casa, Paola, la mujer que se encargaba de que todo funcionara a las mil maravillas, los saludó:
—Bienvenidos.
Anselmo la miró y sonrió, mientras que Poncho decía:
—Hola, Paola, ¿todo bien por aquí?
Ella asintió y, acercándose a una mesita, cogió un par de cartas y se las entregó a Poncho.
—Sí, todo bien. Esto es para ti.
Cuando Paola se fue, su padre y él entraron en el salón y Anselmo dijo:
—Tú dirás lo que quieras, pero esta decoración tan minimalista a mí no me gusta. Se ve todo tan frío e impersonal. Es un salón muerto, ¡sin vida!
Poncho sonrió. Aquel lugar espacioso, decorado en diferentes tonos de blanco, le gustaba mucho.
—Sabes que soy un maniático del orden —respondió— y este tipo de decoración me va perfecta. Todo está en su sitio y nada fuera de lugar. Pocos muebles y mucho espacio. ¡Eso me encanta!
—Pues yo creo que te quedarían muy bien unos cuadros en las paredes y unas fotos familiares sobre la chimenea del salón —replicó su padre suspirando.
—No, papá —rio él—. ¡Ni hablar!
Comentaron un rato más lo que le gustaba a cada uno y después Anselmo dijo:
—Dentro de cuatro días he quedado con tu tío Tito para regresar juntos a Puerto Rico.
—¿Por qué te vas tan pronto? Sabes que conmigo puedes quedarte el tiempo que quieras.
—Lo sé, hijo, lo sé.
—¿Entonces?
Anselmo sonrió y, con gesto pícaro, murmuró:
—Hijo, no quiero molestar.
—No molestas, papá, ¡no digas tonterías!
—Anoche te oí con esa mujer que tenías en tu habitación —contestó el hombre, sonriendo y bajando la voz—, y por vuestras voces, gritos y jadeos, parece que lo debisteis de pasar bien. Y no es que te lo eche en cara, es solo que me incomoda oír a mi hijo en semejante actitud.
—Papáaaa —rio Poncho.
—Por cierto, esta mañana he coincidido con ella en la cocina y he podido ver sus encantos en vivo y en directo, antes de que se asustara ante mi gruñido oscuro y siniestro y saliera corriendo despavorida.
—Lo siento, papá —respondió él, sonriendo y poniendo los ojos en blanco al imaginar la escena.
Anselmo le dio un golpe en el hombro y replicó:
—No lo sientas, hombre, si la joven estaba muy bien ¡Vaya pechos más monos tenía! Aun así, ese tipo de mujer tan descarada a mí no me...
—No, papá. Cierra la boca —dijo Poncho, tocando sin darse cuenta la llave que su madre le había entregado, junto a todos sus hermanos, y que llevaba colgada en el llavero del coche—. No empieces con eso.
Anselmo negó con la cabeza. La soltería la veía bien, pero quería que Poncho fundara su propia familia, como había hecho Dylan, y añadió:
—Vamos a ver, hijo, tú eres una persona muy familiar, como Dylan, y deberías crear una familia. Ya vas teniendo una edad y, el día que seas padre, vas a parecer el abuelo del niño.
—Papáaaaa...
Encantado porque Poncho nunca se enfadaba cuando sacaba ese tema, Anselmo insistió:
—Si fueras como el descerebrado de Omar, no te animaría a buscar a tu mujer ideal. Pero muchachote, tú no eres así. Yo sé que no eres así.
Dispuesto a eludir el tema, Poncho dijo:
—Papá, no te enfades, pero tal como estoy vivo muy bien. Tengo lo...
—Lo sé. Sé que tienes lo que quieres, y mujeres dispuestas a acostarse contigo, todas las del mundo —lo cortó Anselmo—. Pero créeme, el tiempo pasará y un día te darás cuenta de que lo importante en la vida es el amor verdadero. El resto te aseguro que quedará en un segundo o quinto lugar, porque sentirse especial para alguien es lo mejor que hay en el mundo. Y yo sé que ahí fuera está esa mujer que puede hacerte perder la cabeza como a mí me la hizo perder tu madre, o a Dylan Yanira. Solo tienes que mirar a tu alrededor y estoy seguro de que la encontrarás.
Poncho suspiró. Su padre siempre había sido un romántico, como su madre, y él, en cierto modo, a través de la música que componía, sabía que también lo era. El problema era que con las chicas que conocía no le afloraba esa faceta. Se mostraba amable, encantador, cautivador con ellas, pero el romanticismo era algo que había utilizado pocas veces en su vida para seducirlas, especialmente porque con solo mirarlas ya las conquistaba y, sonriendo, contestó:
—De acuerdo, papá, te haré caso y miraré a mi alrededor, pero ahora ven, quiero enseñarte una melodía que estoy componiendo.
Entraron en el estudio amplio e impoluto que Poncho tenía en su casa y, tras darles a unos botones, una agradable música comenzó a sonar. Ambos la escucharon con detenimiento y, cuando acabó, Anselmo dijo:
—La melodía es bonita.
—¿Solo bonita?
—Ponla otra vez.
De nuevo la escucharon y, cuando acabó, Poncho preguntó:
—¿Qué le falta para tu gusto, papá?
—Le falta sentimiento y pasión. Como diría tu madre, le faltan esos toques que hacen que la piel se te erice y el estómago se te ponga del revés. ¿Entiendes lo que digo, hijo?
Poncho asintió. Sin duda lo entendía y estaba de acuerdo. Le gustaba lo que había compuesto, pero echaba en falta justo eso. El último ingrediente que lo hiciera especial, diferente y único.
Pasó el resto de la tarde en compañía de su padre, hasta que recibió un mensaje y, tras ver que se trataba de una amiga muy sexy, se despidió de él y se marchó. Sin duda lo esperaba una noche gloriosa.
ESTÁS LEYENDO
Todo de mi (AyA Adaptación)
FanfictionPoncho Herrera es un guapo, adinerado y exitoso compositor de música puertorriqueño. No hay mujer que se le resista y que olvide con facilidad su mirada verde y leonina. Anahí es una joven que con apenas veinte años tuvo que hacerse cargo de su herm...