Parte 31

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Una semana después, Anahí comenzó a trabajar en el restaurante por las mañanas.

La prensa del corazón aún no había reparado en ella como novia de Poncho y eso le gustó. Nunca esperarían que una simple camarera fuera con aquel adinerado compositor.

Días después, Rosa llegó a sus vidas. Una mujer de mediana edad que rápidamente se hizo con los niños y que se ocupaba de ellos con gran eficacia.

Anahí dejó de trabajar por las noches, como le había prometido a Poncho. Y era feliz pudiéndose ocupar de todo con una tranquilidad que antes no tenía.

Cuando Jenny estuvo casi recuperada, Anahí quiso regresar a su casa, pero Poncho no se lo permitió y se compinchó con los niños para que lo impidieran. Ella, divertida, aceptó por fin. Sin duda, estar con Poncho y en aquella casa era mil veces mejor que estar sola en su apartamento de cincuenta metros cuadrados.

Dos días después, él contrató un camión de mudanzas para que Anahí pudiera llevar allí las pocas cosas que tenía.

Todo iba bien, aunque una tarde, cuando Poncho llegó de trabajar y miró la preciosa chimenea de diseño, plagada de marcos con fotos, algo en su interior se revolvió.

El jaleo que ocasionaban los pequeños y el caos que los acompañaba no era algo que Poncho llevara bien y, aunque Anahí intentaba mantenerlo controlado, resultaba prácticamente imposible.

Un día, Poncho volvió de trabajar y, cuando Melodía salió a su encuentro, se quedó de piedra al ver a la perra con las uñas de las patas pintadas de verde chillón.

—Ella me lo pidió —le explicó Jenny, que era la responsable del asunto—. Quiere estar guapa para Maylo.

—Lo siento —dijo Anahí—, no me había dado cuenta.

Poncho suspiró y, mirando a la perra y sus uñas chillonas, contestó:

—Como diría uno que yo me sé, ¡es tendencia!

En esos días, Yanira y Dylan organizaron una barbacoa. Cuando llegaron a su casa, Anahí se sintió intimidada al ver a tanta gente que no conocía, pero Poncho la agarró de la cintura y le susurró:

—Cariño, disfruta del día. Son todos de la familia.

Ella asintió y, mirando a sus niños, dijo:

—Chicos, ¡portaos bien!

En ese momento llegaron dos chicas de servicio acompañadas por una mujer algo mayor y Poncho, encantado, abriendo los brazos, soltó a Anahí y murmuró:

—Tata, cuánto me gusta verte.

Ella lo abrazó y, tras besuquearlo con cariño, miró a la joven que los observaba y dijo:

—Y tú debes de ser Anahí, ¿verdad?

Ella asintió y la mujer también la abrazó.

—Bienvenida a la familia. Yo soy la Tata y no sabes las ganas que tenía de conocerte. —Luego, mirando a los pequeños, añadió—: Y a vosotros también. Pero ¡qué niños más guapos!

—Gracias. —Anahí sonrió a la mujer que había criado a los tres hermanos Herrera con tanto amor en Puerto Rico.

Una de las jóvenes que la acompañaban le dijo a Anahí:

—Señora, si me da los bañadores de los niños, los cambiaremos y nos ocuparemos de ellos. La señora Yanira ha preparado una habitación para que descanse la señorita Jenny.

—Oh, no hace falta —sonrió Anahí, cohibida porque la llamaran «señora»—. Yo los cambiaré y...

Pero Poncho, quitándole la bolsa que llevaba en las manos, se la dio a la chica y le dijo:

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora