Parte 44

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Al día siguiente, tras dejar a los niños a cargo de Anselmo y la Tata, Anahí y Poncho se dirigieron los dos solos a Santa Clarita. Una vez llegaron a casa de Warren y tomaron algo con él, el hombre los acompañó hasta el circuito. Al llegar allí, les enseñó las instalaciones y a Anahí le vinieron de golpe mil recuerdos de su padre.

El olor a goma quemada, el asfalto caliente, las piezas de coches colocadas pulcramente en los boxes, los coloridos carteles de las ciudades. Todo, absolutamente todo lo que la rodeaba era justo lo que había vivido en su infancia con su padre.

Emocionada, miraba el circuito junto a Poncho, cuando Warren se acercó y le dijo:

—En cuanto me has dicho el nombre de tu padre me ha sonado. Y buscando entre mis recuerdos, he encontrado esta foto. Es él, ¿verdad?

Alucinada, Anahí miró el retrato que le enseñaba. En él se veía a su padre y a Warren años atrás, riendo sobre un pódium, y a ella en un lateral, con apenas ocho años y dos coletas. Al ver su cara, el hombre dijo:

—Tu padre era un gran piloto.

—Y una gran persona también —murmuró Anahí emocionada.

Poncho la abrazó y Warren, para animarla, señalándole uno de los coches que tenía allí para las clases, preguntó:

—¿Quieres probarlo?

—Había pensado que probara su coche nuevo —dijo Poncho.

Warren sonrió y, tras intercambiar una mirada con Anahí, que esta entendió, respondió:

—Es mejor usar un coche preparado para ello. El que le has comprado es una maravilla, pero no tiene las barras ni las cosas necesarias para que os protejan en caso de accidente. —Y señalando un impresionante Porsche GT3 azulón dijo—: Este está preparado para correr y os dará la seguridad que necesitáis en la pista.

—¡Qué pasada! —exclamó Anahí, mirándolo.

Warren fue hasta un armario, sacó un par de monos ignífugos y unos cascos y dijo:

—Vamos, salid a la pista.

Sin tiempo que perder, Anahí se puso el equipo y, cuando se cerró la cremallera, sonreía como llevaba tiempo sin hacer. Después se metió en el coche junto a Poncho y, mirándolo, preguntó:

—¿Estás seguro de que me quieres acompañar?

Él se puso el casco y afirmó:

—No me lo perdería por nada del mundo, taponcete.

—Te marearás.

—¿Me tomas por un niño? —replicó él burlón.

Anahí soltó una carcajada y susurró:

—Cinco pavos a que te mareas.

—Acepto la apuesta y la subo a diez —contestó Poncho divertido.

Anahí también se puso el casco y, tras darle a un botón de este y tocar el botón del de Poncho, preguntó:

—¿Me oyes?

—¡Qué pasada! —rio él, mientras se ajustaba el arnés del asiento.

Anahí arrancó el coche. El sonido bronco del motor era colosal. Después se puso los guantes, se los ajustó y, tras guiñarle un ojo a Warren, salió a la pista.

Con cuidado al principio, dio un par de vueltas de reconocimiento, debía memorizar el trazado. Pero le resultó fácil, no era un circuito complicado.

—¿Todo bien, cariño? —preguntó Poncho a su lado.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora