Parte 18

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Después de una noche en la que hicieron el amor todas las veces que les apeteció, de madrugada Poncho aplaudió feliz al saber que ella pasaría la noche con él.

No se aventuró a decirle que lo haría todo el fin de semana, no fuera a ponerse malo uno de los niños y tuviera que salir corriendo.

Dormir abrazada a él, sin prisa, era de las mejores cosas que había experimentado en su vida y cuando se despertó y lo vio sentado mirándola, le preguntó divertida, mientras se retiraba el alborotado pelo de la cara:

—¿Qué ocurre?

Poncho mirándola desde el sillón en el que estaba sentado dijo:

—¡Es cierto! ¡Eres de verdad! No eres un holograma.

Se levantó sonriente y, cogiendo una camiseta, se la puso y fue hacia él. Cuando llegó a su altura, se sentó a horcajadas sobre sus piernas y preguntó:

—¿Un holograma te besaría así?

Poncho se derritió con su beso y, cuando acabó, loco por tenerla, preguntó, aunque ya sabía la respuesta:

—¿Por qué siempre te tapas cuando te levantas de la cama?

—No me gusta mi cuerpo —respondió.

Poncho sonrió porque ya había visto la cicatriz que tenía en el vientre, pero eso no le importaba. Y, sin decir nada, la agarró posesivo para besarla, mientras murmuraba:

—Te quiero.

Ella lo miró boquiabierta y él añadió:

—Eres preciosa y perfecta, ¡no lo olvides!

Con el corazón a mil por lo que le había dicho, fue a contestar algo cuando Poncho murmuró:

—Aún no me puedo creer que sea la una de la tarde y te tenga aquí conmigo.

Ella sonrió y, azorada por aquel «Te quiero», dijo:

—Estoy famélica, ¿no tienes hambre?

Poncho la cogió en brazos y, entre risas, bajaron a la cocina. Allí él le enseñó lo buen cocinero que era y al acabar de desayunar, le preguntó:

—¿Qué te parece si me acompañas a Santa Mónica? Tengo una cita con mi tatuador. —Y señalándose el tatuaje del brazo, dijo—: Quería terminarlo hoy.

Ella le pasó la mano por el hombro y el brazo, tocando aquel diseño tribal de varias puntas tan bonito y murmuró:

—Me parecería genial, pero hay un problema.

—¿Cuál?

—Mis jefes creen que estoy enferma y si alguno me ve, pues...

—Llamaré a Bobby ahora mismo e iré otro día —contestó él, tumbándola sobre la encimera—. Tenerte todo el fin de semana para mí en casa es lo único que me apetece.

Divertida, sonrió ante aquello y dijo:

—Hagamos la cama, luego déjame una gorra para ocultarme el pelo y unas gafas de sol y vayamos a Santa Mónica. Terminas tu tatuaje, compramos prensa, algo de comida y luego regresamos y pasamos desnudos el resto del fin de semana. ¿Qué te parece la proposición?

—¿Que hagamos la cama? —rio él.

—Por supuesto que sí. Uno debe hacer la cama antes de salir de casa —dijo ella.

Enloquecido por lo que le hacía sentir, asintió y la besó, y luego la persiguió hasta la habitación.

Anahí le pidió si la dejaba conducir el precioso cochazo y él, encantado, le dio las llaves. Se sorprendió al ver su destreza al volante. No era una mujer insegura por llevar un coche potente, todo lo contrario, y su determinación le hizo intuir que ya había manejado vehículos de gran cilindrada con anterioridad. Pero no preguntó, prefirió esperar y que ella le contara.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora