Parte 20

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A la mañana siguiente, cuando sonó la alarma de su móvil, Anahí se desperezó y chocó con varios cuerpos. Allí, en su cama, estaban sus tres joyas y al mirar hacia la puerta, vio a Maylo tumbado. Eso la hizo sonreír. Aquella era su realidad. ¿Por qué engañarse con románticas historias de amor que a ella nunca se le harían realidad?

A los niños les encantaba despertarse en mitad de la noche e ir a su cama. La primera que lo hacía desde pequeña era Jenny y con el tiempo Brian y Adán la habían imitado. Los miró con cariño. Ellos eran su vida, ¡sus grandes amores!

Después de pasar un rato contemplándolos y acariciándoles el pelo, los despertó con gran pesar. Debía llevarlos al colegio antes de irse ella a trabajar.

Ese día no habló con Poncho. Se negó a llamarlo y al día siguiente tampoco lo hizo. Pero sí habló con Linda y cuando colgó lloró. El desenlace estaba cada vez más cerca.

Al ver que ella no llamaba, Poncho telefoneó al restaurante. Cuando la avisaron de que tenía una llamada, asustada al pensar que podía ser Linda, Anahí dejó lo que estaba haciendo y contestó:

—Dígame.

—Quiero que sepas que estoy muy enfadado. Encima de que no me das tu teléfono, ¿tampoco me llamas?

Feliz al oír su voz, respondió:

—Tengo mucho trabajo, Poncho.

—¿Qué te ocurre? —preguntó él.

—Nada.

—Mientes. No te veo la cara, pero conozco tu tono de voz y sé que mientes.

Eso la hizo sonreír y, antes de que pudiera responder, Poncho preguntó con ansia:

—¿Me echas de menos, cielo?

Anahí quiso decirle que sí, esos días sin él estaban siendo los peores de su vida, pero no pudo aguantar más y soltó:

—¿Te lo pasaste bien bailando con esa morena en Cancún?

—¡¿Cómo?!

Y entonces explotó e, intentando no gritar, siseó enfadada:

—Las imágenes salieron en prensa y televisión. Se os veía muy felices bailando en la gala y luego tomando algo al borde de la piscina. ¿Lo pasaste bien? Y, conociendo al ligón de Poncho Herrera, luego ¿fuiste tú a su habitación o ella a la tuya?

Al oírla soltar esa parrafada, Poncho sonrió. Aquella morena era Glenda, la mujer de su amigo Nick, y respondió:

—Escucha, cariño. Ella es...

—No, escúchame tú a mí —lo cortó furiosa—. Ya me han tomado el pelo una vez y sufrí más de lo que tú nunca llegarás a sufrir en toda tu vida. Y, ¿sabes?, no estoy dispuesta a volver a pasar por eso, ni por ti ni por nadie, y menos sabiendo que juego con la gran desventaja de que no soy rica, ni famosa. —Y, sin dejarlo intervenir, añadió—: He aprendido a disfrutar del presente y, sin duda, lo tuyo y lo mío ya es pasado. Por lo tanto, adiós, señor Herrera, no vuelva a llamar a este teléfono. Es el de mi trabajo, y si lo vuelve a hacer, seguramente me despedirán.

—Anahí, no se te ocurra colgar...

Y ella, sin más, colgó el teléfono sin escucharlo, mientras sentía unas inmensas ganas de llorar.

Poncho, con el teléfono aún en la mano, maldijo irritado. Pero ¿qué mosca le había picado?

Enfadado, se encaminó hacia una reunión. Quería acabar cuanto antes para regresar a Los Ángeles y hablar con ella. Sin embargo, la reunión se torció y Poncho se desesperó al ver que no iba a poder volver hasta dos días más tarde.

Esa madrugada, Anahí llegó de trabajar junto con David y, al entrar en su casa, Manuel, que estaba cuidando de los niños, les enseñó unos papeles y dijo, mirando a su marido:

—Ya tengo la reserva para nuestro viaje a Italia.

—¡Ay, Diosito! —gritó David, corriendo hacia él—. Te quiero... te quiero... te quiero.

—Por fin vais a hacer el viaje de vuestros sueños —dijo Anahí—. Roma, Venecia, Florencia. ¡Qué pasada!

David miraba los papeles emocionado cuando Manuel, poniéndose serio, le enseñó a Anahí una revista.

—Mi amol, creo que aquí hay algo que deberías ver.

Al imaginar de qué iba el tema, ella suspiró y, yendo hacia la cocina, contestó:

—No me interesa. Por tanto, cierra la revista.

Manuel miró a David, quien le hizo un gesto con la cabeza indicándole que debían marcharse. Manuel se levantó y dejó la revista sobre el sofá.

—Hasta mañana, cachorra —se despidió David.

—Hasta mañana —contestó ella, mientras le hacía carantoñas a Maylo.

Cuando oyó que se cerraba la puerta, Anahí salió al comedor y renegó al descubrir la revista sobre el sofá. ¡Maldito Manuel! Pero dispuesta a no mirarla, fue a ver a sus niños. Los tres dormían como lirones. Entonces pensó en Poncho, en lo que le había dicho aquella misma mañana, y se desesperó. ¿Definitivamente consideraba lo suyo como pasado?

Se sentó en el suelo del pasillo y dio rienda suelta a su pena. Cerró los ojos y recordó el momento en que él le había cantado al piano aquella romántica canción de Luis Miguel.

Y es que lo nuestro nunca vuelve a repetirse,

mira que te oigo hablar y puedo derretirme,

adiós los límites, todo es pasión.

No existen límites,

cuando tú y yo le damos rienda suelta a nuestro amor...

¿De verdad lo suyo no se volvería a repetir?

Era pensar en él y desesperarse. Era pensar en su voz y derretirse.

Cuando logró tranquilizarse, se dirigió a su habitación, donde se desnudó, y se fue directamente a la ducha. Al salir se puso un albornoz y volvió al salón. Miró la revista desde lejos y murmuró:

—No. He dicho que no.

Ofuscada, regresó a su habitación. ¿Por qué cuando alguien te tocaba el corazón todo se volvía tan intenso?

Se puso un pijama y se acostó. Durante un buen rato, dio vueltas en la cama sin dejar de pensar en Poncho, en sus ojos, en su sonrisa, en cómo estaría tras lo que ella le había dicho. Dio mil vueltas más. Necesitaba dormir, quería dormir, pero era incapaz de hacerlo. No podía relajar la mente ni parar el corazón, ni dejar de pensar en la maldita revista que había sobre el sofá del comedor. Al final se levantó.

Fue descalza al comedor y, al llegar, encendió la lamparita, cogió la revista y se sentó en el sofá.

—De acuerdo, soy una cotilla empedernida y hasta que no vea lo que no debo mirar, porque me voy a machacar aún más, no voy a ser capaz de dormir.

Comenzó a pasar las hojas con brío. Famosos, cotilleos, embarazos, casas de lujo, pero de repente se paralizó. Había dos fotos de Poncho, tan guapo como siempre. En una se lo veía sentado en una cena de gala, con esmoquin, hablando con varias personas, y en otra estaba en bañador, en un barco, junto a una rubia impresionante.

—Vaya... ahora toca rubia —se mofó con amargura.

El corazón se le aceleró, y más al leer:

«El compositor Poncho Herrera se divierte en México con la preciosa actriz Etta Vazquez».

Leyó el artículo rápidamente. En él hablaban del movido pasado sentimental de Poncho y se mencionaban varios de sus anteriores romances. Sobrecogida, leyó la interminable lista de mujeres que habían pasado por su vida y, cuando acabó, murmuró:

—Sin duda, perdió la razón cuando se fijó en mí.

Al cabo de un buen rato, en el que no paró de mirar sus fotos y maldecir por lo que su corazón sentía al verlas, cerró la revista y volvió a la cama. Esa noche le fue imposible dormir.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora