Parte 16

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A partir de ese día, Poncho y Anahí se veían siempre que podían.

Cuando coincidían en eventos, Poncho pasaba por su lado y le rozaba la mano con disimulo. Eso les encantaba. Y cuando comenzaban con el juego de las miradas, se calentaban solo con eso y ansiaban que llegara el momento de que aquello finalizara para encontrarse y hacerse mutuamente el amor.

Andrew los observaba en silencio. Aquel ricachón le había ganado la partida y, a pesar de la rabia que sentía por no ser él quien estuviera disfrutando de Anahí, decidió tragarse la rabia y esperar. Aquello no terminaría bien y entonces él no desaprovecharía su oportunidad.

Los viernes que ella trabajaba en El Mono Rojo, bailando sobre la barra, a Poncho le sudaban las manos y se descomponía. Ver que los hombres se le acercaban mientras bailaba y ella les echaba tequila en la boca, lo encelaba, pero no decía nada. No debía. No era su novia y tenía que aceptar que trabajara allí.

A Anahí las horas de sueño se le redujeron un montón y ni ella misma sabía cómo podía seguir en pie. Durante el día estaba en el restaurante, por la tarde cuidaba a sus hijos y por las noches, tras trabajar en algún evento, se veía con Poncho en su casa.

Un día, recibió una llamada de Linda. George quería verlos a ella y a los niños para despedirse de ellos. Dos días después, recibió unos pasajes de avión que él había pagado y, tras pedir permiso en sus trabajos, se fueron a Nevada. Al verlos aparecer, George sonrió contento. Durante todo el día bromeó y jugó con los pequeños, que lo llamaban yayo. Los quería, los adoraba. Por la noche, mientras Linda acostaba a los niños, George cogió a Anahí de la mano y, sentándose con ella en el salón, dijo:

—Aún recuerdo lo mal que hablabas inglés la primera vez que te vi y me encanta ver lo bien que lo hablas ahora.

—En mi trabajo tengo una buena academia —contestó ella, sonriendo—. Aprender inglés me ha salido gratis.

Ambos rieron por el comentario y George dijo:

—Estás muy guapa con esos colores en el cabello, pero ¿cuándo vas a recuperar tu precioso pelo rojo?

Ella lo miró divertida y exclamó, haciéndolo reír:

—Pero ¡si es tendencia!

—Olvídate de ese hombre —insistió George—, como seguramente él ya se ha olvidado de ti. Recupera tu color de pelo y haz el favor de dejar de vivir con miedo.

Anahí suspiró. Lo que le pedía no era fácil y, conociendo a Julio César, sabía que nunca se olvidaría de lo que le hizo, pero respondió:

—Vaaaaaale... lo haréeeeeeeeeeee.

George soltó una carcajada, luego le acarició la cara con cariño y dijo, entregándole una cajita:

—Esto es para ti.

Anahí sonrió y la abrió y, al ver lo que contenía, se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Deseo que tengas esta cadena de oro blanco que me regaló mi padre el día que me marché a hacer el servicio militar —dijo George—. Era su manera de decirme que no lo olvidara y ahora es mi manera de decirte yo a ti que no me olvides.

—George... —gimió.

Cogiendo la cadena, él abrió el cierre y murmuró:

—Déjame que te la ponga.

Con las lágrimas corriéndole por las mejillas, Anahí se levantó el pelo y, cuando George se la hubo puesto, él la miró sonriendo y dijo:

—Como suponía. Estás preciosa.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora