Parte 23

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Poncho estaba trabajando en el despacho de la discográfica, cuando la puerta se abrió y apareció su cuñada Yanira. Al verla sonrió y ella le devolvió la sonrisa y dijo:

—¿Qué te parece si nos vamos a comer juntos al chino que tanto nos gusta?

Él la miró con el cejo fruncido y contestó:

—No.

—Anda, venga... Sabes que esa comida te gusta tanto como a mí.

—Tengo que terminar esto. No puedo.

Sin hacerle caso, Yanira se sentó en la mesa y le cerró el portátil.

—Llevo viéndote con cara de amargado varios días —dijo—. ¿Qué ocurre? Y como me vuelvas a decir que nada, igual que ayer, anteayer y hace una semana, te juro, Poncho Herrera, que lo vas a lamentar. Y cuando te digo que lo vas a lamentar es que lo vas a lamentar.

—Yanira, no estoy de humor.

Sin amilanarse, ella lo miró y soltó:

—Plan A, te vienes conmigo a comer y hablamos de lo que te pasa. Plan B, pedimos comida y hablamos de lo que te pasa, o Plan C, te doy el santo coñazo hasta que me digas lo que te pasa y me odies a más no poder. Tú decides.

Poncho se echó hacia atrás en la silla y contestó:

—Menuda cruz tiene mi hermano contigo.

Ella sonrió y, dándole un toque en la frente con el dedo, afirmó:

—Dylan es el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra, ¡no digas tonterías!

Ambos rieron y, aprovechando el momento, Yanira preguntó:

—Se trata de Anahí, ¿verdad?

Poncho asintió. Negarle la verdad a su cuñada era imposible.

—Sí. Hemos roto y, aunque me joda reconocerlo, la echo de menos.

Yanira suspiró. El mal de amores era terrible y sugirió:

—Llámala y díselo. Estoy segura de que ella también te echa de menos a ti.

—Lo dudo —contestó Poncho, sonriendo con amargura.

Ella lo miró sorprendida e insistió:

—Pues no lo dudes, morenito. Y aunque es un error que te diga esto, porque estoy segura de que me lo vas a repetir de aquí en adelante, los Herrera tenéis algo que hace que sea difícil olvidaros.

—¿También Omar? —preguntó él con una media sonrisa.

—Ese es un caso aparte —respondió ella.

—Tiene tres hijos —soltó él de golpe, sincerándose—. Tres hijos que me ha ocultado todo este tiempo y...

—¿Esa chica tiene tres hijos? —preguntó Yanira sorprendida.

—Sí, tres. Dos gemelos un poco mayores que tus niños y una niña como Preciosa.

—Pero si es muy jovencita.

—Treinta años.

Tras un momento de silencio, Yanira lo miró y dijo:

—¿Es por los niños por lo que habéis cortado?

Pasándose la mano por el pelo, Poncho se encogió de hombros.

—Estuve de viaje en México, en una gala y con reuniones, y Anahí leyó en la prensa lo...

—¿En la prensa? —lo cortó Yanira con amargura—. ¡La madre que parió a la prensa! Tendré que hablar con Anahí seriamente sobre ese tema. Joder, pero ¿por qué serán tan cotillas y mentirosos? —Y, mirándolo, añadió—: ¿Con quién te han liado esta vez, machote?

—Con Etta Vazquez y con la mujer de un amigo —respondió sombrío.

Yanira suspiró. También ella había tenido problemas con la prensa en sus comienzos con Dylan y de su carrera musical. Pero cuando fue a hablar, Poncho continuó:

—Pero no solo ha sido eso. También está lo de los niños y...

—No me jorobes y me digas que por los críos no estás con ella. —Y al ver cómo la miraba, Yanira prosiguió—: No quiero tener que recordarte que cuando tu madre se casó con tu padre, este ya os tenía a ti y a Omar.

—No... claro que no es por eso —respondió él—. La prensa y los niños han formado un cúmulo de cosas y... y... ¡Joder, que tengo cuarenta años y parezco un crío de diecisiete suspirando por las esquinas!

—¿Quieres que hable yo con ella?

—Ni se te ocurra. —Y al ver que sonreía, insistió con seriedad—: Yanira, te lo digo muy en serio, no te metas en esto y déjame resolverlo a mí como yo mejor crea.

—Vale.

—Yanira, te lo estoy diciendo muy en serio.

Al ver la expresión de su cara, ella asintió. Si en algo no se metía era en asuntos amorosos y menos si se lo pedían de aquella manera.

—Por lo que tú más quieras te prometo que me voy a mantener al margen y ni a Dylan se lo voy a comentar. Pero si vuelves con ella, te aseguro que voy a ser la primera en enseñarle a Anahí a tratar a la prensa, ¿entendido?

Finalmente, Poncho sonrió. Se levantó y, cogiendo su chaqueta y a su cuñada del brazo, dijo:

—Anda, vamos a comer antes de que me sometas a otro tercer grado.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora