Pasaron dos días y por fin tuvo fiesta. Anahí fingió ante todos que estaba estupenda, aunque por dentro se estaba desangrando lentamente. David y Manuel intentaron hablar con ella, pero se negó a escucharlos. No había nada de qué hablar.
Aquella mañana, tras telefonear a Linda, como siempre, hizo la compra, cocinó para la semana, lo congeló y limpió. Estaba pasando el aspirador cuando le sonó el móvil y, al ver de quién se trataba, la saludó:
—Hola, Diamantina.
—Hola, guapísima, ¿qué tal?
Anahí, tras mirar la leonera que era su casa, respondió:
—Limpiando, no te digo más.
Diamantina soltó una carcajada.
—Te llamo porque hemos recibido un encargo y te quieren a ti para el servicio.
—¿A mí?
—Sí. Es la misma dirección de hace unas semanas. Al parecer, debiste de cocinar de maravilla, porque nos han llamado y han pedido específicamente que fueras tú.
Al oír eso, a Anahí se le disparó el corazón. Poncho había vuelto y quería verla. Por un instante, sintió la necesidad de dejarlo todo e ir. Se moría por verlo. Pero no, no lo haría. No iba a ir corriendo tras él en cuanto se lo pidiera. Sus niños eran lo primero y pasaría su día libre con ellos, por lo que respondió:
—No puedo ir, Diamantina. Esta vez me es imposible.
—Vaya, cuánto lo siento. —Y sin cambiar su jovial tono de voz, añadió—: Hablaré con la clienta e intentaré convencerla de que tenemos otras cocineras tan buenas como tú.
—Seguro que lo consigues —murmuró ella, intentando que no se le notara la decepción.
Tras despedirse de la secretaria, colgó y se sentó en el sofá con el aspirador en la mano. Aquellas fotos en la revista le habían hecho pupa. Por lo tanto, tema zanjado.
El teléfono volvió a sonar y, sorprendida, Anahí vio que era Diamantina de nuevo.
—¿Qué ocurre?
—Anahí, cielo, disculpa que sea tan pesadita, pero he hablado con la clienta y me dice que triplica la cantidad a pagar. En vez de ciento cincuenta dólares, si vas tú pagarían cuatrocientos cincuenta. Pero ¿qué les hiciste para cenar el otro día?
Anahí se quedó boquiabierta. Poncho no se lo iba a poner fácil. Aquello era mucho dinero para ella, pero cerrando los ojos, respondió:
—Diamantina, lo siento, pero de verdad que no puedo.
Colgó con un suspiro. Poncho se podía permitir aquello y muchísimo más, por lo que desconectó el teléfono móvil. No estaba dispuesta a escuchar ninguna oferta más.
Encendió el aspirador y siguió limpiando. Si ponía en la balanza a Poncho y a sus hijos y su hermana, sin duda se quedaba con estos. Si lo perdonaba, con toda seguridad él la haría sufrir y la decepcionaría, igual que le había pasado a su excuñada Tifany con su hermano. No. Ni loca caería de nuevo en sus redes.
Además, el martes era el único día que podía salir con los niños, llevarlos a la playa, a comer una hamburguesa, un helado, al cine y esta vez no pensaba decepcionarlos, ni por Poncho ni por nadie.
Por la tarde, cuando ellos salieron del colegio y regresaron a casa con Manuel, los abrazó y les puso los bañadores y crema solar. Después cogió el cesto con las toallas, agua, patatas y todo lo que pensó que se les podría antojar y se marcharon a la playa a disfrutar del precioso día.
ESTÁS LEYENDO
Todo de mi (AyA Adaptación)
FanfictionPoncho Herrera es un guapo, adinerado y exitoso compositor de música puertorriqueño. No hay mujer que se le resista y que olvide con facilidad su mirada verde y leonina. Anahí es una joven que con apenas veinte años tuvo que hacerse cargo de su herm...