Epílogo

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Puerto Rico, un año y medio después.

Villa Melodía, la casona de Anselmo Herrera en la isla, estaba a reventar. Aquel verano todos los Herrera habían decidido pasar juntos las vacaciones y en agosto se reunieron en aquel lugar tan importante para ellos, haciendo que Anselmo se sintiera especial, rodeado de risas, música, niños y bullicio.

Todos los pequeños Herrera jugaban en la playa bajo la atenta mirada de la Tata, de Amelia y de Rosa, mientras Anahí, Yanira y Tifany disfrutaban bajo una sombrilla, para no quemarse, del maravilloso sol de la isla.

Anahí, feliz, oía reír a sus niños. Tras la boda, Poncho quiso adoptarlos y darles su apellido, y ahora a ellos les encantaba decir que eran Herrera. Algo que los llenaba de orgullo y hacía que a Poncho se le cayera aún más la baba con ellos.

En ese momento, le llegó un mensaje al móvil.

—Es Valeria, que os manda besos. Ya está con Alain en Canadá. Dice que cuando vuelva llamará para quedar.

—Qué mono es el francés —murmuró Tifany—. Se lo ve tan pendiente de ella y tan enamorado, que estos cualquier día se nos casan.

—¿Alguna habló ayer con Coral? —preguntó Yanira.

—Yo. —Y, bajando la voz, Tifany cuchicheó—: Ya está en Hawaii con su lobociento hawaiano. Al parecer, la fue a buscar al aeropuerto y están en un hotel precioso.

Todas sonrieron al pensar en la loca de su amiga. Su relación con Joaquín, su ex, era magnífica, y entre los dos se turnaban para que a Candela, su hija, no le faltara de nada, y también para que ambos pudieran vivir y viajar.

—¿A que no sabéis lo que me dijo que os contara? —rio Tifany.

—Viniendo de ella, me espero cualquier cosa —se mofó Anahí.

Colocándose con gracia su pamela en la cabeza, Tifany contestó:

—Sus palabras literales fueron «Diles a las chicas "¡Viva Hawaii!"».

Las tres soltaron una carcajada al entender lo que quería decir con aquello, y a continuación Yanira, mirando al frente, murmuró, mientras se bajaba las gafas de sol:

—¿Qué os parecen las vistas de la playa?

—Uiss, cuqui... me superencantaaaaaaaaaaan —contestó Tifany.

Anahí, que estaba tumbada, se incorporó y vio a los tres hermanos Herrera, Dylan, Omar y Poncho, caminar por la orilla de la playa, hablando, con sus bebés en brazos. Ver a Poncho tan atontado con la pequeña Zaida, una morenita algo llorona, la hizo reír y respondió:

—Impresionante es quedarse corto.

Durante varios minutos, las tres observaron a sus fantásticos maridos a unos metros de ellas. Eran un placer para la vista.

Tifany, que por fin tenía con Omar la vida que ella quería, miró con amor al grandullón de su marido con el pequeño Diego en los brazos y sonriendo cuchicheó:

—Es tan mono y se desvive tanto por hacerme feliz, que a veces aún creo que estoy viviendo un sueño.

Anahí y Yanira se miraron. Omar sin duda había cambiado y que Tifany fuera feliz con él tras todo lo ocurrido, era maravilloso. Yanira, tras guiñarle un ojo a Anahí, contestó:

—Es un Herrera, ¿qué esperabas?

Las tres soltaron la carcajada, pero entonces Tifany murmuró:

—Esas lagartas de allí deben de pensar lo mismo que nosotras. Solo hay que ver cómo los miran y parpadean coquetas.

Y era cierto. Aquellos tres puertorros morenazos, con sus bebés en brazos, eran una auténtica tentación para cualquiera y, divertida, Anahí replicó:

—Tranquila. Jenny ya las está mirando y como se pasen un pelo, ya sabéis que no se cortará y les soltará cuatro frescas.

De nuevo rieron y Yanira, que había sido la última en tener a su pequeño Gabriel, se tocó el vientre, aún algo hinchado, y dijo:

—Tengo un hambre horrible. Esto del régimen me mata. Pero comienzo gira latina dentro de cuatro meses y tengo que estar en forma.

—Calla, cuqui, calla —suspiró Tifany—. A mí todavía me quedan por perder un par de kilos que me traen por la calle de la amargura.

Anahí sonrió al escucharlas y rio con ganas cuando vio a las chicas que anteriormente había comentado Tifany levantarse y caminar hacia sus maridos. No había nada más tierno que ver a un bebé en brazos de un padre. Y, si esos padres eran los puertorros de los Herrera, aparte de tierno era muy tentador.

—Como diría David, ¡qué ofrecidas! —se mofó Yanira.

Apoyadas en sus hamacas, no quitaban ojo a lo que veían, cuando Anahí, segura de lo que decía, murmuró.

—Tranquilas, chicas. No olvidéis que ellas los desean a ellos, pero ellos nos desean a nosotras.

En ese momento, sus maridos se alejaron de la orilla y caminaron hacia ellas y, al llegar a su lado, las besaron. Poncho se sentó junto a Anahí, y tras meter a la pequeña Zaida dormida en su capazo, dijo:

—¿Cómo está mi chica preferida?

Ella sonrió y respondió con malicia:

—Muy... acalorada.

Al entenderla, le guiñó un ojo y, sin darle tiempo a reaccionar, con un rápido movimiento se la echó al hombro. Anahí gritó sobresaltada y Poncho se levantó y comenzó a correr con ella hacia la orilla de la playa.

Anahí levantó la cabeza y vio que todos reían y que Yanira gritaba diciendo que ya le echaría un ojo a Zaida. Eso la hizo reír y decidió disfrutar de aquel divertido momento con su marido.

Cuando a Poncho el agua le llegaba por las caderas, la bajó con cuidado y, besándola, dijo:

—Tan bella como perversa.

—¿Imitando a la reina de las telenovelas? —preguntó ella.

Poncho sonrió y soltó:

—Enfríate, preciosa, o me harás cometer una locura en un sitio público.

—Estás demasiado bueno, cariño, entiéndelo —contestó Anahí—. Estos abdominales no los tiene cualquiera.

Poncho soltó una carcajada y, acercándola más a su cuerpo para que sintiera la excitación que le provocaba, susurró:

—Deja de provocarme, taponcete.

Entre risas, se acariciaron bajo el agua, anhelando llegar a su habitación. No había mayor deleite para ellos que sus ratos íntimos, que no eran muchos. Cuatro niños les robaban mucho tiempo. Pero esos ratos suyos los disfrutaban al mil por mil y seguían bailando canciones románticas en la cocina, con la luz apagada, mientras se besaban con auténtica adoración.

Como decía la romántica canción de Luis Miguel, lo suyo era pasión y delirio. Nada sería igual sin Poncho. Anahí ya no podría vivir sin los besos y las sonrisas de aquel maravilloso Herrera.

Estaban absortos en su íntima locura cuando de pronto oyeron las voces de los niños, que se acercaban. Al mirar, vieron que todos los pequeños Herrera gritaban divertidos, mientras intentaban huir de Dylan y de Omar.

Tras darle un beso rápido, Poncho se unió al juego de sus hermanos con los niños y Anahí los observó emocionada.

Ver la felicidad en los ojos y en las sonrisas de sus hijos le llenó de alegría.

Poncho Herrera había llegado a sus vidas y a sus corazones en el momento oportuno, dispuesto a quedarse, como decía la llave que descansaba sobre su pecho, para siempre.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora