Parte 39

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Julio César volvió a desaparecer.

Harry, tras el último incidente, pasó a mejor vida. Poncho se negó a que lo arreglara y, con todo el dolor de su corazón, Anahí supo que debía dejarlo marchar. Algo que todos aplaudieron, incluidos David y Manuel.

Una tarde, Poncho encontró la casa vacía cuando llegó. Anahí, Lola y los niños se habían ido y, angustiado, llamó a Anahí. Se tranquilizó al saber que estaban en la tienda de Tifany, probándoles a los pequeños los vestidos para la boda de aquella.

Cuando colgó se sentó en el sofá, que ya no era blanco, y miró a su alrededor. Su casa minimalista ya no tenía nada que ver con la que era ahora. Había juguetes en los rincones, cochecitos encima de las mesitas blancas y fotos y dibujos de los niños sobre su chimenea de diseño. Eso lo hizo sonreír. A su padre le encantaría.

Se levantó para mirar las fotos y le gustó ver que Anahí había reemplazado algunas que tenía en los viejos marcos, por fotos actuales en las que salía él con los niños. Recordó el día que fueron al cine con ellos y se tuvieron que ir porque a Brian le daba miedo, o el día que tuvieron que ir a urgencias porque Adán se había metido una judía en la nariz.

Sin duda, Anahí y esos pequeños habían finiquitado su anterior vida, plagada de fiestas, mujeres y orden, para empezar una nueva que a veces lo desesperaba por la falta de tiempo y el caos que comportaba.

Mientras miraba una foto de Anahí riendo al borde de la piscina, se le ocurrió algo y, tras coger la chaqueta y las llaves de su coche, se marchó. Había decidido sorprenderla.

Una hora y media más tarde, cuando salió de la tienda de tatuajes de su amigo Bobby, se dirigió a una joyería en la que los Herrera eran muy bien recibidos. Y mientras estaba sentado hablando con la guapa dependienta, que le ponía ojitos, oyó decir a su espalda:

—Qué pasa, hermano.

Se levantó y, encantado, abrazó a su hermano Omar. Instantes después, este se fijó en lo que Poncho estaba mirando y, como buen puertorro, murmuró divertido:

—Wepaaaa...

Poncho sonrió y, señalando los anillos que tenía delante, preguntó:

—¿Cuál crees que le puede gustar a Anahí?

—Hermano, te aseguro que le va a gustar cualquiera —respondió Omar, tocándole el hombro con cariño.

—Lo sé —sonrió Poncho—, pero es para un momento especial y...

—¿Lo vas a hacer? —preguntó Omar.

—Sí —afirmó su hermano convencido.

—¿Estás seguro de que es la mujer de tu vida?

Poncho asintió. Imaginarse su vida sin Anahí, los niños y toda aquella locura era prácticamente imposible.

—Tan seguro como que me llamo Poncho Herrera y tú y Dylan sois mis hermanos.

Ambos rieron. Omar, contento por él, volvió a mirar los anillos y murmuró:

—Si Tifany estuviera aquí, te diría que escogieras un rubí.

—¿Por qué?

Con una sonrisa soñadora, Omar cogió un anillo con una piedra roja y, entregándoselo, dijo:

—Porque es intenso y brillante como el color rojo del pelo de Anahí, y vuestra, seguro, más que ardiente relación.

—Buena apreciación —asintió Poncho.

—Cuando se extrae un rubí de la naturaleza, tiene un aspecto tosco, pero una vez tallado, su tono radiante y exclusivo lo hace majestuoso e inigualable.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora