Parte 17

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Los días seguían pasando y con ellos seguían también sus locos encuentros.

Pero por increíble que pareciera, la prensa hablaba de Poncho, relacionándolo cada semana con una actriz o una cantante distinta.

Eso a Anahí le molestaba, pero él ni se inmutaba. Ya estaba acostumbrado.

Una madrugada, tras una noche loca de sexo, Anahí, agotada, se quedó dormida en la cama de Poncho y este no la despertó. De pronto, abrió los ojos sobresaltada y, al mirar su reloj y ver que eran las seis y veinte, se quiso morir.

Los niños entraban en el colegio a las ocho. Debía irse de allí cuanto antes.

Al levantarse de la cama con premura, se le enganchó un pie en la sábana y cayó de bruces contra el suelo. Eso hizo que Poncho se despertara y, soñoliento, al verla de esa guisa, preguntó:

—Cariño, ¿qué haces en el suelo?

Se puso de pie deprisa y dijo, mientras se vestía dándole la espalda:

—Es tardísimo. Me tengo que ir.

Poncho miró el reloj digital que tenía en la mesilla. Eran solo las seis y veinte de la mañana y habían estado haciendo el amor hasta las cuatro. Se levantó y, sujetándola, la besó y dijo:

—Quédate. Yo lo solucionaré y...

—No —lo interrumpió ella, deshaciéndose de su abrazo—. No puedo.

Poncho la miró. ¿Por qué tenía tanta prisa? Y antes de que dijera nada más, Anahí preguntó:

—¿Me prestas tu coche? Te juro que te lo devolveré sano y salvo.

—¿Por qué tienes tanta prisa?

Sin ganas de contestarle, endureció la voz e insistió:

—¿Me lo prestas o no?

Desconcertado ante su reacción, levantó las manos y murmuró:

—De acuerdo. Está en el garaje.

Anahí sonrió y, acercándose a él, lo besó en los labios y dijo:

—Ve a buscarlo luego al restaurante, ¿vale?

Poncho asintió y ella se marchó a toda prisa.

Se asomó al ventanal de su habitación, desde donde la vio salir fuera de la casa, saludar con rapidez a Melodía y entrar en el garaje. Instantes después, la vio conduciendo el R8. Cuando desapareció de su vista, derrapando, Poncho se dejó caer en la cama de nuevo y se durmió. Estaba agotado.

Anahí disfrutó de la conducción de aquel coche. ¡Era impresionante! Le recordaba su pasado y, aunque eso la hizo sonreír, no le gustó.

Al llegar a su casa, Manu estaba dormido en el sofá. Entró con cuidado para no despertarlo y cuando casi había abierto la puerta de su habitación, lo oyó decir:

—Caerás enferma si no descansas, mi amol.

Se volvió para mirarlo y contestó:

—Lo siento. Siento haber llegado a estas horas, pero me he quedado dormida y...

—Normal, cariño... normal. —Y levantándose para regresar a su casa, añadió—: Por la hora que llegas no te preocupes. Preocúpate por ti, porque a este ritmo ya te digo que vas a caer enferma. Además, tienes ojeras. ¿No te miras al espejo?

Y, tras guiñarle un ojo, se marchó.

Anahí se desnudó y se metió bajo la ducha. Aquello la espabilaría.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora