Parte 35

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Esa tarde, cuando llegó a casa, por suerte Poncho no estaba demasiado comunicativo. Se había encerrado en su despacho, trabajando en la banda sonora de la película que le habían encargado y, tras saludarlo, Anahí se encaminó al salón, donde Lola estaba con los niños.

Jenny, al verla entrar, se sentó a su lado en el sofá y cuchicheó:

—Lola es una descarada y una cochina.

—¿De qué hablas, Jenny?

La niña se acercó más a ella y murmuró:

—Esa bruja del demonio hablaba con alguien por teléfono y decía cosas muy guarras.

Anahí la miró boquiabierta y no queriendo hacerle caso, susurró:

—Castigada a tu habitación y haz el favor de controlar tu vocabulario.

—Pero...

—¡Castigada! —insistió malhumorada.

Jenny se levantó molesta y se marchó.

Anahí se arrepintió enseguida de haberle hablado así a su pequeña. Jenny no tenía la culpa de su enfado y antes siquiera de que hubiera llegado a la puerta, corrió hacia ella y, abrazándola, dijo:

—Cariño, perdóname por haberte hablado así. —La niña no dijo nada y Anahí, mirándola, explicó—: Hoy mami está nerviosa por cosas del trabajo, pero prométeme que no volverás a decir algo así de Lola. Es una buena chica que se desvive por atenderos cuando yo no estoy.

Jenny la miró. Pocas veces la había visto tan alterada, y susurró:

—Vale, mamita.

Instantes después, se dirigió hacia donde estaban los niños y comenzó a jugar con ellos. Mientras los veía jugar y reír, Anahí pensó en lo ocurrido. Julio César los había encontrado. Por suerte, no sabía nada de los gemelos. Temía que se enterase de que eran sus hijos y, nerviosa, pensó en cómo conseguir los seis mil dólares para que se fuera.

Tras acostar a los pequeños y ver que Poncho no salía de su despacho, fue a su encuentro. Él, cuando la vio entrar, preguntó:

—¿Y los niños?

—Ya están en la cama.

Poncho sonrió y, al notar que estaba tan seria, dijo:

—¿Qué te pasa?

Angustiada por lo que le ocurría, quiso contárselo, pero en vez de ello sonrió y respondió:

—Me duele la cabeza. Creo que me voy a ir a la cama.

Preocupado, Poncho le tocó la frente. No parecía tener fiebre.

—Si te encuentras mal, lo mejor es que vayas a descansar.

Ella, deseosa de quitarse de en medio, lo besó y se marchó.

Una vez en la cama, dio infinidad de vueltas, no podía dejar de pensar en lo sucedido aquel día. Poncho entró en la habitación se quitó la ropa, con cuidado, quedándose solo con los calzoncillos, y se metió en la cama. Después se acercó a ella y, al ver que estaba despierta, la besó en la frente, la abrazó y murmuró:

—Duerme, cariño. Mañana te encontrarás mejor.

A la mañana siguiente, cuando sonó el despertador, Anahí apenas había descansado. Salió de la cama con cuidado para no despertar a Poncho, se dio una ducha rápida y, cuando bajó a la cocina, se encontró con Paola, que ya había llegado. Al verla la saludó, pero al notar su mala cara, preguntó:

—¿Te ocurre algo?

Encogiéndose de hombros, mientras se preparaba un café, respondió:

—Una mala noche.

Paola asintió, y en ese momento se abrió la puerta y apareció Lola.

—Hoy Jenny tiene que llevar un trabajo de ciencias al colegio —le dijo Anahí tras saludarla—, que no se le olvide.

La chica asintió y Anahí salió de la casa para irse a trabajar. Pero aquella mañana todo se le hizo cuesta arriba. No podía parar de pensar en cómo pagar lo que aquel delincuente le pedía, hasta que de repente se iluminó.

Sacó el móvil del bolsillo del mandil y, yendo hacia la trastienda del restaurante, llamó a Yanira y quedó con ella a la salida del trabajo.

Se encontraron en una lujosa y exclusiva cafetería de Beverly Hills y, tras darse un beso y pedirle un café a la camarera, Anahí le soltó de golpe:

—¿Me podrías prestar seis mil dólares?

—Por supuesto —contestó Yanira, y luego añadió con una sonrisa—: ¿Quieres hacerle un buen regalo a Poncho?

Anahí negó con tristeza e, incapaz de mentirle, explicó:

—Tras salir en todas las revistas y en los programas del corazón, Julio César me ha localizado y...

—Por el amor de Dios, ¿te ha hecho algo?

—No... no... pero...

—¡¿Pero?!

—Tiene unas fotos mías de cuando estaba con él, en una actitud no muy decente y...

—¿Te chantajea?

—Sí.

—Debemos llamar a la policía, Anahí. Ellos sabrán cómo proceder.

Ella la miró angustiada.

—No podemos hacerlo o esas fotos llegarán a la prensa.

Yanira bebió un sorbo de su café. Aquel asunto no pintaba bien y, tras dejar la taza en el plato, dijo:

—Intuyo que no le has contado nada a Poncho, ¿verdad?

—Intuyes bien.

—¿Por qué?

Anahí la miró desesperada y, retirándose un mechón rojo de los ojos, contestó:

—Me avergüenza que vea esas fotos y... y... no sé cómo se lo va a tomar.

Yanira, al verla tan preocupada, le cogió la mano.

—Mañana mismo tendrás los seis mil dólares.

—Gracias... gracias...

—¿Estás segura de que no te va a volver a chantajear?

Anahí suspiró y, encogiéndose de hombros, negó con la cabeza.

—No lo sé. Pero de momento, creo que lo mejor será que le pague ese dinero.

—Sigo pensando que deberías contárselo a Poncho.

—Lo sé, sé que debería hacerlo, pero algo me dice que intente solucionar yo sola este problema sin meterlo a él por medio. Además, está muy ocupado. Tiene que terminar la banda sonora de la película y últimamente va muy estresado. No quiero darle más quebraderos de cabeza.

Yanira lo entendió e, intentando sonreír, afirmó:

—Tranquila, esto quedará entre tú y yo y recemos porque el asunto se pare aquí.

Dos días después, Julio César acudió de nuevo al restaurante y, cuando Anahí lo vio, se acercó a la barra, donde él se había sentado, y, entregándole la carta del restaurante, dijo:

—Dentro hay un sobre. Quédatelo y desaparece de mi vista.

Con disimulo, él cogió la carta y abrió un poco el sobre, y al ver aquel fajo de billetes, lo cerró y dijo:

—Muy bien, pelirroja. Qué rápida has sido. No esperaba menos de ti.

—Ahora, dame las malditas fotos y vete de una vez.

Divertido, él le guiñó un ojo y Anahí supo que había jugado con ella. Con una sonrisa de lo más desagradable, salió del restaurante sin entregarle nada.

Anahí se agachó detrás de la barra y se echó a llorar. Acababa de hacer una idiotez. Julio César no pararía de chantajearla hasta destrozarle la vida.

Todo de mi (AyA Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora