POCHÉ.
Aquí está pasando algo. No sé el qué, pero es algo importante. Daniela no ha protestado cuando mis abuelos han anunciado que vamos a decorar no uno, sino dos árboles. Y peor aún: durante la jornada laboral, no se ha dedicado a regodearse y mirarme con una sonrisita triunfante después de que ayer se saliera con la suya con el tema de la pimienta.
Es desconcertante, se sale del plan y no me gusta. Se supone que ella hoy tendría que recrearse en su pequeña victoria para que yo me enrabietara más y urdiera mi venganza con más ganas y motivos, pero me lo está poniendo difícil y así esto no tiene ninguna gracia.
Después de la jornada, cuando llega el relevo de los que tienen que participar, nos reunimos en el salón con mis abuelos, que disponen que lo mejor es que un pequeño grupo decore el de la entrada y otro, el del salón.
—Las chicas y yo decoraremos el de la entrada —dice Carmen de inmediato. No entiendo bien el motivo hasta que Daniela protesta.
—Es más fácil de decorar. He visto que ya tiene las luces puestas.
—Deberías haber sido más lista, entonces.
—No creo que sea just...
—Oye, niña, te he visto correr por aquí con trenzas y sin dientes, ¿recuerdas? ¿De verdad estás dispuesta a enfrentarte conmigo por esto?
Si algo sabe todo el mundo en este hotel es que no merece la pena enfrentarse a Carmen por nada. Si no, que les pregunten a las chicas que trabajan para ella. Sí, sé que teóricamente trabajan para mis abuelos, pero si soy sincera, estoy temiendo el momento de tomar las riendas y tener que ser su jefa. Lleva años aquí, es un poco sargento, pero el caso es que, cuando se va de vacaciones, el sector de limpieza de habitaciones, que es de lo que se ocupa, se convierte en un auténtico caos donde reinan las discusiones, las cosas no se hacen a tiempo y siempre parece haber algún problema. Así que hemos llegado a un punto en el que, como nieta de Nora y Carlos, pienso que Carmen no debería tener tanto control, pero como futura dueña del hotel, creo que me da pánico que un día se le ocurra renunciar y dejarme sola. Es mejor estar en su barco, eso es algo que sabe todo el mundo, incluida Daniela. Motivo por el que se queda en silencio y permite que Carmen y su equipo vayan a la recepción a decorar.
—Bien, supongo que aquí nos quedamos nosotros —digo mirando a mis abuelos.
—En realidad, os quedáis Sebas, Daniela y tú —dice mi abuelo—. Nosotros tenemos cosas que hacer, Lucía puede librar hoy, Andrea está todavía en la cocina y Germán ya ha entrado en su turno. De cualquier modo, no son ellos los que tienen problemas de comportamiento.
—¿Y yo por qué? Últimamente me estoy portando genial —dice Sebas.
—Cierto, pero contamos contigo para que hagas de árbitro en caso de que las cosas aquí se... descontrolen. Aunque confío en que os vais a comportar como las personas adultas que ya sois. —La mirada que me dedica mi abuela es un poco indignante.
—No hay ningún problema —digo—. Nos ocuparemos y estará perfecto en un abrir y cerrar de ojos.
Daniela no protesta, aunque solo hay que mirarle la cara para saber que no está muy conforme con esto y yo vuelvo a preguntarme qué me estoy perdiendo.
Al final, todo el mundo se marcha y, cuando ya estamos los tres a solas, Sebas entrelaza sus dedos, los lleva al frente y los hace crujir de un modo asqueroso.
—Sebas... —me quejo.
—Cuidadito, Poché. —Sonríe con suficiencia y cuadra los hombros—. No te quejes mucho, porque ahora soy tu jefe.
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Imperfectas Navidades | CACHÉ
RomanceDaniela Calle odia la Navidad. Y a María José Garzón. María José odia que Daniela sea tan testaruda, orgullosa y rencorosa. Y también odia que ella se empeñe en hacerle la vida difícil sin importarle que sea su jefa. Nora y Carlos, abuelos de María...