CAPITULO 24.

1.2K 131 1
                                    

DANIELA.

12 de diciembre

«Durante todo un día, tendréis que cantar villancicos para los huéspedes que lo soliciten».

Estoy en la recepción intentando asimilar la actividad de hoy. Hace ya una hora que nos la leyeron y, de momento, nadie se ha animado, pero es pronto. Estoy segura de que, a medida que avance la jornada, muchos huéspedes repararán en el cartel que hay junto a la escalera y los ascensores donde se les informa de que, si tienen el espíritu apropiado, pueden solicitar un villancico a cualquier trabajador del hotel. Estuve tentada de preguntar si eso no se considera una humillación, pero Nora y Carlos han jugado de nuevo la carta del chantaje emocional.

Estamos justo a la mitad del calendario y empiezo a pensar que van a hacer eso en cada una de las pruebas. No ayuda, desde luego, que la mayoría de mis compañeros parezcan encantados. Después de doce días de Navidad obligatoria, ya son muchos los que se llevan bien y van por ahí diciendo que echarán de menos el calendario cuando llegue la normalidad.

Yo no, desde luego, no formo parte de ese equipo. Si bien es cierto que creo que he aprendido a tolerar todo este circo, aún no me encanta y dudo mucho que lo haga algún día. De hecho, vivo con el miedo de que quieran repetir esto cada año. No lo pregunto, por si al final soy yo la que da la idea, pero pensarlo, lo pienso.

En un principio, como digo, escaparse es fácil, pero a medida que avanzan las horas, empiezan a llegar compañeros a recepción que cuentan que ya han tenido que cantar, sobre todo los que trabajan en el restaurante. Lucía está deseando que un huésped se lo pida, así que no es de extrañar que se ponga contentísima cuando Joshua, el sueco, baja, lee el cartel y me sonríe.

—Quiero un villancico.

Lo miro sin saber bien cómo proceder. Para empeorar las cosas, las puertas del ascensor se abren y aparece Poché con unos documentos que, seguramente, tiene que dejar en mi puesto de trabajo.

—Oh —contesto a Joshua.

Fluida, ¿eh?

—Dijiste que te encanta la Navidad y aquí pone que cantáis villancicos.

Poché ya está a la altura de la recepción y yo no puedo evitar maldecir por dentro. Mierda. Dije eso, es cierto, pero lo hice solo porque Joshua es altísimo, rubísimo y guapísimo. Habría dicho que me encanta comer bebés si él lo hubiera preguntado. Miro a Poché, que parece contrariada. Creo que es porque está esperando a que la rete a hacerlo, pero hoy no tengo ganas de ser una capulla. Bueno, no tengo tantas ganas.

Aun así, cuando Poché abre la boca, me echo a temblar, porque no sé si va a cobrarme algunas de las bromitas que le he hecho (sin ninguna mala intención, por supuesto). Una cosa es la tregua que tuvimos anoche, pero soy consciente de que eso se acabó y ella aprovechará cualquier oportunidad para ponerme las cosas difíciles.

—¿Qué villancico le gustaría que cantáramos? —pregunta entonces Poché.

La miro con los ojos como platos. Lucía saca su teléfono de inmediato para enfocarnos. Tampoco le supone un gran esfuerzo porque lo tenía apoyado en el mostrador mientras retransmitía en directo.

De todos modos, Nora y Carlos le dijeron que no quieren el dinero y que, si le parece bien, se conforman con que done una parte a causas benéficas. Al final, Lucía dijo que donaría una parte y la otra la destinaría a un bote que se repartirá cuando termine el mes entre todos los trabajadores que grabe, porque no siente que sea dinero suyo cuando los actores (así nos llama ella) somos todos. Esas son las cosas que hace Lu y me recuerdan que tiene un gran corazón y, solo por eso, no puedo matarla por enfocarme constantemente.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora