DANIELA.
1 de diciembre
Le pregunto a Lucía por quinta vez en lo que va de mañana si ha visto a Snow. Ella ladea la cabeza, haciendo que su pelo negro y largo caiga sobre su hombro y entrecierra los ojos mirándome como si quisiera descubrir mi alma a través de mí.
—Quieres mucho a ese gato, ¿eh?
No respondo. La preocupación no me lo permite. Doy la vuelta al mostrador y recoloco las tarjetas de contacto del Hotel Garzón y los mapas de Greenwich Village, donde está situado, y a continuación reviso, otra vez, todos los lugares en los que podría estar el gato.
Hay un ficus junto a la puerta en un enorme macetero, a veces Snow duerme tras él. Sospecho que le gusta estar al tanto de quién entra y sale, aunque esté dormido. Seguramente sienta que así controla mejor sus dominios. Hoy no está, como tampoco está en las escaleras, ni bajo mi sillón de trabajo, ni al lado de la chimenea que hay en el salón común. A veces le encanta tumbarse junto al fuego crepitante y mirar a todo el mundo como si lo juzgara, pero no está. ¡No está en ninguna parte! Y aunque no quiero decirlo en voz alta, lo cierto es que la preocupación sí está empezando a hacer mella en mí.
—Voy a la cocina a por café y algo de comer —le digo a Lucía—. ¿Quieres algo?
—Una infusión.
—¿No quieres café?
—¿Por qué iba a querer café? No me gusta y lo sabes.
Bufo. Claro que lo sé. Conozco a esta chica desde hace unos años, pero a veces me parece que hace toda una vida. Conozco sus gustos al dedillo. De verdad, a veces comemos juntas y sé antes lo que va a pedir ella que lo que voy a pedir yo.
—Daniela —me llama cuando ya estoy a punto de encaminarme hacia la cocina.
—¿Sí?
Parece preocupada, lo que me ablanda enseguida, porque no soy la única que piensa que algo pasa con Snow. Suspira y frunce los labios, es evidente que está buscando las palabras adecuadas antes de hablar.
—¿Puedes preguntarle a Andrea si me dejaría hacer un directo mientras cocina? He dado tan buena fama a su comida que ahora la gente de TikTok está como loca y... —Gruño por respuesta y me doy la vuelta para irme—. ¿Qué? —pregunta desconcertada —. ¡Es tu madre, a ti no te dirá que no!
—No es mi madre, Lucía —le recuerdo parándome un segundo.
—Ya, pero es que madrastra suena mucho peor. Como la de Cenicienta, ya sabes.
Esta vez sí que bufo. Andrea no podría parecerse a la madrastra de Cenicienta ni aunque se esmerase en ello. Es dulce, atenta y amorosa, a veces en exceso. Yo la adoro porque quiere a mi padre y a mis hermanas, pero, sobre todo, la adoro porque me quiere a mí. No lo he dicho nunca en voz alta, pero cuando la conocí yo era más pequeña y siempre tuve miedo de que no me aceptara por ser hija de otra mujer. Nunca fue así. Andrea me quiso desde el primer minuto y me trató como a una hija. En realidad, para ser fiel a la verdad, me trató más como a una hija que mi propia madre.
Recuerdo que, cuando mi hermana Juliana nació, estuve un poco preocupada. También me pasó cuando mi madre tuvo a Kevin. Ahora sé que es normal, si ya de por sí tener un hermano te hace sentir inseguro, en este caso era peor. De mi madre pensé que se volvería más fría y acerté. Con Andrea el miedo era que dejara de quererme. O que se le notara demasiado que quería más a la hija que sí había parido y criado desde bebé.
Una vez más: no ocurrió.
Nunca he notado una diferencia en el trato que Andrea nos da más allá de que mis hermanas necesiten cuidados de bebés y niñas pequeñas y yo no, pero siempre ha cubierto mis necesidades básicas y emocionales de un modo que hace que me sienta completamente agradecida, aunque rara vez me ponga sentimental porque... Bueno, según Poché tengo un grave problema para hablar de mis sentimientos, pero como es imbécil, lo que ella opine no cuenta.
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Imperfectas Navidades | CACHÉ
RomanceDaniela Calle odia la Navidad. Y a María José Garzón. María José odia que Daniela sea tan testaruda, orgullosa y rencorosa. Y también odia que ella se empeñe en hacerle la vida difícil sin importarle que sea su jefa. Nora y Carlos, abuelos de María...