CAPITULO 15.

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POCHÉ.

Conducir una furgoneta llena de compañeros cansados, irritados y con Lucía armada con su móvil retransmitiendo en directo no es sencillo. Si encima llevas a las dos personas más importantes de tu vida dentro, es algo que no le recomiendo a nadie. De verdad, a nadie.

Mis abuelos intentan mantener la calma, pero lo cierto es que el trayecto hasta Brooklyn se está haciendo complicado y esta vez la culpa no es del todo de Daniela. A última hora se ha apuntado Faith, una chica que trabaja como camarera, igual que Sebas. Y ese es el problema. Faith empezó trabajando para cubrir una baja de pocos días, y se lio con Sebas pensando que era un chico encantador y dulce. En principio no podría parecer que hay tanto drama, pero es que mis abuelos se fijaron en que Faith es increíble como trabajadora. Tiene una gran disposición, se lleva bien con los clientes y es de las chicas que más propinas consigue, así que le ofrecieron un contrato más largo. Ahí es donde sí llegaron los problemas porque, obviamente, cuando Faith descubrió que Sebas no es encantador y dulce solo con ella, se sintió engañada y ahora lo odia.

Faith ha estado desconectada del calendario de actividades hasta este momento porque llegó a pedir que le cambiasen el turno para no tener que trabajar con Sebas nunca más, así que mis abuelos no quisieron arriesgar demasiado juntándolos en actos extralaborales. Cuando les recriminé que no tienen problemas en que Daniela los haga, alegaron que a ella ya la conocen lo suficiente como para saber que, por mucho que odie todo esto, no renunciará al trabajo. Con Faith no tenían esa certeza, pero hoy, cuando ha sabido que vamos a Dyker Heights ha dado un gritito y ha dicho que le encantaría ir. Al parecer, no ha estado nunca, ya que creció en un pueblo de Montana y es relativamente nueva en la Gran Manzana. Según mi abuelo, tenían la esperanza de que Sebas se bajara del barco, pero mi amigo es demasiado lanzado. Yo creo que es simplemente estúpido, pero no he querido caldear más el ambiente.

Ahora estamos en una furgoneta en la que se han dicho cosas como «ojalá toques una bombilla y te electrocutes» y todo el mundo ha hecho como que no lo ha oído, pero sí.

La parte buena es que el foco en Daniela y en mí parece haber disminuido porque Lucía encuentra esta nueva trama fascinante, pero eso es hasta que llegamos, aparco y pregunto si alguien necesita ayuda para bajar. Obviamente me refería a mis abuelos, pero Daniela me ha dicho que soy una machista y que las mujeres pueden bajar de la maldita furgoneta por sí solas. Podría haber aclarado la situación, pero no he querido porque me viene bien que mis abuelos vean que la única culpable de nuestra relación de mierda aquí es ella.

¿Es un plan infantil? Puede.

¿Me produce cierto placer aprovechar cada situación, por mínima que sea, para echarle las culpas de todo? Sin ninguna duda.

—¿Puedes creer que estoy nerviosa? —pregunta Faith a mi lado.

Sonrío. He hablado poco con ella desde que entró, pero parece una chica agradable. Lleva unas gafas enormes que cambia por lentillas durante sus turnos y el pelo rubio oscuro y largo.

—Es normal. Supongo que impresiona mucho cuando lo ves por primera vez — le contesto mientras recorremos las primeras calles.

—¿Tú has venido muchos años?

—Últimamente no, pero cuando era pequeña, mis padres solían traerme.

—Oh, ¿y cómo es que no han venido?

Trago saliva. Odio tanto esta parte que siempre olvido que me he acostumbrado a obviar tener que dar explicaciones y, cuando llega, no estoy lista.

—Oye, Poché, te apuesto lo que quieras a que puedo adivinar cuántas luces tiene este año la casa de Lucy Spata.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora