CAPITULO 14.

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DANIELA.

5 de diciembre

Descarto una opción más de la aplicación de alquileres que estoy usando para buscar piso. Aunque odie reconocerlo, mi madre tenía razón: este apartamento se quedará pequeño cuando llegue el bebé.

—Regalito, ¿qué haces? —pregunta mi padre sobresaltándome.

Me guardo el teléfono por instinto, aunque es absurdo. Hace mil años que no me revisa el contenido del móvil. Y, después de pensarlo un segundo, creo que lo mejor que puedo hacer es ser sincera. Tendré que hacerlo antes o después, así que ¿por qué no ahora?

—En realidad..., estaba buscando casa.

Mi padre, que acababa de coger la jarra del café para servirse una taza, se queda completamente inmóvil, con la jarra en la mano y mirándome como si de pronto me hubieran salido cuernos.

—¿Para qué?

—Bueno, papá, estoy a punto de cumplir veinticinco años.

—¿Y?

—Según las estadísticas, los jóvenes de Estados Unidos se independizan a los veinticuatro. Estoy a diez días de salirme de la norma y yo odio salirme de la norma.

—¿De dónde has sacado esas estadísticas?

Ni loca voy a reconocer que las he sacado de TikTok, porque me he hecho una cuenta a la que me he ido haciendo adicta a pasos vertiginosos. Anoche vi todos los vídeos de Lucía y, para mi horror, tiene razón: nos hemos hecho famosos. Hablo en plural porque la cuenta es suya, pero el contenido está basado en todos nosotros. Los directos no los veo porque no se quedan guardados, pero en los comentarios de los vídeos sale mi nombre con tanta asiduidad que me siento abrumada y un poco asustada. No quiero que la gente hable de mi vida. ¡Es gente que no conozco! Y, aun así, la jodida Lucía tiene algo a la hora de hacer los vídeos y narrar situaciones cotidianas del hotel que engancha. Si yo no he podido dejar de verlas y soy parte del «elenco», ya puedo imaginar por qué la gente tampoco puede.

—¿Regalito?

Mi padre sigue mirándome, esperando una respuesta y yo solo puedo carraspear y encoger los hombros.

—Internet, ya sabes.

—No deberías creerte todo lo que dice internet.

—Ya...

—Y respecto a lo de vivir sola, si es por el nuevo bebé...

—No, no es por eso —miento, pero entonces veo en su cara que sabe la verdad y me resigno—. Mamá me llamó ayer después de hablar contigo.

Su suspiro me deja claro que no le gusta eso, pero no me lo dirá a las claras. Si hay algo que mi padre hace bien es guardarse para sí mismo su opinión con respecto a mi madre. Lo ha hecho toda la vida, incluso cuando ha intercedido por mí en discusiones, no ha aprovechado nunca para hablarme mal de ella.

Ella, en cambio...

—Daniela, espero que seas muy consciente de que en esta casa no sobras ni vas a sobrar nunca.

—Lo sé, pero...

—Falta mucho para que nazca el bebé y, cuando lo haga, dormirá con nosotros en el dormitorio una larga temporada. No tienes de qué preocuparte.

Sé que lo dice de verdad. Mis hermanas pequeñas han dormido con ellos hasta ser más o menos mayores. De hecho, Antonia, la pequeña, aún se cuela en su cama de vez en cuando, aunque las dos prefieren colarse en la mía.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora