CAPITULO 33.

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POCHÉ.

16 de diciembre

—Deja de retocarte, joder. Pareces una niña en la mañana de Navidad.

Miro mal a Sebas que, desde la cocina, engulle un tazón de cereales mientras se ríe de mí.

—¿Has pagado por esos cereales? —La risa se le corta en seco—. Ah, ya decía yo que estabas muy hablador.

—Oye, que últimamente lleno la despensa cada vez que cobro —me contesta con cierta indignación.

Tiene razón, eso no se lo puedo negar. Antes no aportaba nada a la casa y, desde hace unas semanas, ha empezado a llenar la despensa. Desconozco la razón, pero no he dicho nada porque no quería estropear la racha de buena suerte.

—¿No crees que tarda?

—Has quedado con ella a las diez. Son las diez menos cuarto —me dice—. Estará esperando al agente, o el agente a ella, o vendrán de camino o no sé. No tengo ni puta idea, pero, en cualquier caso, si has quedado a las diez, no llega tarde aún.

Frunzo el ceño. Tiene razón, estoy comportándome como una histérica y esa no es mi forma de ser. Me siento en el sofá y saco el móvil para distraerme con lo que sea que tengan para ofrecerme las redes sociales hoy.

Por desgracia, lo primero que tienen a bien ofrecerme es un vídeo de Daniela sonriendo en un edit en el que parece que, cada vez que lo hace (o más bien las pocas veces que lo hace) es por mí. No puedo quejarme en voz alta, porque entonces Sebas dirá que la culpa es mía por haber visto tantos vídeos nuestros y ahora la red entiende que eso es lo que quiero. El puto algoritmo y esas cosas.

Salgo de ahí, enciendo la tele y elijo un canal al azar mientras espero. Tampoco es como si hubiera mucho a estas horas de la mañana. El bombardeo de malas noticias en los informativos es tal que, cuando el timbre suena, hasta Sebas suelta una exclamación de alegría.

Lo miro mal mientras me levanto, pero él coloca rápido el tazón en el fregadero y llega a la puerta antes que yo. El muy imbécil va a hacérmelo pasar mal.

—Oye, tu chica va a quedarse con el piso que era para mí. Lo menos que puedo hacer es evaluar si se lo merece.

—¿Quieres pagar un alquiler, Sebas? ¿Es eso?

—No te pongas chula, los dos sabemos que ahora mismo te conviene tenerme aquí casi más que a mí mismo.

Lo ignoro. No tiene sentido discutir con él cuando se pone en plan insoportable.

Las puertas del ascensor se abren y aparece Daniela con el gestor inmobiliario que conocí ayer mismo, cuando me enseñó el estudio.

—Buenos días.

Él sonríe, consciente de que le he hecho parte del trabajo al buscar una inquilina con sueldo fijo y antigüedad suficiente como para cumplir con todos los requisitos que piden para el alquiler.

—Buenos días —contesto mirando directamente a Daniela—. ¿Qué tal?

—Nerviosa —confiesa sonriendo un poco—. A ver qué tal. ¿Vamos?

—Vamos.

—Eso, vamos —dice Sebas.

Lo miro mal, Daniela lo mira mal, pero sé que no puedo librarme de él así como así. Vendrá y luego usará cada palabra que yo diga para atormentarme. Lo sé porque es lo que yo haría, así que cruzamos el pequeñísimo rellano, porque este edificio es más bien estrecho, y esperamos a que el agente abra la puerta.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora