CAPITULO 36.

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DANIELA.

Pasa algo.

Lo noto solo unos minutos después de que todo esto del amigo invisible dé comienzo. Poché está de cuerpo presente, pero su mirada se queda fija en la pared en varios momentos, como si su mente estuviera en otra parte.

—¿Todo bien en el trabajo? —le pregunto en un momento dado.

Estamos en el saloncito del hotel. Me he sentado a su lado en el sofá mientras los demás campan a sus anchas. Bueno, Sebas está contando frente a la cámara de Lucía los motivos por los que este hotel es el mejor de Nueva York y lo hace con tanta soltura que, en un momento dado, incluso pienso que debería dejar el puesto de camarero y hacerse relaciones públicas o algo así. En cualquier caso, todo el mundo parece entretenido charlando, bebiendo un poco del ponche de huevo que han traído Carlos y Nora y disfrutando de los días previos a la Navidad. Reina un ambiente bastante bueno, pero eso no me importa porque ella parece... ida.

—¿Eh? —responde mirándome—. Sí, perdona. —Carraspea en un intento de centrarse—. Estoy un poco distraída.

Parece algo más que distraída. Por un instante, el corazón me late con fuerza al pensar que, en realidad, parece la Poché de hace diez años, cuando se evadía y no me dejaba entrar en ninguna parcela de su vida.

Trago saliva e intento decirme que son cosas mías. Simplemente estará saturada de trabajo.

—Se te nota distraída, sí.

—El cierre anual está acabando conmigo —me dice—. Tengo ganas de que pase de una vez.

—Yo también.

—¿Y en qué te afecta a ti el cierre anual?

—En nada, pero cuando pase, significará que la Navidad ha acabado.

—Oh, venga, Daniela —dice riéndose—. Ya no cuela mucho eso de que odias la Navidad.

—La odio.

—No es cierto.

—Lo es.

—Te aseguro que no.

—Y yo que sí —contesto riéndome—. No puedes saberlo mejor que yo.

—Vale, entonces digamos que espero que después de hoy la odies un poco menos.

—¿Y eso por qué?

—Amigo invisible, ¿recuerdas? Por eso estamos aquí.

Me río. En realidad, no tengo muchas esperanzas puestas en mi amigo invisible.

Seguramente porque todavía me avergüenza haberle comprado unos calcetines tan feos a Sebas. Me da vergüenza solo de pensar en dárselos y mantengo la esperanza de que Nora y Carlos digan que podemos darnos los regalos todos a la vez. O mejor aún, que podemos dejar los regalos en la mesa y que cada uno coja el suyo sin saber de quién vienen, pero eso, por supuesto, no ocurre.

Lo que ocurre es que Nora y Carlos nos ordenan sentarnos (bueno, a los que aún siguen de pie) y nos informan de que daremos los regalos públicamente y de uno en uno, para que nadie se pierda nada.

O sea, justo lo que me temía.

Por resumir, y para no hacerlo largo, porque esto nos lleva un buen rato, diré que los primeros diez minutos lo más reseñable es que Faith le regala a Lucía una carcasa para el iPhone en la que se lee «Soy la reina de TikTok». A ver, como detalle es bonito y Lucía se vuelve loca de ilusión.

—Se lo voy a poner en cuanto acabe el directo. ¿Qué me decís, chicos? ¿Acaso no es precioso?

No se refiere a nosotras, sino a su familia virtual, como ella llama a sus seguidores. Acto seguido, se pone a responder preguntas de la gente que la ve (y nos ve) y nos ignora, como de costumbre. Al menos hasta que llega su turno de dar el regalo.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora