CAPITULO 28.

1.2K 140 1
                                    

DANIELA.

Apilo las cajas de cartón de la comida china que hemos pedido mientras miro a Poché de soslayo. Está pasando un trapo por la mesita de café, donde hemos comido sentadas en el suelo. ¿Que por qué no nos hemos sentado en el sofá? Pues porque... porque... Mira, no sé, hay muchas cosas raras en toda esta situación que ni siquiera yo entiendo bien.

Aun así, aquí estoy, recogiendo para sentarme, esta vez en el sofá, a ver una peli con ella, como si fuéramos amigas. Como si las cosas fuesen igual que antes.

La cena ha sido... interesante. Creo que no puedo catalogarla de otro modo. Era como estar con una extraña y, a la vez, estar con alguien a quien conozco casi tan bien como a mí misma.

—¿Qué te apetece ver? —pregunta Poché cuando hemos acabado de recoger y ya estamos sentadas en el sofá, con la tele encendida.

Es un sofá cómodo, aunque eso no me parece extraño. En realidad, el apartamento entero, o lo que se ve de él, está pensado para ser práctico y cómodo. No es ostentoso, pero tampoco lo esperaba. Aunque su familia tenga un hotel que va bien, ni ella ni sus abuelos, ni sus padres cuando vivían, son personas que disfruten alardeando de lo que tienen. Es algo que mi padre lleva toda la vida refiriendo de los Garzón.

—En realidad, me da un poco igual —le digo.

—Ah, ¿sí? ¿Una comedia romántica?

—Dios, no —la miro horrorizada y se ríe.

—Sigues siendo un poco siniestra para ver pelis, entonces. 

—Que me gusten las pelis de terror no me hace siniestra. 

—Un poquito sí. Podríamos ver algo navideño.

—Estás de broma, ¿no? —Ella me mira tan serio que entrecierro los ojos—. ¿Quieres echarme y no sabes cómo?

No puede aguantarse la risa.

—No, pero no sé, creo que es interesante que, ya que nuestra tregua viene un poco dada por la Navidad...

—Sinceramente, Poché, creo que estoy saturada de Navidad. Creo que hasta tú estás saturada, pero no sabes cómo decírmelo o te encanta molestarme. —Ella se ríe y yo entorno los ojos—. Bien pensado, creo que es una mezcla de las dos cosas.

—Ah, siempre has sido demasiado lista para tu propio bien.

—¿Eso pretendía ser un halago? Porque suena a halago, pero también a insulto. 

—Eres una persona muy muy lista. Dime, ¿en qué mundo significa eso un insulto? 

La miro dejando que vea la sospecha en mi cara, pero no se inmuta. En cambio, selecciona una plataforma de series y películas y elige una casi al azar. Al principio quiero quejarme, pero no tardo en darme cuenta de que es Misery. Una peli de terror psicológico que, aunque ya había visto, la disfruto.

A Poché no le apasionan las pelis de terror, o al menos solía ser así en el pasado, por eso creo que esta elección es solo un modo de contentarme. Eso hace que ciertas partes de mí se remuevan inquietas. Una en concreto, situada entre el ombligo y la zona baja del pecho, se mueve tanto que es como si tuviera un nido de lombrices.

La peli es entretenida y me gusta, aunque más de una vez miro de soslayo a ver qué hace ella. Parece concentrada y se le marcan unas arrugas en la frente que le dan un aire muy pero que muy interesante. Nuestras miradas se encuentran no una, sino varias veces. Cuando acaba Misery, me incorporo en el sofá, miro mi reloj y me sorprende darme cuenta de que ha pasado el tiempo suficiente como para sentir el peso del cansancio. Bostezo y Poché, que se da cuenta, sonríe.

—¿Tienes ganas de disfrutar del día libre? —pregunta refiriéndose a mañana.

—Dios, sí. No me malinterpretes, me gusta trabajar en el hotel, pero todo esto es... agotador.

—¿Habéis hecho las guirnaldas?

El cambio de tema es tan abrupto que me doy cuenta de que, posiblemente, sus miradas hacia mí se deban a eso, mientras que las mías hacia ella...

—Sí —respondo.

No digo más, no sé qué puedo decir que lo ayude a llevar el dolor que supone para ella saber que hemos hecho algo que, en un principio, era una tradición en su familia y la idearon sus padres cuando Poché era pequeña. Tanto como para que no recuerde el inicio de esa tradición, aunque esté grabado en vídeo.

—Vale. ¿Y qué harás mañana?

No sé si está agradecida por mi sinceridad o ha decidido que, al final, no le interesa hablar de esto, pero el caso es que sigo haciendo lo mismo: respetar sus ritmos. Me adapto a la conversación y dejo que lleve el tono. Total, no voy a morirme por ser amable un día, ¿no?

Uno más, quiero decir.

—Descansar.

—¿Solo eso?

—Solo eso. Es posible me pase todo el día en la cama mirando series y levantándome para comer e ir al baño. ¿Y tú?

—Saldré a hacer algo de ejercicio y luego..., no sé. Descansar también, supongo. 

—¿Sigues yendo a correr cada mañana?

—Lo intento, ¿tú?
—A veces.

Antes, cuando Poché y yo éramos amigas, salíamos a correr a menudo. Éramos muy jóvenes, pero a las dos nos servía para desahogarnos. Además, nos divertía competir mientras corríamos por cualquier ruta previamente trazada.

Desde que ya no somos amigas he intentado seguir haciéndolo a diario, pero no ha funcionado. Aunque sí que voy a veces, me avergüenza un poco reconocer que, después de nuestro distanciamiento, muchas cosas cambiaron a peor. 

—Podríamos ir juntas un día —dice.

—¿Por? ¿Quieres tirarme de un empujón a una alcantarilla abierta? 

Poché se ríe, como si mis ataques fueran supergraciosos de pronto. 

—No, idiota, pero no sé. Podría ser divertido.

—Me acabas de llamar idiota.

—Era sin mala intención. Como un apodo cariñoso.

—¿Idiota es un apodo cariñoso?

—Sí, ¿por qué no? Hay gente por ahí dedicándose apodos que dan bastante más vergüenza.

Me río, porque en eso tiene razón.

—En fin, debería marcharme. —Poché no responde, pero me sigue cuando me dirijo hacia la puerta—. Gracias por la cena. Y por la peli. Y por..., ya sabes. Ser maja. Salvando el pequeño detalle de llamarme idiota.

—Repito: es un apodo cariñoso. Y de nada. Supongo que esto ha sido otra tregua. 

—Dejémoslo en que ha sido una buena noche, sin más.

—Me parece bien —dice ella con una sonrisa.

Me marcho de su casa y, cuando entro en el ascensor, me doy un golpe en el pecho porque mi corazón no deja de latir, el muy desgraciado.

—Al final vas a conseguir que nos dé algo aquí y, con nuestro historial con Poché, es posible que la acusen de habernos causado la parada cardiorrespiratoria.

Mi corazón no contesta, claro, es lo que tienen los corazones: te mantienen con vida y laten como locos en los momentos menos esperados, pero si intentas mantener una conversación racional con ellos, se cierran en banda.













Ya falta poquito para lo que quieren!!

xoxo

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora