CAPITULO 40.

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DANIELA.

19 de diciembre

—¿De verdad no vas a contarme nada más?

Miro a Lucía mientras acaricio a Snow, que está acomodado en mi regazo aprovechando que ahora mismo no hay huéspedes que nos reclamen. Me encanta que haga esto, que busque mis caricias, porque sé bien lo arisco que es con prácticamente todo el mundo. Vuelvo a Lucía cuando suspira frustrada. Está haciendo pucheros mientras me observa como si fuera la peor persona del mundo.

Podría contarle que anoche, después de salir de la pista de patinaje, Poché y yo fuimos a comer pizza y nos pasamos toda la cena mirándonos como idiotas y sonriendo sin ningún motivo especial. La conversación fue fluida, como siempre, y eso me alegró, porque mientras íbamos a comer, me daba miedo que de pronto las cosas se tornaran raras entre nosotras. No fue así. Por supuesto, me pasé la noche con un revoltijo de nervios en el estómago, pero eso no era por incomodidad. Era porque todo esto es... bonito. Y sorprendente, desde luego.

Después de cenar me marché a casa, porque era tarde y hoy los dos madrugábamos, pero Poché se quedó conmigo mientras venía el Uber que había pedido y, justo antes de subir, volvió a besarme de ese modo que...

Dios, ¿por qué nunca me había dado por pensar cómo besaría Poché? Es suave, pero decidida y firme. Ejerce la presión justa en mis labios y sus manos consiguen erizarme la piel solo con acariciarme los hombros por encima de la ropa. O ella es muy buena o yo estoy enferma.

Si me paro a pensarlo, es muy posible que sea una mezcla de las dos cosas.

—¡Daniela! —Me sobresalto con la voz de Lucía.

—¿Sí?

—Venga —suplica—. Pasé una noche horrible y hoy tengo moratones en lugares sorprendentes. Tienes que contarme algo más.

—Lo haré si dejas de retransmitir todo lo que digo —contesto mirando a su móvil, que tiene apoyado en el escritorio enfocado hacia mí—. ¿Te crees que soy tonta?

Mi amiga pone los ojos en blanco, rescata su teléfono y se enfoca a sí misma.

—¿Veis por lo que tengo que pasar? Os dije que no sería fácil, pero, no os preocupéis, estaré atenta a cualquier movimiento de las tortolitas para daros, en cualquier momento, ese beso que tanto queréis ver.

Esta vez quien pone los ojos en blanco soy yo. Si Lucía se olvidase de las malditas redes un solo momento, quizá le contaría que estoy sintiendo cosas que no dejan de sorprenderme a cada minuto que pasa. Me encantaría poder hablar con mi amiga sin un montón de testigos desconocidos ansiosos de cotilleos, pero no tengo el humor de hablar con ella de esto ahora, sobre todo porque sé que voy a cabrearme y no quiero. No hoy, así que me limito a hacer mi trabajo hasta que oigo una voz que consigue erizarme el vello de la nuca.

—Buenos días, chicas, ¿podéis firmar esto?

—Mirad a quién tenemos aquí... —Lucía sonríe con malicia y enfoca a Poché de inmediato.

Ella sonríe incómoda, pero solo un segundo antes de fijarse en mí y guiñarme un ojo.

—¿Cómo has dormido?

—Para mi sorpresa, muy bien —contesto.

—¿Esperabas dormir mal? —pregunta enarcando una ceja.

—No. Bueno, es que estaba... nerviosa.

Su sonrisa es lenta, empieza en la esquina izquierda de su boca y se va extendiendo poco a poco.

—Sí, yo también estaba... nerviosa.

—Oh, Dios, sois tan monas que podría vomitar purpurina ahora mismo.

Esa ha sido Lucía que, cómo no, está enfocándonos con la cámara.

Carraspeo, señalo los papeles que Poché ha bajado, le pregunto qué es y, cuando todo el trámite laboral está hecho, me quedo mirándola solo para constatar que ella tampoco tiene más que hacer aquí, pero no se va.

—Mis abuelos van a anunciar la actividad justo antes de salir del turno. ¿Te veo en el apartamento?

—Claro.

—Bien. Pues... hasta luego.

Se aleja caminando hacia atrás, con esa sonrisa pícara que el mes pasado hubiese catalogado como «sonrisa de capulla» y ahora catalogaría como «sonrisa creada solo para derretirme». Cuando llega a las puertas del ascensor, se gira y entra, sin mirarme más.

Me enfrento a una Lu que vuelve a pedirme detalles, a una audiencia que, al parecer, está como loca, y a un montón de trabajo pendiente antes de que acabe el turno, pero nada de eso me importa porque, joder, el día está siendo maravilloso.

—Dime una cosa. —Lucía corta el directo de pronto, lo que me sorprende, pero me mira con tanta seriedad que la atiendo de inmediato.

—Tú dirás.

—¿Estás siendo tan feliz como pareces, aunque sea en tu estilo taciturno y un poco siniestro?

Me río. Abrazo a Lucía porque, pese a lo mucho que odio sus redes sociales y la invasión que suponen en mi vida, valoro más a la persona que hay detrás. A mi amiga.

—Estoy siendo feliz. Perdón por no ser capaz de mostrárselo a tu audiencia.

—Bueno, ya llegaremos a eso. De momento, me basta con poder verlo yo. Y con que dejes de odiar con tantas ganas la Navidad.

De hecho, hasta podría decir que la Navidad hoy no me parece odiosa, sino bonita, pero no lo haré porque tampoco quiero darle tantas alas a Lucía.
Aun así, asumo que el modo en que me siento es un indicativo de que las cosas han cambiado de un modo radical.






















Xoxo
Cookischispitas

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora