CAPITULO 23.

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POCHÉ.

Joder, había olvidado lo divertida que puede ser Daniela cuando no está pensando todo el rato en la manera de joderme viva.

Durante lo que dura la cena, puedo relajarme y olvidar la tensión que nos ha acompañado los últimos años. Gracias a nuestra tregua, no espero que me suelte alguna de las suyas a la mínima de cambio y eso es... bonito. Incluso liberador.

Es como si volviéramos a ser las de antes.

Recuerdo entonces lo que ocurrió después de aquel día, cuando la eché de mi habitación. Al principio no me di cuenta de que había obrado tan mal. De hecho, me sentí aliviada cuando ella dejó de insistir en estar conmigo, la verdad. Por fin tenía lo que tanto había buscado, pero un día, pasadas unas semanas, me acerqué a hablar con ella y me encontré con que había construido un muro entre nosotras y me resultaba imposible llegar hasta ella. Daniela se había cerrado en banda y solo tenía frases irónicas o palabras pasivo-agresivas para mí. Recuerdo que aquello me sorprendió. Supongo que era tan idiota como para pensar que ella estaría siempre ahí, esperando que yo quisiera prestarle atención.

Una parte de mí entendió con el tiempo que no podía culparla, pero otra... otra parte se enfadó mucho. Con el mundo y con ella.

Yo había perdido a mis padres. Era yo quien atravesaba un duelo que me estaba partiendo en dos y era la que peor lo estaba pasando. ¿Y ella era la ofendida?

Ahí empezó todo.

Me subí al caballo del orgullo y, en vez de reconocer lo mal que estaba haciendo las cosas, me amparé en mi dolor para echarle las culpas a ella.

Lo demás vino solo. Con cada año que pasaba nos alejábamos más y más. Daniela acabó los estudios y empezó a trabajar en el hotel, igual que yo, y las cosas se complicaron aún más porque ya no podíamos evitarnos tanto como hacíamos antes.

El rencor no cesaba por ninguna de las dos partes y, cuando llegaba la Navidad, era como si las dos recordáramos a la vez el modo en que habíamos mandado a la mierda una de las mejores amistades que habían existido en el mundo, estaba segura.

Ahora, en el presente, soy capaz de ver que me encerré tanto en mí mismo que la eché de mi vida de muy malas formas. Tenía motivos para estar dolida y enfadada, claro, pero eso no significaba que no hubiera sido injusta y cruel con Daniela. Ella intentó estar a mi lado y yo la eché, sin más. No es que le cerrara la puerta: es que literalmente no la abrí.
Aún no estoy lista para decirlo en voz alta, sobre todo porque no estoy del todo convencida de que ella acepte mis disculpas de buen grado, así que me prometo a mí misma, aquí y ahora, mientras comemos esta hamburguesa y el ambiente tiene un aire parecido a lo que un día logramos, mejorar la relación con ella. Esta vez de verdad y no solo de cara a la galería para contentar a mis abuelos.

De todos modos, tampoco es como si esto último estuviera funcionando...

La cena acaba, salimos de la hamburguesería y escondemos la barbilla en nuestros abrigos al mismo tiempo. El frío es intenso y se ha hecho muy tarde, así que las dos pedimos un Uber y, mientras esperamos, nos miramos de soslayo.

—Ha estado bien, para ser algo puntual —dice al final provocando mi risa. Asiento y me balanceo un poco sobre mis talones.

—Sí, no ha estado mal.

Su Uber llega antes que el mío. Se despide con un gesto de la mano y sube sin siquiera mirarme. Claro, no tenía por qué hacerlo, tampoco es como si esto fuera una estúpida película navideña de esas que tanto le gustaban de pequeña y ahora odia, junto a todo lo que tenga que ver con la Navidad.

Me marcho a casa y, cuando ya estoy tumbada en la cama, pienso que, en realidad, no estoy muy de acuerdo con eso de la tregua puntual.

No, no estoy nada de acuerdo y, por un instante, contemplo la posibilidad de enviarle un mensaje y decírselo, pero me contengo a tiempo.

—Mejor demostrar que hablar... —murmuro para mí misma.

Hemos conseguido cenar sin matarnos. De hecho, la conversación ha sido fluida y amena. Si le digo ahora que quiero que empecemos a llevarnos mejor, se pondrá a la defensiva, la conozco demasiado bien, aunque ella piense que no.

Dejo el teléfono a un lado, en el colchón, y me paso un brazo por detrás de la cabeza mientras miro al techo y los recuerdos del pasado se entremezclan con todo lo que está ocurriendo en el presente.

Poco a poco. Esa es la única fórmula que funciona con Daniela.

O, al menos, eso espero, porque la otra opción, la de seguir odiándonos de por vida... No, esa empieza a resultar demasiado dolorosa.




















Holaaa! Un pequeño maraton!
Xoxo
Cookiechispitas

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora