CAPITULO 27.

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POCHÉ

Intento averiguar quién es la persona que está abajo, en el portero, pero está en un ángulo que la cámara no consigue captar. Por un instante, me planteo la posibilidad de que sea alguien gastando una broma o alguien que se ha equivocado.

—¿Sí? —pregunto por segunda vez.

Si es una broma, quien quiera que sea ha elegido un mal día para ponerse a hacer el gilipollas por el portero automático.

Entonces se me plantea una tercera posibilidad: ¿puede ser que alguna chica le haya dado su merecido a Sebas, o el novio de alguna chica, o la novia de alguna chica, y esté medio desangrado en el suelo? Es una realidad que tener en cuenta. De hecho, es una realidad que yo me he imaginado más de una vez.

—¿Sebas? —pregunto—. ¿Eres tú?

Mi amigo no responde y la paranoia empieza a apoderarse de mí. Si lo pensara con racionalidad, me daría cuenta de que Sebas está perfectamente bien, pero estoy empezando a asustarme por ese idiota, quizá porque he estado en tensión mucho tiempo esperando algo así.

—Soy Daniela. —Su rostro aparece en la cámara al mismo tiempo que yo me quedo sin respiración. Es un segundo, lo suficiente para asustarme, pero no para que me pase algo. Trago saliva e intento hablar, pero ella se me adelanta—. ¿Puedo subir?

Reviso el salón con rapidez. El pánico de que las cosas no estén en su sitio se me atraviesa en la garganta unos segundos, sobre todo porque al llegar a casa suelo estar cansada para limpiar, y Sebas siempre deja sus mierdas por ahí. Por lo demás, todo parece estar más o menos en orden. Seguro que el cuarto de Sebas es un desastre, pero ella no tiene por qué entrar ahí, ¿no?

Aprieto el botón en solo unos segundos, pero aun así reviso de nuevo la cámara, como si una parte de mí estuviera lista para darse cuenta de que se ha ido, cansada de esperar.

La veo empujar la puerta y abro la del apartamento, para esperarla apoyado en el marco.

Daniela está en casa.

Es la primera vez que me busca en años y, aunque me imagino los motivos por los que ha venido hasta aquí, una parte de mí se está regodeando en el hecho de que se haya preocupado lo bastante como para visitarme.

«Eres un tóxica, Poché...».

Cuando aparece en el rellano del apartamento lleva el abrigo, pero se nota por el pantalón que aún va vestida con el uniforme del hotel, así que supongo que, después de la dichosa actividad, ha decidido venir aquí.

—Hola. —Su sonrisa no es sincera, sino tensa, y no puedo culparla porque la situación en sí es incómoda.

Nunca pensé tenerla aquí, pero mucho menos después de un día que ha resultado ser una mierda.

—Hola —murmuro.

—Solo quería venir a ver cómo estás después de... Bueno, ya sabes.

—Estoy bien.

¿Estoy bien? ¿Y ya está? ¿No voy a decir más? Es que menuda imbécil soy a veces, de verdad. Pero quiero que conste que me comporto así porque estoy nerviosa, tensa y no sé bien qué finalidad exacta tiene esta visita. Creo que Daniela también se da cuenta de lo raro que es todo esto, porque se mete las manos en los bolsillos del abrigo y se balancea un poco sobre los talones mientras carraspea.

—Oh, genial.

—Sí...

—Bueno, pues en ese caso... Adiós.

¿Adiós? ¿Cómo que adiós? ¿Se va? Joder.

—No —le digo.

—¿No?

—No te vayas. Hay... hay cosas que podemos hacer. —Daniela eleva una ceja y me pongo nerviosa, porque eso ha sonado raro, lo que me frustra aún más—. Pelis. Podemos ver una peli o, no sé, cenar. ¿Has cenado?

—No, pero es tarde y...

—Mañana no trabajamos. —Daniela duda y yo, de pronto, siento la necesidad de que ella acepte. No me paro a pensarlo, decido guiarme por impulsos y ver cómo sale. Total, peor no puede ir —. Vamos, ¿me tienes miedo? ¿Es eso? —pregunto en un tono socarrón.

—No digas tonterías.

—¿Entonces? Venga, una cena y una peli, por los viejos tiempos. ¿Qué podría ir mal?

Lo pregunto, pero por dentro yo sé que podrían ir mal muchas cosas. Muchísimas. Aun así, me callo y hago como que estoy super segura de lo que hago. Ella, después de pensarlo un poco, da un paso en mi dirección. ¡Bien!

Joder, no, que no se me note eufórica. Sonrío, pero como podría sonreírle a un vendedor de seguros. Ella se adentra en el apartamento y, cuando pasa justo por mi lado, me dedica una sonrisilla.

¡Una sonrisilla! ¡A mí! Tiene que ser a mí, porque la otra opción es que le haya sonreído a la puerta y eso sería raro hasta para ella.

Cierro la puerta y reconozco que tal vez, a lo mejor, estoy un poquito más entusiasmada de lo que debería, pero ¿qué más da? Ya le daré vueltas mañana, que es una cosa que se me da superbién.

De momento, todo lo que me importa es que Daniela está en casa y la noche es nuestra. Es una gran oportunidad para recuperar nuestra amistad siempre que consiga arreglármelas para no meter la pata.














Preparadas?
Xoxo

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora