CAPITULO 41.

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POCHÉ.

Entro en el apartamento intentando darme prisa. Llevo todo el maldito turno esperando que llegara este momento y, justo a la hora de salir, por fin, ha surgido un problema que me ha hecho retrasarme casi quince minutos de la hora prevista.

Al abrir la puerta del apartamento de mis abuelos, me extraña no encontrarme con nadie. Bueno, miento, sí hay alguien. La persona a la que más quiero ver, de hecho: Daniela me sonríe desde el sofá. Tiene una taza con una infusión entre las manos y su mirada es tan cálida que me quedo parado un instante. Hemos estado tanto tiempo mirándonos mal que darme cuenta de algo tan simple como es que me mire con cariño se me antoja extraordinario.

—¿Dónde están los demás? —pregunto mirándola.

—Hoy no viene nadie más. —No contesta ella, sino mi abuela, que está a su lado y me sonríe de un modo un poco raro.

Eso hace que centre mi atención en ella. Mi abuelo, sentado en el sillón junto al sofá, también sonríe.

—¿Y eso?

—Tu abuela y yo hemos pensado que vosotras dos sois los que menos habéis avanzado en la finalidad del calendario.

Enarco una ceja y miro a Daniel.

—Ah, ¿sí? ¿Somos las que menos hemos avanzado?

Ella reprime una risa que me apetece besar de inmediato. Joder, tengo que centrarme. Miro a mis abuelos, que por fortuna parecen ajenos al hecho de que hoy estoy más distraída de lo normal.

—Lo sois —corrobora mi abuela—. Así que la actividad de hoy os incumbe solo a vosotras dos.

—Oh.

Sí, lo sé, ha sido un «oh» que ha sonado muy poco a queja y mucho a «joder, sí».

—De hecho, creo que es hora de que permitamos a Daniela abrir una casita —dice mi abuelo—. ¿Estás lista para romper solo la puerta y no parecer agresiva?

—Lo estoy —dice con una sonrisa mi... Eh... Bueno..., ya sabes, Daniela.

Mi abuelo le da la casita que mantenía entre las manos. Ella rompe la puerta y extrae la nota, tal y como se ha hecho con el resto de las actividades. Sigo pensando que es una pena tener que romper las puertas, pero estoy bastante segura de que, de no ser así, habríamos hecho más de una jugarreta.

Daniela abre la nota, la lee y sonríe.

—¿En serio?

—¿Qué es? —pregunto acercándome y sentándome a su lado. —¡Vamos a ver a las Rockettes!

Sonrío mirando a mis abuelos. Ellos me devuelven la sonrisa con una calidez que me reconforta como pocas cosas en la vida.

—Vaya, eso puede estar bien. ¿Qué me dices, Daniela? ¿Tienes ganas de ver un espectáculo navideño conmigo?

—Supongo que no es lo peor que hemos hecho —finge. O espero que esté fingiendo, porque me muero por ir a ese espectáculo con ella y convertir todo esto en una cita.

Por supuesto, de cara a mis abuelos me muestro un tanto indiferente. Eso sí, les agradezco muchísimo las entradas.

—De nada, cielo —me responden—. Las sacamos hace un tiempo, cuando se nos ocurrió toda esta locura.

Me río, pero una parte de mí se está preguntando cómo es que mis abuelos intuyeron que el 19 de diciembre Daniela y yo seguiríamos tan enfrentadas como para tener que idear una actividad solo para nosotras.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora