CAPITULO 16.

1.4K 139 3
                                    

DANIELA.

6 de diciembre

Sonrío mirando mi gran obra y procuro que el orgullo no me desborde hasta el punto de tirarme de la silla en la que estoy sentada, pero es complicado, la verdad.

Estamos en casa de Carlos y Nora, nuestro turno ha terminado, pero teníamos que hacer la actividad de hoy. No sé si será porque el paseo de ayer fue estresante al máximo o porque estoy empezando a acostumbrarme a esta dinámica, pero lo cierto es que no me ha sonado tan mal cuando nos han dicho que teníamos que hacer postales navideñas caseras.

No me gusta, obviamente, pero lo he llevado con un ánimo distinto al de otros días. Claro que eso, con toda probabilidad, es porque he aprovechado el momento para molestar a Poché. Podría parecer que estoy obsesionada con joder su existencia, pero no es verdad. Digamos que no estoy obsesionada, pero es algo que disfruto bastante.

El caso es que ahora no dejo de pensar que no pueden notar que siento un orgullo descontrolado. No puedo evitarlo, pero no es por mi postal (que no deja de ser un paisaje invernal bastante soso), sino por mi verdadera obra maestra. O sea, la postal de Poché, en la que ha hecho un Santa Claus con algodones y purpurina (que parece un poco drogado, si somos sinceros) y al que yo le he pintado cuernos, un tridente y un rabo en cuanto mi querida futura jefa ha ido al baño.

Me siento eufórica, como cuando hacía una broma de pequeña y esperaba que el resultado estallara frente a todos. Casi noto en el paladar el sabor de la gloria cuando oigo sus palabras.

—¿Por qué le has pintado una polla a mi santa? —La miro estupefacta. Ella tiene su postal en la mano y me la muestra de tal forma que todo el mundo puede verla —. Estás enferma.

Carmen y las chicas se ríen y yo siento que las mejillas se me enrojecen a la velocidad de la luz. Mi padre, que hoy se ha apuntado porque le ha parecido divertido, me mira espantado, y yo solo puedo apretar la mandíbula y mirar mal a Poché.

—No es una polla, es un rabo.

—¿Crees que llamarlo «rabo» lo mejora?

—¡Es un rabo de verdad! ¡De demonio!

Poché mira atentamente la postal y eleva las cejas. A ver..., no es mi mejor dibujo, pero no es fácil pintar con disimulo la postal de una compañera sin que los demás se den cuenta. O más bien, mientras los demás hacen como que no se dan cuenta, porque la sonrisita de Nora me vuelve a dejar claro que todo el mundo es consciente de nuestra guerra abierta.

—A mí me sigue pareciendo una polla.

—A lo mejor los demonios la tienen así —dice Sebas que, para sorpresa de nadie, es incapaz de mantener la bocaza cerrada—. Ojalá fuera un demonio.

—¿Crees que hay alguna chica en el mundo que quiera tirarse a alguien con un rabo así de largo? —pregunta Poché.

—¡Poché, por favor! —exclama su abuela.

—Perdón, abuela, pero reconoce que es peor lo de Daniela. Pintarle a Santa sus partes íntimas... ¿Qué clase de pervertida eres en realidad?

—¡Que te digo que no es una...! —Me enervo, dándome cuenta de que Poché está sonriendo. La cabrona está sacándome de quicio a conciencia y yo se lo estoy permitiendo—. ¿Sabéis qué? Da igual. De todas formas, esto es una estupidez.

—Oh, vamos. Hiciste esto para molestarme y resulta que estás molesta tú. —Poché se ríe, no le importa que lo esté fulminando con la mirada—. Reconoce que es gracioso.

—Gracioso sería que te cayeras por las escaleras y te golpearas lo bastante fuerte para no morir, pero sentir dolor algunos días.

—Se ha puesto siniestra. Eso es que la has molestado mucho —dice Sebas.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora