CAPITULO 39.

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POCHÉ.

No se mueve.

Joder, no se mueve. ¿Por qué no se mueve? Sé que solo hace un segundo que la besé, pero, si ella no reacciona, voy a hacer el ridículo más grande del mundo. Y todo por seguir a mis estúpidos sentimientos.

La culpa es de la Navidad. Esta mañana estaba intentando asimilar el hecho de que Daniela para mí es algo más que una amiga y solo unas horas después me he visto aquí, en una de las pistas de patinaje más icónicas del mundo en Navidad y pensando que el ambiente era mágico y... y ella estaba preciosa. Y quizá, después de todo, merecía la pena arriesgarse.

Pero ahora estoy besándola y ella...

Se ha movido. Vale, se ha movido y no ha sido para alejarse. De hecho, su mano ha abandonado la mía, pero solo un segundo después ha enlazado los brazos tras mi nuca y, joder, qué bueno. Estoy a punto de romper el beso para soltar una carcajada, o hacer un baile feliz, pero entonces ella me corresponde el gesto y el mundo deja de existir. Ni siquiera recordaría mi nombre si me lo preguntaran ahora, porque sus labios son dulces, mullidos y perfectos, sobre todo cuando están contra los míos.

Le abrazo la cintura justo en el mismo instante en que comienza a nevar. Sonrío en la boca de Daniela. Es muy probable que si se lo digo me odie, pero vivir esto con ella es como entrar en una de esas pelis navideñas que tanto odia. Solo que es mejor, porque somos ella y yo, y eso es todo lo que necesito para que la noche se vuelva mágica.

No sé durante cuánto tiempo nos besamos, pero sé que el resto del mundo desaparece. No es una cursilada de esas que dicen en pelis y libros, no. Siento que alguien podría caerse a nuestro lado, partirse la crisma y, aun así, yo no me enteraría porque lo único que puedo sentir es a ella, al menos hasta que rompe el beso con suavidad. Abro los ojos a tiempo de verla hacer lo mismo y, cuando su mirada se clava en la mía, sonríe. Es increíble.

—Yo...

—Si vas a decir algo que lo estropee, por favor, no lo hagas —susurra.

Me río y apoyo mi frente en la suya, acariciando su nariz con la mía.

—Iba a decir que yo llevo demasiado tiempo soñando con esto, aunque no lo sabía. ¿Suena raro?

—No. Creo que he soñado con esto sin saberlo mucho mucho tiempo también.

Sonrío, satisfecha de que entienda lo que quiero decir, porque esto puede parecer un amor repentino, algo que se ha dado de pronto, casi sin previo aviso, pero después de besarla he entendido, por fin, que no es eso. Que simplemente hemos etiquetado mal todos y cada uno de los sentimientos que teníamos.

Y que lo que parecía odio ha resultado ser... Bueno, algo mejor, aunque no esté lista aún para una etiqueta nueva y más oportuna.

—¿Y ahora? ¿Qué se supone que viene? —pregunta Daniela.

Me doy cuenta de que está un poco ruborizada y acaricio una de sus mejillas sin poder contenerme.

—Creo que ahora lo que viene es nuestra historia —susurro. Ella sonríe y yo me siento invencible.

—Suena bien.

—Sí, ¿verdad?

—¡Oooh, menuda mierda!

Nos sobresaltamos al oír a Luxía cerca, muy cerca de nosotras. Nos giramos hacia nuestra derecha y la vemos sujeta por Sebas, literalmente como si fuera una niña pequeña a la que su padre no puede soltar. Lleva el teléfono en las manos, pero enfoca hacia el suelo y parece tan cansada y frustrada que me da pena, al menos hasta que sigue hablando.

—¿No podíais dar el primer paso en un ambiente más seguro, controlado y frente a la maldita cámara? ¿Tenéis idea de la audiencia que vamos a perder? ¡Sois un par de desagradecidas!

Su indignación pasa desapercibida cuando vuelve a resbalar. Si no se cae es porque Sebas la sujeta, otra vez. Mi amigo resopla, dejando ver que ya está cansado de esta actividad, y señala la salida.

—Lucía, tú has acabado de patinar por hoy y, si de mí depende, para siempre. Joder, tengo los riñones hechos mierda. Vamos a salir, vas a ponerte zapatos y vas a invitarme a un chocolate caliente.

—Pero, Sebas, ellas...

—Sí, lo sé, son unas cabronas y te han jodido la primicia.

—Eso —dice ella haciendo morros.

—La vida es una mierda, ¿verdad? Pues vamos a ver si podemos endulzarla con algo. Venga, despacio, despacio...

Daniela y yo nos reímos mientras se alejan hacia la entrada y, cuando volvemos a mirarnos, reparo en que seguimos abrazadas. Ella sigue con sus manos sobre mis hombros y yo sigo acariciando su mejilla, aun sin darme cuenta.

—¿Cómo te suena eso de tomar un chocolate caliente? —pregunto.

—¿Y quedarnos bajo el escrutinio y mal humor de Lu? No, gracias. Sin embargo, no diría que no a una cena...

No tiene que decirlo dos veces. Asiento y, antes de largarnos de la pista, bajo la cabeza y acaricio sus labios con los míos con suavidad. No es un beso. Es más bien un gesto tentativo. Algo que busca la confirmación de que ella también lo desea. Cuando se acerca más, ejerce presión y convierte esto en nuestro segundo beso, no me resisto a sonreír en su boca.

Y así es como, desde hoy mismo, esta pista de hielo se ha convertido en mi lugar favorito del mundo.








Feliz año new!

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora